Ha escrito una novela para echarse al monte, como aquél que dice. Manuel, el protagonista de Los asquerosos (Blackie Books), es un asceta, como usted.
Bueno, su vida es mucho más interesante que la mía.
La idea que vertebra el libro es el deseo de alejarse de todo.
Sí, el gran tema de Los asquerosos es el deseo de estar en absoluta soledad, mucho más que la austeridad, o la pobreza, o el aprovechamiento de los recursos. Manuel es un sujeto que ensaya la idea de vivir sin sus semejantes alrededor, y le gusta la experiencia. Este tío se va de “retiración”, que es una palabra que no existe, porque ahora, cuando dices que te vas a “El Retiro”… ya parece que estás rodeado de niños y bicicletas.
Me acuerdo de que la última vez que hablamos le llamé a un teléfono fijo, porque en el pueblo donde vive apenas hay cobertura.
Exacto, pero ahora podemos hablar por el móvil porque estoy en Madrid. En mi pueblo sólo se pueden tener conversaciones civilizadas por el fijo, por el móvil no se oye nada… la cobertura es penosa.
A ver: la historia arranca cuando el protagonista acuchilla a un antidisturbios, y entonces tiene que escapar a una aldea abandonada, donde se vuelve un Robinson Crusoe de la España vacía. ¿La elección del antidisturbios es una declaración de intenciones?
Él tiene un encontronazo en un portal con un antidisturbios, pero es en defensa propia, defensa pura y dura, ¿entiendes? Se defiende de una agresión injustificada, porque bueno… he intentado explicarlo bien… pero en ocasiones uno recibe agresiones injustificadas y se defiende. Manuel es un hombre que se defiende de un antidisturbios que iba de paisano y que se le viene encima sin que se sepa por qué.
¿Esto denota recelo hacia la autoridad?
Se han documentado casos en los que ha habido agresiones no demasiado justificadas por parte de funcionarios policiales. También ha habido intervenciones justificadas, claro. Quizá podía haber hablado de justificadísimas actuaciones policiales, pero he hablado de las otras.
De alguna manera culpa a un Estado que nos expulsa; que prometió proteger la sociedad y sólo la golpea. Una violencia de Estado que tiene fustigado a Manuel y hace que se pire al campo para no aguantar más numeritos.
A ver, el tío se va de Madrid con pena, pero se tenía que haber ido hace mucho tiempo, no de Madrid, sino del contacto con las personas. Cuando parece que está poniendo pies en polvorosa por un encontronazo con la ley, vemos que está poniendo pies en polvorosa por un encontronazo con la costumbre. Dicen que esas son las dos fuentes del derecho, ¿no?, la ley y la costumbre. El derecho es una creación social y éste es un tío al que el derecho le sobra, simplemente porque no hay sociedad a su alrededor, está en una aldea abandonada.
Usted también se fue de Madrid. Pero el caso es que no podríamos hacerlo todos, ¿no?, o no todos a la vez. ¿Puede todo el mundo aislarse de todo el mundo? ¿No éramos seres sociales?
Ya, pero es que para eso está la ficción, para que vivamos vidas que no podemos vivir. Yo en cualquier caso no aceptaría la radicalidad de Manuel. Ya te digo que estoy apartado, pero hay cosas a las que no pienso renunciar, y este Manuel sí renuncia.
¿Qué es lo que hace falta para vivir?
Una nariz para respirar y poco más. Hay gente sin nariz, digo yo, que también vivirá.
Respirarán por la boca.
Eso es. Y una lengua para sentir el agua, y un estómago. Y algún libro.
¿Qué libro quiere usted para vivir?
Una enciclopedia de cien volúmenes con mucha ilustración. Eso cuenta como uno, ¿no?
Sí. Lo aceptamos.
Entonces mejor pon que sean dos mil libros.
Estupendo, anotado. Puestos a hacer trampas…
(Risas) Gracias.
La vida moderna puede ser extenuante. Es usted un poco tecnófobo, ¿no?
