Jessa Crispin es una intelectual punki; una raspa en el ojo que no intenta congraciarse con nadie: en Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista (Los Libros del Lince) repartió estopa a diestro y siniestro sin complejos, erigiéndose como una outsider total, inclasificable en un mundo de corrientes que embisten. Dado que no cree en casi nada -en casi nada de lo que propone la revolución más superficial de la lucha moderna por la igualdad-, apunta fino y alto y asegura que “Lena Dunham no es ni será feminista, sólo una cría malcriada que no tiene ni idea de lo que dice”, rechaza las camisetas con mensajes, aborrece el término “empoderamiento” y critica por igual a Beyoncé que a Hillary Clinton.
A la primera, porque, según dice, aprovecha su situación económica para cumplir las expectativas de belleza -lo que genera una imagen irreal que perjudica al resto de hembras que no pueden permitírselo- y a la segunda porque perpetúa, según su criterio, el liderazgo tóxico masculino. Levanta las cejas: “Nunca la habría votado, me da igual que sea mujer”.
Ahora está en Madrid porque participa en la IV edición de Princesas y Darthvaders, festival de humor, cultura de guerrilla y feminismo. Quedamos con la autora en La Casa Encendida para charlar sobre su pensamiento insurgente en cuanto al movimiento por la igualdad y, cómo no, sobre su nueva obra, El complot de las damas muertas (Alpha Decay), donde cuenta cómo escapa de la previsible vida del hogar, cargada sólo con par de maletas, y viaja para reflexionar sobre literatura, identidades, exilios y soledades necesarias como el comer.
Ser vagabunda: huir de lo rancio
“El libro marca un período de mi vida en el que estaba intentando imaginar qué pasaría si no vivía en un sitio fijo, si escapaba de esa posibilidad. Me había dado cuenta de que si vivía sola, en un lugar concreto, con la cabeza asentada y una residencia fija, me sentía mal. Aquí experimento otras maneras de moverme, de vivir… una vida nómada. Quiero ser vagabunda”, explica a este periódico. Crispin se expresa con los brazos largos y flacos, ríe nerviosa y escépticamente y lleva una pequeña calavera colgando del cuello. Lo que cuenta recuerda a esa anécdota en la que le preguntaban a Bob Dylan: “Oiga, ¿usted por qué siempre está de gira?”. Y él respondió: “Bueno, ¿qué hay en casa?”.
Tengo treinta y pico años, estoy soltera y tengo una vida excéntrica. La gente de mi pueblo piensa que estoy loca, que deberían encerrarme
Le hago esa misma pregunta a la escritora. “Yo crecí en una familia muy conservadora de EEUU y siempre he sido reticente a volver a mi lugar de nacimiento. En el último año lo he tenido que hacer porque estoy preparando un nuevo libro, pero allí, en mi región, en Kansas, me ahogo. Es infernal. Es un lugar rancio donde la gente odia al resto del mundo y tiene miedo a la diferencia”.
Cuenta que, en su caso, esa idea de volver al nido y a los paisajes de la infancia no le resulta tentadora en absoluto. “No echo de menos nada de eso. Tengo treinta y pico años, estoy soltera y tengo una vida excéntrica. La gente de mi pueblo piensa que estoy loca, que deberían encerrarme, pero a mí me gusta cómo vivo: mi vida nómada fue liberadora. Estoy deseando irme de nuevo, estoy harta de ese lugar con esa religión tan cristiana. Me agobian con sus conceptos de culpa y de vergüenza”.
Mujeres "maltratadoras"
En una de sus reflexiones del libro observa que a los biógrafos de grandes escritores les cuesta reconocer que hay esposas “maltratadoras”. ¿A qué se refiere? “Bueno, quizá hay una sobrecorrección en muchas biografías… la tendencia a la hora de tratar a las mujeres históricamente ha sido la demonización. Se las ha pintado como basura. Por eso creo que cuando se escribe sobre mujeres se tiende a corregir esa especie de maltrato estructural con una sobreprotección. Se ha querido corregir la verdad. Hay datos objetivos de que ciertas mujeres han sido manipuladoras, o malas, y se ha querido decir ‘ah, olvidemos esto, era una mujer angelical’. No. Hay que explicar siempre las luces y sombras”, comenta.
