Sabina y el periodista Javier Menéndez Flores se encontraron por primera vez hace más de veinte años, cuando el que sería su biógrafo gastaba el pelo asalvajado, recogido en coleta, y pensaba aún que el de Úbeda era “un gilipollas” -por aquello de la fama, que deforma al hombre hasta la caricatura-. Eran tan jóvenes. Tan temerarios, vigorosos, verborreicos. “Le di mucho coñazo a su secretaria de entonces para que me concediese una entrevista, porque en ese momento no tenía ningún trabajo en promoción”, relata Javier, que hoy activa con ternura el ojo de la nuca.
Le prometieron, en una primera ocasión, tres cuartos de hora de charla con el maestro, pero acabó quedándose hasta la noche. Congeniaron tan bien que Sabina le dijo “aquí tienes tu casa”, y el joven desmelenado y talentoso se lo tomó al pie de la letra. “Si me acercaba a verle a las cinco de la tarde, salía a las diez de la mañana”, ríe el periodista al teléfono. A veces le llevaba discos del Madrid Rock, “que ya no existe, ahora es territorio Zara como casi toda la Gran Vía”. “¿Estabais enamorados?”, le pregunta la que escribe. “Podría ser que sí. El amor no es sólo sexual: tiene que ver con cierta complicidad y afinidad”.
En el 2000 llegó Perdonen la tristeza, el libro que hoy reedita y refresca Menéndez Flores con Cúpula. “A mí se me había olvidado mi vida y Menéndez Flores me la ha recordado”, aseguró en su día el cantante. La parte actualizada arranca tras la publicación del que muchos llaman el mejor disco de Sabina, 19 días y 500 noches. Joaquín no podía saberlo entonces, pero tras la esquina le aguardaban unos cuantos dolores: el marichalazo -como él bautizó a su ictus cerebral-, el Pastora Soler -ese insólito pánico escénico-, el desamor, la depresión, el abandono de la coca, la crisis creativa. “Había prolongado su juventud hasta los 50 años, siempre había escrito desde el frente”, dice el autor, como quien ve venir la hostia de la resaca vital. También llegaron cosas hermosas: el “amor civilizado” de Jimena, la consolidación de su mitología en el mundo hispano, la fidelización de un público que le excusa hasta los arranques artísticos mediocres. Llegó Dímelo en la calle, Alivio de luto, Vinagre y rosas y Lo niego todo, con pasiones alimentadas de las rentas.
Sabina dejó de componer sobre lo que vivía para componer sobre lo que recordaba. A este respecto, Menéndez Flores cita a Caballero Bonald: “Él decía que no está en su educación escribir mal, igual que no está en la de Sabina hacer un mal disco. Él escribe cada vez mejor porque tiene más oficio”, apuntala, pero cree que sus letras están “cada vez más cerca de la literatura y más lejos de la canción”. Una canción debe ser transparente “como un vaso de agua”, sencilla y sugestiva, y el pulso sabiniano cada vez es más lírico, más cerrado y artificial, más carne de diccionario. Con todo, sostiene que en Lo niego todo ha dado un paso atrás “para bien”, porque ha vuelto al formato de la pequeña historia y no se ha limitado sólo a revolverse la pelusa del ombligo en clave elevada, en lengua de poeta críptico.
Las malas compañías son las mejores
A Sabina, ¿le impulsa o le perjudica Leiva, que ha trabajado duro con él en este último trabajo? "Bueno, Leiva es el alma de este último disco, pero su tipo de música es muy distinta a la de Joaquín. En los últimos años, Sabina ha necesitado gente que lo sacara de casa, que lo espoleara y lo animara a trabajar. También ha estado ahí Benjamín Prado, y ha sido bueno que lo impulsaran a ponerse otra vez en la lucha, pero ¿es que Joaquín necesita de nadie para sacar lo mejor de él?", pregunta al aire. Ninguna de las grandes compañías del cantautor le convencen como equipo.
"La combinación Serrat y Sabina... ¿ha dejado algo memorable, aparte de ser un gran negocio musical que ponía cachonda a mucha gente? O mira el experimento con Fito Páez. Se empeñó en hacer un disco con él, le dio el coñazo hasta la saciedad, Sabina aceptó y al final acabaron a hostia limpia, aunque ya son amigos de nuevo. ¿Benefició esa combinación a Sabina? Poco. El sonido era muy Páez y muchos echábamos de menos a Joaquín".
