Vivimos en una época en la que es más fácil imaginar un cataclismo del planeta que en el final del capitalismo. Ignacio Sánchez-Cuenca (Madrid, 1966) tampoco tiene la solución al sistema, pero sí piensa en pequeños pasos para frenar el rodillo neoliberal. Defiende la Renta Básica Universal y la inversión masiva en las energías limpias. También pide al socialismo español que se rearme del discurso moral original que le llevó a sus días de gloria política. Esto permitiría levantar una alternativa a los partidos conservadores. Todo queda bien explicado y analizado en La superioridad moral de la izquierda, título con el que Lengua de Trapo, dirigida por Jorge Lago, vuelve a la vida editorial. El prólogo es de Íñigo Errejón y el libro podría entenderse como el manual para lograr el entente entre PSOE y Podemos.
¿Por qué escribir sobre la superioridad moral de la izquierda?
Leí la expresión en un suplemento cultural del ABC. Empecé a darle vueltas a la idea y pensé que es una expresión que incomoda a todo el mundo. Desde el punto de vista moral, las ideas de la izquierda me parecen superiores a las de la derecha y eso requiere una argumentación.
¿Cuál es el fundamento?
Lo fundamento de una manera muy poco izquierdista, que tiende a pensar que la determinación de las ideas es material o económica. A mí esto me parece cerrado. La determinación de las ideas políticas procede de la moral. La política proyecta sobre el ámbito público ideas morales. Si uno en el terreno de la moralidad (lo justo, bueno, apropiado) considera que sus ideas son mejores que otras (no es un relativista), lo único que que tienes que hacer es saltar de la moral a la política.
¿Ha fallado la argumentación?
La izquierda tiene una relación complicada con la moralidad y la justicia: no le gusta verse a sí misma en esos términos. Si algo tiene de original el ensayo es que argumento que la política tiene bases morales. Cosa que la izquierda no reconoce. Una vez que lo reconoces se abren muchas posibilidades porque la potencia es mayor. A mucha gente de la izquierda le va a extrañar mucho y a los marxistas, que prescinden del razonamiento moral, también.
¿Por qué rechaza todavía esos razonamientos?
Porque han tenido una concepción muy cientificista: ellos no hacían teorías de la justicia, sino las leyes de la Historia para anticipar la caída del capitalismo. Pero es una falsa autoconcepción, porque lo que late por debajo es la indignación.
¿Por qué rechazan lo moral?
Lo ven como un plano de análisis irrelevante. Los marxistas entienden que la moral es un reflejo super estructural de lo que está sucediendo por abajo. Quizá en algún momento de la Historia tuvo algún sentido (cuando estaban alineados los intereses económicos y la ideología), pero hoy eso se ha disuelto. Por eso hay fenómenos poco explicables como el apoyo de los ricos norteamericanos a los demócratas, con que los votantes de Izquierda Unida fueran los votantes con más renta per capita de toda España o que los votantes de Podemos tengan renta superior a los del PSOE.
¿Qué ocurre cuando ideas políticas y economía no coincide?
Hay oportunidad para analizar las ideas de la izquierda. Creo que todas las ideologías tienen una base moral, pero creo que las ideas morales de la izquierda son superiores a las de la derecha.
¿Cuáles son las ideas morales de la derecha y de la izquierda?
Todas las ideologías políticas tienen un alto aprecio por la libertad. Los liberales y los conservadores creen en la libertad económica. Para los liberales esto es la Biblia. La izquierda también cree en la libertad. Pero la diferencia está en el sentido de justicia: la derecha considera que las malas situaciones que les pasa a los ciudadanos son responsabilidad de cada uno.
Ya. El “si no triunfas es porque no quieres”.
Exacto. O que has nacido con una tara y nadie se hace responsable de esa tara. El izquierdista tiende a pensar que todo lo que sea moralmente contingente debería ser motivo de intervención. Si alguien por nacer en una familia con menos recursos se ve privado de menos oportunidades, la comunidad debería ocuparse de ello. La izquierda tiene mayor empatía por el sufrimiento ajeno y obligaciones hacia los demás.
¿Dónde están esos términos en la nueva izquierda?
En la nueva política, Corbyn, Melenchon, lo que hay es un sentimiento muy profundo de indignación. Esa indignación tiene un origen. Los sentimientos de indignación surgen porque la realidad no coincide con lo que creemos debe ser justo. Ahí se produce un choque y algunos empresarios políticos explotan eso para entrar en la competición política.
¿La indignación produce desencanto?
Tiene que ver con la sensación de impotencia de que aunque la nueva izquierda llegara al poder, no podría hacer muchas cosas. Es la impotencia democrática: hay un momento inicial de efervescencia, pero cuando eso no se traduce en cambios reales llega el desánimo. No ha servido para producir cambio y en eso ha generado desencanto.
¿Es lo propio del sistema o la incapacidad del partido?
