"Sabotearlo, romperlo, quemarlo, acuchillarlo... Lo que se te ocurra. El caso es dar una lección a los rojos... Destruir esa puñetera mierda antes de que la lleven a la Exposición". Hasta el bando sublevado ha llegado el rumor de que Pablo Picasso, bajo encargo de las autoridades de la República, ultima un cuadro reivindicativo de la lucha del pueblo español contra el golpe del fascismo. Pretende ser un grito de denuncia ante la comunidad internacional de las barbaridades que las tropas franquistas, apoyadas por las aviaciones nazi e italiana, están cometiendo durante la contienda. El tema de la obra es el bombardeo de Guernica.
La Guerra Civil continúa ramificándose, chapoteando en sangre. Es primavera de 1937 y los obuses y los cartuchos se queman ahora en el frente del norte. Tan solo dos meses después de viajar hasta Marruecos con el objetivo de traer de vuelta a España las 30 toneladas de oro que los republicanos han escondido en un buque mercante fondeado en el puerto de Tánger y cuyo destino es Rusia, Lorenzo Falcó tiene un nuevo encargo de su jefe, el Almirante, una nueva misión: sabotear el cuadro de Picasso; evitar, como sea, que el Guernica se exhiba en la Exposición Universal de París. El arte, y mucho menos si se trata de brochazos con carácter propagandístico, no le gusta a Franco.
Arturo Pérez-Reverte regresa en plena forma con la última entrega de la trilogía del personaje Lorenzo Falcó, el mercenario y extraficante de armas jerezano que trabaja como espía para el bando rebelde. En Sabotaje (Alfaguara), como en Eva y Falcó, donde el agente de inteligencia entreteje la utópica misión de rescatar a José Antonio Primo de Rivera y librarle de morir fusilado frente al paredón, la trama se desarrolla lejos de la línea de fuego, de las trincheras, en un mundo de artimañas y engaños donde también se decide el porvenir de la guerra, donde las frivolidades del día a día importan más que el traqueteo de las balas.
Lorenzo Falcó se esconde en su nueva empresa bajo el seudónimo de Ignacio Gazán, un chico de buena familia española afincada en La Habana y con muchísimo dinero. Simpatizante con la República, pero crítico al mismo tiempo: "No me hago ilusiones sobre mis compatriotas. Destruyeron una primera república y una monarquía y destruirán la república de ahora... Si le soy sincero, tanto miedo me da la barbarie de los moros de Franco y los mercenarios de la Legión como el analfabetismo criminal de las milicias anarquistas y comunistas. En los dos bandos me han fusilado familiares y amigos".
El expreso Hendaya-París conduce al espía, un patriota de sí mismo, a Francia, a adentrarse en un universo de intelectuales y negocios que no casa con sus conocimientos de agente sin escrúpulos, pero al que terminará por adaptar sus controvertidos métodos. Falcó es un inculto del mundo del arte al que ni tan siquiera le suena el nombre de Kandinsky. "No hay ignorancia que no quede a salvo tras un talonario de cheques", le recuerdan al encomendarle la misión, que tiene otra parte: hacer pasar a Leo Bayard, un escritor francés de éxito partidario de la República, por un agente fascista y lograr que sus camaradas lo maten por traición. En tiempos de guerra todo vale.
En medio del lujo que todavía se respiraba en la capital francesa en los prolegómenos del estallido de la II Guerra Mundial, entre tabernas, cabarets y estudios, con las calles llenas de automóviles con chóferes y taxis, con el sonido de las bombas muy distante, Reverte construye nuevamente un relato trepidante, vertiginoso, sustentado por el estilo y el ambiente propio que el autor había levantado en las anteriores entregas y que engancha al lector con una historia atractiva. Pero historia es también lo que se aprende leyendo Sabotaje, un thriller de fondo guerracivilista, una novela didáctica, que refleja un capítulo (ficticio) más de la lucha de la democracia contra el totalitarismo en los convulsos años 30 del siglo pasado.