“Que no os sorprenda ni os avergüence mi sinceridad”. Así arranca una declaración de casi cuarenta páginas de caligrafía densa y apretujada, escritas cuatro meses antes de su autora sea fusilada. Yevguenia Yaroslávskaia-Markón (1902-1931) avisa de la franqueza en la que relatará de urgencia su vida como revolucionaria y su muerte como contrarrevolucionaria. Los papeles fueron rescatados hace 22 años, en los archivos del Servicio Federal de Seguridad de la región de Ajánguelsk, por Irina Fliege, Directora del centro de investigación e información Memorial de San Petersburgo, que los publicó por primera vez en 2008 y subraya un hecho incuestionable: “Las últimas palabras de Yevguenia Yaroslávkaia resultaron proféticas. El mundo del hampa triunfó sobre el bolchevismo y la idea comunista”.
Es una autobiografía escrita como autonegrológica, en una calma y frialdad espeluznante. “Ahora ya lo sabéis todo de mi vida: la de una estudiante de liceo revolucionaria, llena de sueños, la compañera de un gran hombre y poeta, Aleksandr Yaroslavski, una eterna viajera, una antirreligiosa itinerante, periodista de Rul, vendedora callejera de periódicos, ladrona reincidente, adivina, vagabunda...”. Y lo firma en régimen de aislamiento, en la prisión de Zaichiki, en la isla Bolshói Zaiatski, donde hasta 1932 hubo una colonia penal femenina. Todo está incluido en el libro titulado Insumisa, publicado por Armaenia Editorial, con traducción de Marta Rebón.
Contra el Gobierno
Acaba de escribir sus andanzas vitales al ser acusada por manifestarse contra el poder soviético. En la sentencia se puede leer que la propia Yevguenia declaró que su objetivo final es “la lucha contra el poder soviético por todos los medios, la agitación y la propaganda, la preparación de las masas campesinas y del Ejército Rojo para un golpe armado contra el poder soviético, la comisión de actos terroristas contra los agentes de la OGPU, así como dar apoyo por todos los medios al mundo del crimen, a fin de utilizarlo para los mismos objetivos”.
Yevguenia consideraba que el Gobierno soviético desacreditaba la idea de la Revolución soviética de 1917, en la que que ella tomó partido. Denunciaba también que Stalin se escudaba detrás del nombre de los Soviets, pero no los tenía en cuenta en absoluto, por eso gritaba contra el Gobierno, porque lo veía podrido por completo. Se dedicó a denunciar la política represiva de los bolcheviques, “dirigida no contra la contrarrevolución y el enemigo de clase”, sino contra los más desfavorecidos, “el lumpenproletariado”.
La idea esencial de su discurso (ya en 1926) es que la Rusia soviética no era ni “paraíso socialista”, ni “infierno bolchevique”, sino un país capitalista ordinario. Su idea más sólida consistía en organizar un comité político de delincuentes “que aglutinara a todos los elementos antisoviéticos o simplemente criminales”, con el objetivo de liberar de los centros de reclusión, en primer lugar, a los condenados a muerte y luego a los mayores criminales.
Una revolucionaria clandestina
Es una auténtica desconocida y todo lo que sabemos de esta periodista y estudiante de filosofía es lo que ella misma cuenta de sí misma antes de su muerte, una vida increíble. Niña de buena cuna, en San Petersburgo, estudió en un liceo privado donde experimentó sus primeras dolencias de clase. “Empecé a sentir una dolorosa vergüenza por la apacible saciedad de la casa paterna, vergüenza por no tener que pasar hambre ni necesidades, pero, sobre todo, vergüenza por haber crecido como una “hija de mamá”, a resguardo de cualquier intemperie y constantemente protegida”. Cuenta que no dejaba de soñar con la felicidad de vivir en un sótano húmedo, de correr descalza y trabajar en una fábrica… Era su decisión: “Me convertiría en una revolucionaria clandestina”.
Durante la revolución de febrero de 1917, antes de cumplir los quince años, participó en la liberación de presos comunes de la cárcel de la Fortaleza Litovski. Se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y acogió la revolución bolchevique con “entusiasmo ideológico”. Le duró poco, en 1918 ya estaba decepcionada. Estudia filosofía en la Universidad y en 1921 ya distribuye propaganda antibolchevique.
El mundo criminal provee el personal imprescindible de hombres de la revolución. A estos se añaden los representantes de la “bohemia” literaria y artística
Entonces, ¿quiénes son los hombres de revolución?, se pregunta. “Está claro: la clase que nunca podrá ostentar el poder. Esta clase es el lumpenproletariado, que participa en todas las revueltas y revoluciones y que las abandona de inmediato en cuanto el movimiento que ha apoyado triunfa… El mundo criminal provee el personal imprescindible de hombres de la revolución. A estos se añaden los representantes de la “bohemia” literaria y artística, siempre revoltosa y vivaracha, y los profesionales de la revolución: terroristas y expropiadores, así como los grupos más intransigentes, anarquistas y maximalistas…”
Una revolución en marcha
Para Yevguenia la clase principal de la revolución (ladrones y maleantes), sin embargo, no puede llegara a ser gobernante, así como la clase principal del Estado (funcionarios y militares) no puede convertirse en revolucionaria (sólo puede pasar de servir a un régimen a servir a otro). “En resumen: el Estado y la revolución son dos platos de una misma balanza que cada uno trata sin cesar de inclinar hacia su lado, si bien no tienen sentido el uno sin la otra...”
En 1923 se casa con el poeta Aleksandr Yaroslavski. En un accidente de tren, pierde los dos pies y recurre a prótesis para andar. En 1926, los Yaroslavski están en Berlín y en París, clamando contra el Gobierno soviético. En 1928, Aleksandr es detenido por “desacreditar a la Unión Soviética en el extranjero”. Y en 1929, Yevguenia se dedica a “practicar el robo por razones ideológicas”. La atrapan varias veces actuando. Pasó a ganarse la vida echando la buenaventura (“con el objetivo de la propaganda antivolchevique y la agitación") y la vuelven a detener y a desterrar a Siberia.
Pasó a ganarse la vida echando la buenaventura (“con el objetivo de la propaganda antivolchevique y la agitación")
Pero huye a Kem, donde estaba encerrado su marido, al que trata de liberar y en 1930 es arrestada en plena operación (de la que todavía no se sabe nada). “No sabemos cómo pensaba concretar su plan de fuga, ni en qué fase se encontraba cuando fue descubierta”. Aleksandr fue condenado a la “medida suprema de protección social”, el fusilamiento.
Al parecer, el director adjunto de las Solovkí, D. V. Uspenski, se jactaba de haber matado él mismo al marido de Yevguenia, a quien quiso conocer en las celdas de aislamiento disciplinario (donde escribió esta autobiografía). Ella trató de matarlo tirándole una piedra, que no pasó del pecho. Lo volvió a intentar con un ladrillo, pero nada. A los tres meses se ejecutó la sentencia contra ella, en la colonia penal donde meses antes acabaron con la vida de Aleksandr. Uspenski participó en su fusilamiento.