Tanto de la novela de Palahniuk publicada en 1996 como de la película dirigida por David Fincher tres años después, el adepto medio recuerda que la primera regla de El club de la lucha era no hablar del club de la lucha. Incluso la segunda, por subrayar el carácter críptico del plan: destruir la sociedad de consumo y, si llega el amor, saltar con eso de “me has conocido en un momento extraño de mi vida” mientras la ciudad se cae a pedazos y suena, de fondo, un temazo de los Pixies.
Ahora, la editora del New York Times Jessica Bennett propone, en El club de la lucha feminista (Penguin Random House) girar las tornas: la primera regla del club de la lucha feminista, es, precisamente, hablar del club de la lucha feminista. Y la segunda. La tercera es que la lucha es contra el patriarcado, no entre mujeres. La cuarta, comprometerse a ayudar a otras mujeres. La quinta, que no hay jerarquías. La sexta, que “si alguien pide parar, vacila o se rinde, no significa que la lucha haya llegado a su fin”. La séptima, advierte la escritora, que “esto puede tardar bastante, así que ponte tu ropa cómoda favorita”.
Los enemigos (laborales)
Su manifiesto no entiende de marginaciones: quiere la transversalidad del movimiento. Invita a las mujeres y abraza a los hombres o, al menos, apela a su raciocinio, por eso ha parido un manual de supervivencia ilustrado, fresco y didáctico para acabar con el sexismo en el entorno laboral. Entre los principales enemigos del club, está el “interrumpidor”: “Un rápido recordatorio de la historia de la cultura popular reciente. ¿Alguien se acuerda de ese momento, en 2009, cuando Kanye West saltó al escenario de los Video Music Awards, le arrebató el micrófono a Taylor Swift y largó un monólogo? Sin duda la mayoría de las mujeres han experimentado algo parecido”, escribe Jessica Bennett.
Los datos la avalan: los hombres hablan más que las mujeres en las reuniones de trabajo, interrumpen con más frecuencia, y las mujeres tienen el doble de posibilidades de ser interrumpidas (tanto por hombres como por mujeres). La autora propone tácticas defensivas: ahí “el gallina verbal”, que consiste en que la mujer se mantenga firme y se limite a seguir hablando. “Hazte la sorda si es necesario, merece la pena conservar tu discurso. La clave es evitar que él te robe la palabra y, al mismo tiempo, actuar como si fueses la persona más tranquila de toda la sala”, recomienda.
Otra opción: “La interrumpidora”. Aquí Bennett propone, amén de ser una misma quien diga “Bob, no he terminado, dame un segundito más”, que exista una tercera persona, muy probablemente mujer, que interrumpa al interrumpidor en defensa de la interrumpida, valga el trabalenguas. “El efecto que logres será mayor del que imaginas… y pasarás a trabajar en equipo”. Más trucos: inclinarse, es decir, ganar imponer espacio físico. O llegar pronto a las reuniones (ellos son más raudos en esto) para hacerse con los mejores sitios. O, si la mujer está en una posición de poder, establecer una norma que impida las interrupciones.
El segundo gran enemigo es “el usurpador”, es decir, el tipo que se asigna mérito ajeno. Los estudios al respecto demuestran que, cuando mujeres y hombres trabajan juntos en un proyecto, los compañeros o los jefes tienden a asumir que el mérito es de ellos. Tercer enemigo: el “taquigrapullo”, aquel que “te trata como si fueses la secretaria de la oficina, incluso cuando es evidente que no es así: te pregunta si no te importaría tomar notas, te pone en copia en sus planes de viaje o te pide que le lleves un café a un cliente”.
“El explicador” es otro gran clásico: el mansplainer de libro. En este caso, Bennett incluye hasta un pequeño mapa sobre cómo sortear las explicaciones paternalistas. O “el menstruofóbico”, que asume que cada comentario cortante o directo de una mujer depende de que tenga la regla. Ahí Donald Trump, sin ir más lejos, cuando sugirió a la presentadora de Fox News Megyn Kelly que debía estar “sangrando por donde fuese” porque se había atrevido a preguntarle sobre sus agresiones verbales a mujeres.
Ojo al “socavador” -aquel que llama a su compañera con diminutivos, por ejemplo, a fin de ir minando su autoridad- o al “jefe coleguita de fraternidad”, que es el que hace grupo con los hombres del trabajo excluyendo a la mujer, el rey de los eventos sociales… masculinos. Por no hablar del “acosador sexual”, que todos sabemos bien en qué consiste. Lo que hace Bennett es dar claves para combatir cada caso concreto de afrenta, basándose en estudios sobre percepciones en cuanto al género e investigaciones psicológicas. En el caso del acosador sexual, da también pautas legales a seguir.
La enemiga: una misma
También recomienda a las mujeres otros trucos para sabotear la parte más entregada -y casi siempre no valorada ni remunerada- de sí mismas: roles en los que es fácil caer por la costumbre, la educación y la crianza. Como el de “la mamá de la oficina”, la “autoquitaméritos”, la “felpudo” (esta es, la que nunca dice que no y acaba sobrecargada de trabajo), la “prudente” (la mujer que habla bajito y siempre piensa que molesta, se acobarda a la hora de dar su opinión o se expresa sin estar convencida de su idea) o “la eterna creyente” (la mujer que cree que bajando la cabeza y haciendo un trabajo excelente logrará un aumento de sueldo). Una fundamental: la “enemiga”, es decir, aquella mujer que empuña sus armas de combate en contra de otras mujeres de su entorno laboral para ganar protagonismo a ojos de los hombres.
En otros extractos del libro, la autora da trucos a la lectora para negociar con más fluidez con hombres (el capítulo ha sido bautizado, con gracia, como “Que te den. Págame”) o relata por dónde debe empezar una mujer para comportarse con la confianza de un hombre blanco del montón. Al final del manifiesto nos presenta a Josh, un hombre liberado: quizá el único.
En clave de humor, describe a ese hombre plácido e igualitario que va en el metro sin despatarrarse, que le dice a su compañero de trabajo que deje a la compañera terminar de hablar, que pide “más aspirantes femeninas” a la hora de contratar a alguien nuevo, que reprende a su colega cuando piropea burdamente a una chica por la calle. Josh es ese hombre mágico que, por la noche, le dice a su pareja que, ya que ha hecho ella la cena, él fregará los platos. Y por la noche duerme muy tranquilo.