Menéndez Flores cree que "Sabina, como mejor está, es solo". Coincide con esta periodista en que "quienes mejor le entienden son Pancho Varona y Antonio García de Diego. "Ellos han sabido leer perfectamente a Joaquín, lo han sabido descifrar y se han amoldado a él, han enriquecido su universo creativo, y eso es valioso. Ellos son los verdaderos responsables de muchos de los éxitos de Joaquín".
El Cervantes y la RAE
¿Cuándo hay que dejar de contar la vida de alguien; cuándo le hacemos justicia? ¿Habría sido mejor cortar el relato biográfico en su punto más álgido, en su mejor disco, y no repasar sus cuatro últimos hijos, más bien olvidables? ¿Es más poético no retratar el declive, dejar al adepto con el buen sabor de boca? “¡No! Yo creo que hay que ser honesto con el lector y actualizar las obras de no ficción. La biografía de un personaje vivo siempre está abierta… pienso que aquí pasa un poco como con las relaciones amorosas, que cuando tienes una ruptura sólo te acuerdas de lo malo. Pero al pasar diez años, al pensar en ese amor, te vendrán sólo las viñetas más amables, los mejores momentos, no sus patinazos o fracasos”, reflexiona.
“Al que le gusta un artista, intenta quedarse más con la mejor de las lecturas, pero eso no significa que no podamos ser objetivos. A mí hay escritores o cineastas que me interesan mucho, pero reconozco que tienen trabajos muy buenos y otros bastante flojos. En España somos demasiado exigentes con nuestros artistas y un poco cainitas. Tenemos que valorar la obra de Joaquín en su conjunto, por eso hay que contarlo todo. ¿Hasta qué punto podemos exigirle a un artista que cada nuevo trabajo sea una obra maestra?”, lanza. Él estima que, al menos, Sabina nos ha regalado 3 o 4 canciones buenas por disco. “Te salen más de 50 canciones buenas. Hay que quedarse con eso”.
Yo creo que Sabina merece el Cervantes, ¿por qué no? No vamos a ser más papistas que el Papa. Y la RAE también puede abrirle los brazos. ¿Por qué no, si tiene ahí dentro a un gran defensor como Pérez-Reverte?
¿Tanto como para un Nobel de Literatura, a lo Dylan? “Es que para que te den un Nobel tienes que tener una pegada internacional en varios idiomas, y Sabina la tiene pero sólo en lengua española. Todos tenemos al menos un disco de Robert Zimmerman en casa, aunque sea un viejo vinilo. No pasa esto con Sabina, pero te digo: ¿y el Cervantes? Yo creo que Sabina se lo merece, ¿por qué no? No vamos a ser más papistas que el Papa. Y la RAE también puede abrir los brazos a Sabina. ¿Por qué no, si tiene ahí dentro a un gran defensor como Pérez-Reverte?”, inquiere.
RAE, Premios Cervantes… un momento, ¿no era eso el establishment? ¿En qué momento pasó Sabina del cóctel molotov a la chaise longue? ¿Cuándo abandonó la revolución para aburguesarse? “¡Es inevitable! No ha dependido de él el tener tanto éxito. ¿Qué vas a hacer, si los demás te reconocen? ¿Tú crees que Dylan se hizo el remolón con el Nobel porque se acordaba de cuando llegó a Nueva York en los años sesenta y era un muerto de hambre? Yo no lo creo. Sabina ha dejado de ser ese chaval que iba en trenes hacia el norte. Esto es un caminar”, sostiene. “¿No es establishment llenar tres noches el Palacio de los Deportes, o el Luna Park veinte noches? Eso es de una categoría que entra en la mitología”.
¿Derechización del mito 'rojo'?
Menéndez Flores cree que a Sabina le ofendería que le sugiriesen que se ha “derechizado”: “Eso no te lo compraría Joaquín. Es la vida, algo inevitable: todos nos derechizamos, si quieres llamarlo así, en la medida en la que vamos consiguiendo cosas. ¿Hasta qué punto puede seguir siendo uno un salvaje que vive en una cueva? Lo que desmonta eso que dices es que Joaquín sigue viviendo del mismo modo que cuando tenía 20 años. Ya lo conté en Perdonen la tristeza, en Sabina en carne viva y en No amanece jamás: él se levanta a la hora que le sale de los huevos, desayuna una cerveza y se pone a leer los diarios del día, relajadamente. Come a las cuatro de la tarde y luego se pone a escribir. ¡Y no es porque de pronto haya alcanzado el estatus de estrella!”, asegura. “Vive como vivía Picasso, en gayumbos, todo el día en casa, siendo multimillonario pero con los mismos hábitos antiguos. En cualquier caso, lo indudable es que la vida cambia cuando sabes que la cena ya está pagada”.
