“En este día maravilloso en que nos hemos reunido para celebrar vuestro éxito académico, he decidido hablaros de los beneficios del fracaso”. La creadora de Harry Potter no está ante la mayor reunión de ex alumnos de Gryffindor del mundo, aunque le gustaría. J. K. Rowling se dirige a los alumnos que acaban de licenciarse en Harvard, en 2008, veintiún años después de su propia graduación en el mismo lugar.
Hablar del fracaso el día en que todos esos alumnos salen a la calle a pelear por un puesto de trabajo, con una licenciatura es arriesgado. No quiere que por su culpa “alguien acabe renunciando a una prometedora carrera en los negocios, el derecho o la política, para disfrutar de las alegrías y emociones de convertirse en un mago gay”. Es un chiste. Un chiste que usa para que el discurso no desaparezca de la memoria de los alumnos. No quiere hablarles de éxitos, prefiere hacerles pensar en la importancia de la “superación personal”. Y en la “importancia crucial de la imaginación”.
Su discurso queda recogido y ahora es traducido y publicado al castellano por su editorial aquí, Salamandra, con el título Vivir bien la vida. Ella sólo quería escribir novelas, pero sus padres no estaban a favor de sus sueños: “Opinaban que mi prolífica imaginación era una excentricidad divertida que nunca me serviría para pagar la hipoteca ni asegurarme una pensión”. Rowling asegura que pensaban así porque “provenían de hogares humildes y no habían ido a la universidad”. Y así es como Rowling logró desclasarse gracias a su imaginación.
Pobreza o fracaso
Recuerda a los licenciados que sus padres preferían que ella estudiase algún ciclo de Formación Profesional. “Yo, sin embargo, quería estudiar literatura inglesa”. Ella terminó estudiando Clásicas, a hurtadillas. No confiaba en que comprendieran lo útil que podría llegar a ser en su vida la mitología griega, porque entre sus ambiciones no estaba la de “tener derecho a las llaves del lavabo para directivos de una oficina”.
Y a pesar de todo, no les culpa: lo único que querían para su hija era “que nunca conociera la pobreza”. “Ellos habían sido pobres, y yo también lo fui después, y coincido con ellos en que no es una experiencia que ennoblezca. La pobreza conlleva miedo y estrés, y a veces depresión; implica infinidad de pequeñas humillaciones y dificultades. Salir de la pobreza por tus propios medios sí es algo de lo que uno puede enorgullecerse, pero la pobreza en sí sólo la idealizan los necios”. A diferencia de sus padres, ella a lo que más temía no era a la pobreza, sino al fracaso.
La escritora millonaria, que pasó más tiempo en la cafetería, escribiendo historias, que asistiendo a clase, explica que el privilegio y las satisfacciones no libran a nadie de los apuros y los golpes del “destino”. Rowling avisa de que licenciarse en Harvard no libra del fracaso a nadie. Si esto fuera así, la desigualdad no existiría porque sería una cuestión del “destino”.
Para demostrar el destino es lo que hace del ciudadano más o menos desdichado muestra su ejemplo: “Siete años después de mi ceremonia de graduación, yo ya había fracasado estrepitosamente. Mi brevísimo matrimonio se había ido al traste, y estaba en el paro, era madre soltera y todo lo pobre que se puede ser en la Gran Bretaña de hoy en día antes de convertirse en una persona sin hogar”. Asegura que no conocía a nadie tan fracasado como ella. Una exageración propia de una novelista exagerada.
Fracasar me proporcionó una seguridad interior que nunca había alcanzado aprobando exámenes
Con su mayor temor cumplido, Rowling se sintió liberada para hacer lo que quería. Tenía una hija, “una máquina de escribir vieja” y una “gran idea”. Y fue gracias al fracaso - “tocar fondo”- que salió a flote, porque “es imposible vivir sin fracasar en algo, a menos que seas tan prudente que no se pueda decir que hayas vivido, y en ese caso fracasas por omisión”.
En el discurso del emprendedor, el fracaso es otro animal mitológico. Un “reto”. Un combate que librar para salir victorioso y convertido en héroe. Porque lo que se pide no es asumir el fracaso, sino que después de él llega la esperanza, que después de la muerte siempre hay vida. Pero, ¿si no pueden garantizar una vida (digna), cómo pueden garantizar una vida (digna) después de la muerte?
Fracasar me enseñó cosas sobre mí misma que no habría podido aprender de ninguna otra manera
“Fracasar me proporcionó una seguridad interior que nunca había alcanzado aprobando exámenes”, dice. No se detiene a explicar en qué términos fue su tropiezo, pero nunca llegó a ser desahuciada. Nunca llegó a perder sus garantías como ciudadana. Nunca pasó a convertirse en una nada, en una nadie. Logró salir de la precariedad y ahora es el perfecto ejemplo del sistema que produce y reproduce las precariedades: nunca pierdas la esperanza, siempre podría ser peor.
El superhéroe
Todo relato de éxito tiene una trama de dificultad, un motivo para la heroicidad y la ejemplaridad. Rowling también ha construido el suyo: “Fracasar me enseñó cosas sobre mí misma que no habría podido aprender de ninguna otra manera”. Este tipo de leyendas asegura lo que el Estado ya no puede garantizar: el bienestar. Una vez la sociedad ha perdido todos los mimbres para proteger a sus ciudadanos, sólo cabe esperar ser golpeado hasta convertirte en un súperhombre.
Tú también puedes ser un superhéore y si no lo eres es porque no quieres. Algunos lo llaman populismo neoliberal. “Uno puede pensar que de los errores se aprende, pero si asumimos que amos a ser precarios toda la vida, si asumimos el fracaso porque sí, aniquilaremos la posibilidad de cuestionar la desigualdad”, explica el sociólogo Jorge Moruno, que acaba de publicar No tengo tiempo (Akal).
Sobrevive fracasando
Como coaching de emprendedores, JK Rowling no tiene desperdicio. “Saber que has superado contratiempos y has salido de ellos fortalecido y más sabio supone que, a partir de entonces, estarás seguro de tu capacidad para sobrevivir. Nunca te conocerás de verdad a ti mismo, ni sabrás lo sólidas que son tus relaciones, hasta que la adversidad os haya puesto a prueba de ellas y a ti”, les dijo a los alumnos.
Saber que has superado contratiempos y has salido de ellos fortalecido y más sabio supone que, a partir de entonces, estarás seguro de tu capacidad para sobrevivir
El éxito no existe sin el fracaso en toda buena fábula liberal, porque son dos caras de la misma moneda. A saber: sólo estás tú y tu capacidad para sobrevivir en el paso por una selva (éxito) y sólo estás tú y tu capacidad para resucitar de la muerte (fracaso). Asumir que el fracaso es todo un éxito es asumir que la caída podría haber sido peor, que el dolor podría haber sido más grave o que la empresa que te ha contratado podría haberte pagado mucho menos.
El fracaso -la vida- es mucho más doloroso pero “vale mucho más que cualquier título que haya conseguido”. Lo que no explica JK Rowling es que el fracaso precariza.