Quería tanto a su país, que acabó de él hasta las pelotas. Nos avisó de cómo éramos, lo que hacíamos y lo que pensábamos, nos avisó de sus trampas y de nuestro silencio, de sus mano dura y de nuestra conciencia blanda. Azote del pueblo tonto y rendido, del ciudadano al margen y sin futuro, dejó una última viñeta para todos: “¿Un consejo para 2018?”. “Se rindan”. Pregunta un pelele en los huesos, responde un señor grande, inflado y calvo, y gafas oscuras. Tú eres el primero, él son los otros. Los menos.
Él dibujaba y rabiaba por ti. A veces, lo hacía con algo de humor, de ese que te congela la dignidad, que te ofende el orgullo, que te pone un espejo delante para que entiendas que como ciudadano eres un enclenque miserable que se ha dejado comer el terreno por los pocos, los menos, los orondos depredadores de los derechos de la comunidad. Los maltratadores de la democracia.
Nunca derrotado
Forges (1942-2018) era un señor huraño, encerrado en la lucha y en la pelea por hacer comprender a sus lectores, a los españoles, que este país es un asunto de todos, no un beneficio de pocos. No dejó de hacerlo ni un sólo día. Recuerdo hace unos meses, en una reunión de la Unión de Actores, en el Teatro María Guerrero a reventar de trabajadores culturales que se unían para no dejarse vencer, él levantó la mano para pedir turno. Y habló.
Y el teatro enmudeció mientras explicaba que la última perversión de los nuevos gestores de este país teñido de azul y gaviotas era llevar a la ruina a los creadores que pretendían jubilarse pero no morirse, disfrutar de lo generado pero seguir vivos, compartir su experiencia pero no desaparecer. Y más allá de hablar de su problema y de los de su edad, pidió a todos los que estábamos allí que nos levantásemos, que no cediéramos ni un centímetro, que nos espabilásemos porque ellos, los menos, los depredadores no descansan nunca y los que están a su servicio, vestidos de azul gaviota o rojo rosa, tampoco.
“Se rindan”. Y se rindió. Justo hoy. Justo ayer, con la prima de riesgo de la libertad de expresión amenazando la democracia de ese país por el que no pudo hacer nada más que convertirse en la mosca cojonera, que no iba a dejar de revolotear entre nuestras miserias. Justo ayer, cuando una jueza secuestra un excelente libro de un extraordinario periodista, que denuncia a un alcalde mangante.
Justo ayer, cuando en ARCO aparece un cacique de esos que él dibuja, el Señor del Aluminio, un empresario engordado por encima de la Constitución, y decide borrar del mapa a un artista que denunciaba lo fácil que es borrar del mapa a alguien en España si piensa distinto a lo que quieren ellos. Los menos. Justo ayer, cuando un juez condena a un músico a tres años de cárcel. Ayer justo decidió que todos estos años, tantas viñetas, tanto látigo, tanto alertar y despertar a las masas, no había servido para nada.
La España negra a la que no ha podido cambiarle de color en cuarenta años, crece y se reproduce, campa a sus anchas, parece más fuerte que nunca. Y todavía quedan 312 días para que acabe este 2018 y ya no está él. Y todo parece emborronarse. “Se rindan”.
Justo hoy, que en 1632, Galileo Galilei publica su Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo. Justo hoy, que celebramos que en 1819 España vende a EEUU el Estado de Florida, por cinco millones de dólares, y que en 1911, en la calle Carretas de Madrid, se lía parda porque dos mujeres pasean con falda pantalón por la vía. Justo hoy, que en 1932 Adolf Hitler se presenta como candidato a presidente y el mundo pone en marcha la cuenta atrás, y que en 1969, 25.000 mineros asturianos se declaran en huelga. “Se rindan”. O no.
Justo el 22 de febrero, el mismo día en que muere Américo Vespucio, El Cid, José Velarde y él, Antonio Machado. Tan Forges. “En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, escribió el poeta. Forges era la que pensaba en dibujar cómo hacernos ver que nueve de cada diez somos fuerza bruta nacida para ser explotados. Machado decía en su Autobiografía que tenía “un gran amor a España”, al tiempo que “una idea de España completamente negativa”.
“Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo. Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo al poco, indefectiblemente”. Machado se describía más “autoinspectivo que observador”. Tan Forges. Machado era un cabreado de hoy, un indignado de nuestros días. Machado y Forges, hartos de España, rabiosos contra los que les chirría la democracia.