El proyecto de la Transición democrática española cuajó en los años noventa. Los Juegos Olímpicos, la Expo, el ladrillazo y Quién sabe dónde. El programa de Paco Lobatón (1992-1996) puso la guinda al supuesto hermanamiento entre vencedores y vencidos, aunó las experiencias conservadoras y progresistas por primera vez en el país. Es en ese momento cuando la reconciliación parece fraguar, cuando el programa viene a confirmar el objetivo de los padres de la Constitución: consenso y olvido del pasado inmediato para aspirar a un futuro longevo.

“Es llamativo que un país con dificultades para hacer memoria y que construyó su modernidad democrática en clave de “todo pasado es potencialmente una herida que no queremos reabrir” se enganchara a un programa de desaparecidos. O no”. La cita es del libro de Eduardo Maura, autor del ensayo Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal), que delata lo evasivo de desplazar el problema de la memoria de lo político al terreno “del misterio, de la agonía, de la sexualidad, algo comprensible, pero no por ello insignificante”.

Maura, portavoz de cultura de Podemos en el Congreso de los diputados, ha encontrado en varios símbolos de la cultura popular el rastro de la modernidad democrática. Uno de sus hitos es este programa: “Lobatón nos hacía a todos iguales ante el pasado, al contrario que la memoria histórica. La memoria interviene activamente en el pasado, es decir, reelabora activamente a partir de la rememoriación y la pérdida”, escribe.

Portada.

Al profesor de filosofía de la Universidad Complutense le llama la atención el vínculo que creó el programa con sus espectadores, porque subrayaba la colaboración con ellos. “Nos buscábamos porque éramos solidarios. Los cinco casos que se trataban semanalmente podían ser morbosos, pero el éxito del programa era incuestionable y merece una reflexión a fondo. ¿Era una forma de evasión? ¿Servía de terapia colectiva? ¿Qué función desempeñaba la pérdida del ser querido en esta búsqueda despolitizada? ¿En qué sentido el éxito de un programa como éste, que resolvió decenas de casos y protagonizó editoriales de El País, conecta con la España optimista y progresista del relato oficial de 1992?”.

Nueva transición

Así era el programa de Paco Lobatón. Cada semana España se reunía para buscarse a sí misma a través de sus desaparecidos. Sus nuevos desaparecidos. “Despolitizada la pérdida y el problema de la memoria, sí, pero también lo introducía en el salón de casa”, cuenta Maura, que investigó los años noventa porque cree que la consolidación de la educación y del proyecto de la Transición no acaba con la segunda victoria de Felipe Gonzáez, en 1986. De hecho, encontró un vacío de investigaciones en la década en la que, según su visión, convivieron la euforia con el miedo.

En los noventa teníamos pánico a que todo saliera mal. Para Maura a la modernizacion de España le acompaña un sentimiento muy conservador, como son el crimen de Alcàsser (miedo a que alguien pudiera hacerle daño a tu familia) y la ruta del bakalao (miedo a la pérdida y a que la vida no merezca la pena). “¿Por qué hay que huir de un país que va bien? ¿Por qué el miedo a la pérdida que se observa en Quién sabe dónde y el crimen? ¿Por qué miles de jóvenes se lanzan a construir una nueva fórmula de socialización en torno a la ruta del bakalao?”, son las preguntas que se hizo el autor para arrancar su ensayo.





Expectativas y oportunidades

“En España el relato de la modernidad democrática es una aleación de elementos conservadores y progresistas y en España no hay nada que no lleve esta aleación”, apunta Eduardo Maura. “España es un país en el que las personas toman las decisiones no en base a nuestras condiciones materiales sino en base a cómo nos imaginamos cómo vamos a ser. Es un país de expectativas y de oportunidades. La derecha aznarista entendió ese dispositivo y ofreció a España ese dispositivo aspiracional, y lo hizo mucho mejor que la izquierda. No hemos entendido ese elemento aspiracional que debería haber en toda política de izquierdas”.

Esto es lo que propone para nuestros días y para conquistar los cielos gubernamentales el diputado de Podemos: “La izquierda debe encontrar la manera de poner de lo aspiracional al servicio de la transformación social. La política española, a partir de ahora, va de confluencias progresistas, sabiendo que habrá que lidiar y asumir elementos netamente conservadores”. ¿Como qué? “Lo conservador es ese punto de bienestar que la gente quiere conservar antes de lanzarse a ninguna parte”.

Desclasamiento vital

No considera que Ciudadanos sea un proyecto político de cambio, en ningún sentido de avance social. Se refiere al bloque de izquierda, aunque prefiere no identificarlo. Eso sí, advierte que si la izquierda quiere liderar esta alternativa deberá entender que la clase trabajadora “quiere ser otra cosa, quiere poder elegir una vida diferente a la que tienen”. Y añade: “La gente trabajadora no quiere ser sólo trabajadora, quiere ser algo más. A veces la izquierda no ha reconocido a los trabajadores más que su condición trabajadora, como si no hubiera algo más en sus vidas”.

Maura es autocrítico con la izquierda. Para encontrar la llave del elemento transformador del siglo XXI ha revisado a fondo la euforia y el miedo de quienes vivieron Barcelona y Sevilla 92, de quienes quedaron impactados por el caso Alcàsser, disfrutaron con la ruta del bakalao o quedaron enganchados a Quién sabe dónde. De hecho, asegura que entender lo que estos hitos populares provocaron en la sociedad española “es más importante que entender Seattle, los movimientos antiglobalización o la insurrección zapatista”.