En estos años hemos vivido una crisis económica devastadora, infinitos casos de corrupción, el movimiento 15-M, el nacimiento de Podemos y su caída, la irrupción del feminismo en el debate social… ¿dónde ha estado Sabina mientras todo eso sucedía? ¿Por qué ninguna capa del tejido social ha calado en sus canciones, él que se llamaba a sí mismo “rojazo”? “Él nunca ha escrito sobre esto. El único disco en el que hay canciones panfletarias es Inventario y él reniega de él. Sabina opina de la actualidad en las entrevistas, pero ésta no llega a sus canciones. Esos cambios que tú citas con toda la razón no han pasado al ideario artístico de Sabina porque no le han motivado como creador, pero tampoco están en el de Robe, de Extremoduro, ¿sabes?".
Tránsito Zapatero-IU
Reconoce, con todo, que “Sabina no puede salir a la calle diciendo que es un rojazo’, porque sería contradictorio”: “Ya no puede ir de comunista recalcitrante, eso es absurdo y está fuera de todo debate. Es como cuando Víctor Manuel me dijo que era más fácil ser comunista con millones en el banco. Yo le dije que era una de las mayores gilipolleces que he oído en mi vida. Llega un momento en el que tienes que plantearte cosas. En cualquier caso, no creo que nadie deba sentirse culpable por haber triunfado haciendo lo que más le gusta hacer”.
Menéndez Flores recuerda que la primera vez que pidió a Sabina que se definiese políticamente dijo "rojo", pero él intuye que en el artista hay más de anarquismo que de otra cosa. "De hecho, llegó a hacer suya una brillante frase de Fernando Savater: 'Soy un anarquista que respeta los semáforos'", sonríe. "El problema de Sabina con el PSOE viene de lejos: nunca le perdonó a ese partido que apoyase la permanencia de España en la OTAN (no hay que olvidar que el PSOE llevaba en su programa electoral un rotundo "OTAN: de entrada NO"). Joaquín se manifestó junto con otros artistas e intelectuales para pedir el no a la OTAN, y perdieron. Por otro lado, fue muy crítico con el PSOE en los años duros de la corrupción, y de Felipe González llegó a decir que era el "señor X" en la trama de los GAL, es decir, el cerebro en la sombra ("y asumo cualquier querella que me puedan presentar", añadió)".
¿Qué hay de su tránsito desde IU a la ceja de Zapatero para avalar, al final, a su amigo Luis García Montero? “Sabina siempre ha sido votante de IU, salvo en dos momentos en los que venció su rechazo al PSOE. Y en esos dos casos, explicó, antepuso a la persona por encima del partido. La primera vez fue con Barranco, que era su amigo. ¡Le gustaba lo que significaba! Era paisano suyo, no era una persona ambiciosa ni codiciosa, sino un tipo muy humilde que no se llegaba a creer que pudiese ser alcalde de Madrid. La segunda fue por Zapatero, y ahí pidió el voto útil: consideraba que ya bastaba de esa hegemonía de la derecha. Creyó en él y en sus ganas de cambiar el mundo. La retirada de las tropas españolas de Irak, por ejemplo, lo emocionó tanto como lo sorprendió. Pero se ha arrepentido de la ceja y ahora él no firma muchas de las cosas que firmó en su momento”.
El presunto machismo de 'Contigo'
Una de las últimas polémicas que ha sacudido al artista fue la postura de la musicóloga Laura Viñuela referida al machismo de la canción Contigo, que, según decía, perpetuaba roles de género. ¿Qué opinión le merece esto al biógrafo? "A mi modo de ver, Sabina no carga en esa canción contra la mujer, ni esta es sinónimo de puro objeto ornamental que está a expensas del hombre, una pobre ama de casa. No, en absoluto es una canción machista. Sabina, en esa canción, carga contra la rutina en la pareja, contra la muerte de la pasión, contra la pérdida de la juventud, en suma", reflexiona.
"Si fuera homosexual, la habría escrito de igual modo, y a nadie se le habría ocurrido decir que carga contra los hombres. Contigo es el lamento de un eterno Peter Pan que ve que se acaba la fiesta y que se resiste en vano a ello. Del mismo modo que uno de sus gritos de guerra preferidos ha sido "Muera la muerte", en esa canción nos dice que él aborrece el reloj, el compromiso, las responsabilidades de la edad adulta". Reconoce, no obstante, que no pasa de mero ejercicio estético: "Es un inservible 'que no pare la música' o, como diría Julio Iglesias, 'que no se rompa la noche'. Una áspera pataleta... pues ni siquiera él, y de ahí la existencia de esa pieza, es capaz de zafarse de las garras de la rutina y el compromiso".