Hay que recordar que desde la II Guerra Mundial, la primera vez que un partido ha ganado a la izquierda de la socialdemocracia fue en Grecia. Y ya sabemos qué es lo que ha pasado: resistencias en Europa, que terminan obligando a ese Gobierno a darse la vuelta como un calcetín y hacer políticas contra las que se había presentado al electorado.
¿Han perdido en confianza?
La gente huye de la incertidumbre. Elegir a un partido nuevo del que no se conoce su capacidad de gestión, asusta. Por eso en España, la posibilidad que haya un partido de nueva izquierda con mayoría en el Gobierno es remota. Estamos en un momento de transformación social y crisis muy profunda, por eso el elemento de coalición en la nueva izquierda es el generacional, pero no es suficiente.
Y menos con una pirámide de población invertida.
Claro. El elemento generacional se ha conseguido: el PP es el cuarto partido entre la gente de menos de 40 años, pero el mayoritario entre la de más de 60 años. Hay una coalición generacional clara, pero los jóvenes son menos que los mayores en las sociedades actuales. La gente mayor ya no está en situación de precariedad en la que están los jóvenes. Hasta el momento, en algún momento podías integrarte en el sistema. Veremos si eso cambia ahora. Por eso, una vez integrado, tus incentivos para votar a un partido nuevo son mucho menores.
¿Cuál es el tope de Podemos?
Nunca he creído que un partido de nueva izquierda pudiera ganar fuera de Grecia. Podemos tiene un tope del 25%. No puede pasar de ahí porque no se dan las condiciones sociales para ello.
¿La superioridad moral es una desventaja para Podemos, repite el patrón?
En cierto sentido sí. Porque cuanto más a la izquierda se sitúe una fuerza política, mayor carga de moralidad trae consigo, porque hace una crítica profunda del sistema. El problema de regodearse en la posición que uno adopta está en que descuida por completo el flanco de la gestión. La gestión es el talón de Aquiles de Podemos.
¿Quiere decir que está lejos de la realidad?
Que es mucho mejor explicándose a sí mismo y explicando por qué era necesario surgir algo así en España, que explicando qué es lo que haría si llegara al poder. Ninguno de sus cuadros proviene de la Administración Pública, ni de la empresa, por eso su capacidad de maneja en el mundo real es reducida. Eso lastra sus posibilidades de desarrollo. A mayor carga moral y crítica contra el statu quo, más descuidas la gestión de los asuntos reales.
En Madrid, las guerras culturales (Cabalgata de Reyes Magos) han sido un caballo de carreras cojo.
En los movimientos más a la izquierda de la socialdemocracia esta deriva es típica. No sabes muy bien cómo se cambian las cosas y por eso se centran en los aspectos más epidérmicos de la política. Eso supone un desgaste político enorme, porque es un asunto que no tiene costes materiales y todo el mundo puede opinar. Hasta convertirse en una fiesta de la opinión. El saldo final es ridículo. Yo recomendaría huir como de la peste de las guerras culturales. Son un lastre enorme.
¿La Memoria Histórica también?
Ese es un asunto mucho más serio, porque España es un país anómalo. En otros países no pasaría esto. La incapacidad de la democracia española para haber cambiado es muy extraño. Entiendo que en la Transición era un asunto intratable, pero con la consolidación de la democracia y los nietos de la guerra todo eso se desactiva. Han reclamado un cambio y ese cambio no ha sucedido. Me refiero sobre todo a las víctimas, más que al callejero. En estos momentos hay una generación que actúa como tapón en este asunto. Aquí sí invertiría recursos, más que en poner un cartel para los refugiados o la Cabalgata o cambiar los símbolos de los semáforos. En todo eso no perdería ni un minuto de mi tiempo.
¿Tiene futuro el PSOE sin Podemos y Podemos sin PSOE?
Desde el primer momento he insistido en buscar complicidades entre Podemos y PSOE. Podemos llega con más frescura y fuerza, pero es muy ingenuo en plantear las formas para realizar los cambios. Y el PSOE es un partido muy desgastado, que ha perdido contacto con sus bases, pero con una experiencia y unos cuadros técnicos enormes. Es una complementariedad que obliga a gobernar juntos y que sería una jaula de grillos. Los déficits de cada fuerza se verían compensados por el otro. Decir esto es muy impopular.
¿Es el momento de la alianza?
Creo que sí. Es la única manera de conseguir una alternancia del Gobierno.
¿Íñigo Errejón sería una figura eslabón que podría resolver esa alianza?
Hay figuras que podrían contribuir al entendimiento y Errejón es una de ellas. Pero también Mónica Oltra. Este tipo de figuras permiten establecer lazos que ahora mismo parecen imposibles, porque hay mucho votante convencido que no quieren saber nada del contrario. Pablo Iglesias aparece muy amortizado en las encuestas y Pedro Sánchez parece que tiene un poco más de recorrido, aunque se le ve muy atascado en estos momentos.
¿La superioridad moral impide a la izquierda el éxito político?