Crispin ha relatado en otras ocasiones que, según su criterio, el abuso no es cuestión de género, sino cuestión de poder. Aquí lo recalca. “Recuerdo a una mujer estadounidense que trabajaba en la administración Trump. Era corrupta y mentirosa, pero se la ha tratado con cierta condescendencia. Es una locura fingir que todas las mujeres, por el hecho de serlo, son ángeles. Espero que si alguien algún día escribe una biografía mía no me traten como a un ser de luz, porque no lo soy. Si hay algo censurable o atacable, por favor, que lo escriba”, sonríe. “Hay mujeres directivas que abusan de su poder. Conozco una empresa supuestamente feminista, dirigida por una mujer y donde trabajan muchas mujeres. Supuestamente se potencia el acceso a la mujer a altos cargos, y la prensa lleva varios años alabándola, pero ahí también hay casos de abuso de poder muy serios. La directora ha robado a sus empleadas, las ha maltratado, las ha despedido por quedarse embarazadas… son actitudes que siempre se achacan a los hombres”.
Subraya que “todo es cuestión de poder”: “Hay mujeres malas. Puedes hacer mucho daño sin necesidad de sacarte el pene. El Me Too no va a cambiar nada precisamente por esto, porque la clave del asunto es la estructuración del poder, su equilibrio. Mientras no haya una acción ahí, no va a conseguirse nada”.
Pero, ¿entonces no cree que la violencia sea patrimonio del hombre por una cuestión biológica? ¿Por qué entonces, fuera del ámbito laboral, ya en el personal y donde no tendría que haber jerarquías, son los hombres los que asesinan a las mujeres? “Insisto: no es biológico. Si fuese exclusivamente biológico, ¿cómo se explica que haya mujeres que maltrata a sus hijos? ¿Cómo se explica que haya mujeres acosadoras o mujeres que abusan de sus parejas hombres? No podemos reducirlo solamente a un problema de hombres por el hecho de ser hombres, no son malos por ello. Si fuese así, la solución es clara: castremos a todos los hombres, liquidémoslos, encerrémoslos en cárceles”, resopla. “Si se diese el supuesto de que un matriarcado sustituye a un patriarcado, podría incurrir en las mismas prácticas nocivas. Hay mujeres con poder que ya lo han hecho”.
Los vicios del Me Too y la prostitución
En cuanto a los vicios del Me Too, no le preocupan especialmente los nombres moralmente reprobables pero no legalmente que caen en las redes sociales, a veces con la duda de si injustamente o no. “Las redes sociales no son el problema. El movimiento no es el problema. Hay innumerables casos de gente a quienes le han destrozado la vida o la reputación los chismorreos. En mi pueblo ese método ha funcionado mucho tiempo, puede ser a pequeña o a gran escala, pero es difícil sobrevivir igual a ello. La gente siempre ha tenido la necesidad de tener cabezas de turco para resolver sus obsesiones y sus problemas”, comenta. “Pienso en Gary Oldman. Ganó el Oscar a Mejor Actor y, nada más hacerlo, le empezaron a acusar de violencia doméstica y de otros tantos hechos que nunca han sido demostrados. Posiblemente sean falsos. Pero es sólo un caso más de cómo la gente a veces busca excusas para destruir una reputación”.
Para mí no hay diferencia entre ser prostituta y ser minera: se puede ser igual de feminista
Una cuestión espinosa. Siendo Jessa Crispin una mujer contra el sistema, que cuestiona el feminismo light y que pretende derribar las estructuras de poder, ¿cree que se puede ser feminista y estar a favor de la prostitución? “Sí, por supuesto. En el mundo en el que vivimos la cuestión del sexo es muy complicada y admite muchos matices… pero para mí no hay diferencia entre ser prostituta y ser minera: se puede ser igual de feminista”, explica. “Si pudiéramos imaginar un mundo sin sexo… pero no podemos y no sabemos si sería preferible al que tenemos ahora. Partimos de la idea de que el sexo es fundamental en el mundo, y el trabajo sexual va a estar ahí de una u otra manera. Es preferible buscar un sistema en el que se legalice el sexo y se creen mecanismos para proteger a esas trabajadoras y se le dé autonomía”.
Emma Goldman: la musa
Crispin reconoce que la prostitución “es un negocio dominado por hombres”, pero apuesta por “una nueva regulación y una nueva manera de comprender el trabajo sexual”: “El problema es que se aprovechan de la vulnerabilidad de las mujeres. Habría que reducir la presencia del hombre en ese sector de alguna manera, si no seguirán cosificando a la mujer. No podemos abandonarlas. Ojalá haya más prostitutos para mujeres. El oficio, por sí mismo, no es ninguna tragedia. Es la rueda neoliberal la que lo envilece”.
Ya que señala siempre a tantas “malas” feministas, ¿cuales serían las buenas para ella? Se detiene. “Pienso en Emma Goldman. Últimamente he leído mucho sobre ella. Pero intuyo que no le gustaría que la llamase ‘feminista’, ella está por encima de todo eso. Las mujeres que más me interesan son casi siempre anarquistas y quieren cambiar todo el sistema”.