No es que odie la tecnología. Es decir… no es asco a los cables, sino al uso que se hace de ellos. Para mí hay un invento prodigioso, y mira que tardé en acceder a él. Mis mejores amigos me han dicho: “Cuando entres a internet vas a flipar, internet se ha hecho para gentuza como tú, Santi”, y no les faltaba ninguna razón. Sería absolutamente falso decir que odio la tecnología. Vale que ahora estoy hablando desde un teléfono de estos que había antes… de estos de los 2000, y para mí tecnología también es un cúter, y me estoy fumando un puro encendido con un mechero y nada de eso deja de ser tecnología. Lo que sí es verdad es que vas por la calle y ves una dependencia que te asusta: un yonquismo del móvil terrible, menos mal que en eso no he caído. Lo que sí me da bastante asco es que a cuenta de la tecnología, sólo porque puedas hacer una foto de la Cibeles, eso genere un efecto de destrozo medioambiental tremebundo. Basura, basura.
¿A qué se refiere?
Pues a que cuando el teléfono no funciona acaba en no sé qué costa de Gambia y después lo tiran a no sé qué mar. Es una marranada. Me da bastante pena. Yo no tengo hijos, yo podría destrozar el planeta todo lo que quiera, pero estoy todo el día cuidando el agua, la electricidad, no sé conducir… Tienes que cuidar estas cosas tengas hijos o no. Las tienes que cuidar por pura hermandad con el género humano.
En el libro desliza que la pobreza puede molar: la pobreza entendida como sencillez, como austeridad, como desvestimiento.
Sí, pero siempre la pobreza como elección personal, eso es muy importante que quede claro. Porque la pobreza por culpa del gorronismo de otros… eso no tiene ningún aspecto noble, es una tradición nacional repugnante que va muy poco con lo que sería el sentido cervantino de nuestro país. Hay pobreza generada por el gorronismo de ciertas prácticas asociadas a la política y a la organización social. Son antinacionales. También hay una tradición franciscana en nosotros, los españoles, que a ´mi siempre me ha caído muy bien, y que está en ese pobre hombre de Rodrigo Díaz de Vivar, “con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga…”, o en gente como Dionisio Ridruejo.
Esta es una novela anticapitalista. Una novela austera en contra de la acumulación.
Es que ensayar formas de vida nuevas siempre es muy divertido, y la austeridad, insisto, como elección propia, es un maravilloso hobby, igual que coleccionar mariposas o sellos. Es maravilloso ensayar. Igual que tiene su gracia el día que te encuentras con mucho dinero y pasas un mes tirándolo. Una variación en tu vida siempre es muy excitante, un viaje de verdad, no porque cambies de ciudad, sino porque estás cambiando de chip, que es una palabra tecnológica pero es muy útil. Eso sí: austeridad elegida, elegida, no porque te estén echando del trabajo o porque te estén gorroneando las horas, eso no, eso no tiene ninguna gracia. Estoy harto de encontrarme a gente de enorme brillantez, de brillantez tremebunda, dedicándose a hacer virguerías con 4 euros, cuando tendrían que estar dedicándose, no sé, al engrandecimiento de Europa.
¿Qué más tiene que saber el lector, o, de hecho, yo misma, sobre esta novela?
Que al autor no le da vergüenza recomendarla mucho. Al menos hay un tío al que le parece que merece la pena leerla.
Mire que usted ha huido de aquí, de la capital, y que pasa de todo este ruido, pero la gente le quiere. Y lo que es mejor: le lee.
Sí, estoy feliz porque no me esperaba la acogida… en la presentación del libro me quedé… mira, yo nunca había estado en la librería Alberti, vamos, que no tenía el plano de la librería en mi cabeza. Y cuando entramos el editor de Blackie Books, Jan, y yo, pues vi como a tres personas y dije “uf, pues aquí no viene nadie, tal”. Y no sabía que tenía que bajar unas escaleras… bajé y me lo encontré todo lleno. No sabes qué alegría.
Fue como esas fiestas sorpresa de cumpleaños, ¿no? Donde todo el mundo finge que se ha olvidado del día y de repente el tipo se encuentra con un fiestón.
(Ríe). Sí, algo así. Yo no bebo alcohol desde hace 13 años, pero entran ganas de un buen coñac.
Más que leer:
-Feliz Final (Seix Barral), de Isaac Rosa, una novela imprescindible que radiografía el amor en la España precaria, las relaciones atravesadas por el capitalismo.
-Sabotaje (Alfaguara), de Pérez-Reverte, donde conduce a París al espía Falcó para evitar que la obra de Picasso se exhiba en la Exposición Universal.