La superioridad moral para la izquierda es como una maldición, porque tener razón es muy difícil de gestionar. Si tienes razón es muy difícil cambiar de discurso. Por eso el fracaso de la socialdemocracia, porque estás condenado a actuar con ese esquema. Tienes unas ideas más atractivas, que se preocupan por el conjunto de la humanidad, pero esa convicción de tener la razón te obliga a seguir estrategias que no facilitan el éxito político.
¿Es la maldición del orgullo?
Es la arrogancia y la impulsividad. En sociedades sin desarrollo económico tiene más éxito, pero en países consolidados, el discurso de la izquierda más pura está condenado a la marginalidad. La derecha es más arrogante en términos intelectuales, pero en términos morales nunca ha atacado a las desigualdades sociales. Lo lleva mal y dicen que corregir las desigualdades sociales sería todavía peor. La derecha se mueve muy bien en el terreno intelectual, porque se desenvuelve mejor en la realidad y entiende cómo funcionan las reglas de las instituciones. Las reglas para hacer política. La izquierda piensa en cómo cambiar esas reglas, no en cómo usarlas. La izquierda siempre piensa en cambiarlas, la derecha en conservarlas. Eso te hace tener una superioridad intelectual y técnica.
¿Quedan intelectuales de izquierda?
La mayoría de los intelectuales de los ochenta, de izquierdas, se movieron a posiciones más conservadoras. Los grandes nombres de la cultura contemporánea no son de izquierdas. ¿Rafael Sánchez Ferlosio? Pues ni es de izquierdas ni de derechas, es un pensador único, es un heterodoxo. Savater, Muñoz Molina o Javier Cercas tampoco son intelectuales de izquierdas.
¿Desde dónde se movilizará al electorado de izquierda, desde el pesimismo o desde el optimismo?
No tengo respuesta para esto. Pero ahora estoy investigando quiénes votan a la izquierda y a la derecha. ¿Cómo creen que están las cosas en el mundo, van a mejor o van a peor? Los que contestan que a peor, votan a partidos nuevos. Si tienes un nivel educativo alto votas a partidos nuevos de izquierdas. Si es bajo, a partidos nuevos de derecha. Ese es uno de los factores que discrimina el voto ahora. Me da la impresión de que la formación de alternativas políticas en estos momentos se está construyendo más sobre el pesimismo y sobre el rechazo a lo que hay, que sobre cualquier tipo de propuesta ilusionante de cambio. Me temo que se está movilizando más desde el pesimismo.
¿Debe resistirse la izquierda al regodeo alegre que propone la derecha contra los “cenizos”?
No sé cuál es la mejor posición, pero hay que hacer un diagnóstico realista de la situación y reconocer que estamos en una senda de progreso desconocido, que los países disfrutan de su seguridad y su estabilidad. Pero eso no es incompatible con admitir que las injusticias se están profundizando. Si no se reconoce la mejora y uno se queda en la visión pesimista, te quedas en posiciones testimoniales, de denuncia. Hay que corregir las injusticias sin renunciar lo conseguido. Puede sonar moderado o tecnócrata, pero es realista. La crítica furibunda sin concesión al mundo que tenemos es paralizante. Una porque celebra el statu quo y la otra porque se limita a rechazarlo testimonialmente. Sé que es una postura poco sexy, pero no tengo nada más que ofrecer al respecto.
Y al final del libro, la crisis de la socialdemocracia.
Hay una caída brutal del la población a la socialdemocracia. En Grecia, en Francia, en Holanda prácticamente ha desaparecido y en el resto está a niveles bajísimos. Está pasando algo. Históricamente, la socialdemocracia ha sido quien mejor ha gestionado la superioridad moral de la izquierda. Logró domesticarla y ponerla al servicio de un proyecto de cambio reformista y modesto, sin grandes ideales. Pero por el camino ha ido vaciando el lenguaje con el que se dirigía a la ciudadanía, con apelaciones a la justicia, solidaridad y moralidad.
¿La solidaridad?
La solidaridad evita que nadie se quede atrás, pero se pierde en los ochenta y se sustituye por un lenguaje más próximo al lenguaje de la derecha, en el que se dice que el bienestar es positivo porque aumenta la productividad, porque la incorpora a la mujer al mercado del trabajo… Todo eso es cierto, pero cuando te diriges así a la ciudadanía pierdes a muchos de ellos porque no les interesa ese lenguaje. Y la derecha ha sido más eficaz hablando de libertad y de responsabilidad individual.
¿Ha ganado el PP la batalla del relato?
Con ese lenguaje, el PP ha enganchado a más gente. A la izquierda le cuesta expresarse en esos términos, porque está acostumbra a plantear su debate en debate moral. La socialdemocracia debería rearmarse de lenguaje moral. Ahí la derecha le ha dado una lección. Tiene una gran capacidad de persuasión y de conectar y convencer a mucha gente. Ahí las bases se desconectan y se sienten desengañados. El cinturón rojo de Madrid ya vota al PP porque consideran que no quieren mantener vagos, y han comprado el discurso moral de la derecha de que la gente debe responsabilizarse de su propio destino. Y eso en EEUU es clarísimo.