“Tengo arrebatos de amor hacia cualquiera”: esto, esta síntesis, esta autopsia, si Isla Correyero fuese a First Dates, si se presentase en un club de fumadores y lo pronunciase exhalando el humo, si acudiese -genial y lúbrica- a un confesionario, si tuviese que cercar sus poemas con un lazo y ponerlos en órbita. “Tengo arrebatos de amor hacia cualquiera”, dice la creadora, porque su escritura es erótica y generosa, religiosa y tierna, también feroz y laica, porque su escritura besa y muerde, porque su escritura es un abrazo social: una certeza del dolor y una promesa de que las cosas comenzarán a ir bien, pero no sabemos cuándo.
Mi bien (Visor) es la antología merecida de una hembra brillante “melancólica. Melómana. Visionaria en la fe de los / sueños y el arte”, como escribe en Mi retrato a lápiz. “Bebo, fumo y esnifo. / Mi mente es un río caudaloso que nadie ha dominado (…) De mí se dice que no me canso de belleza”. Nació en Miajadas (Cáceres) en 1957, la niña Isla, y en cuanto se lanzó al folio demostró que podía ser todas las mujeres: simbólica como en Cráter, terrorífica y realista como en Crímenes -ahí la llamaron “Almodóvar”, por sus secuencias, por la marginalidad de sus personajes, por su fortaleza encubierta-, homoerótica y tímida como en Ámbar, humanérrima como en Diario de una enfermera. “La muerte sigue también detrás de mí. / Una mano me alcanza: / ¿Señorita?”.
En Para quién escribo, responde a la pregunta de su hijo Paolo, que también es nuestra. Isla pasó mucho tiempo bajo las luces blancas de un hospital, y escribía. Escribía “para los hijos que fuman los cigarros amargos a escondidas y lloran lágrimas nerviosas porque aún no han accedido a la soberanía de la enfermedad (…) Para las hermanas levísimas que besan en los labios y en los dedos la amarilla delicia de la fiebre de su hermano (…) Para el amante que no podá entrar a besar a su amado y que sufre llamándolo, sin voces: amor mío, amor mío (…) Para valorar el trabajo de las limpiadoras que renuevan el hospital y el ruido de la orina”.
Coños azules
Ella hace “degolladas crónicas de un cuerpo”, como dice en Pilato y Barrabás. Ella es moderna, moderna de verdad, aún en las épocas en las que ya no se sabe qué es atrevimiento. Ella adelanta el paladar de una casa, de un país, de una civilización; ella es urbana y sucia y también fantasmal y áurea. Ella compadece a los desposeídos, a los enfermos, a los tristes y a los que llevan gafas desde niños. La persigue el azul, el azul lo moja todo. “Mi coño eleva el conocimiento que tú le has enseñado. / La velocidad y el violento latido de una horca. / Mi coño alimentado por una boca física tiene el oficio / atlético de ser frágil y exacto (…) Tiene quinientos años de elegancia y de músculos (…) Coronado como abrirse las venas”, escribe en Terciopelo azul. Y en Coño azul lanza una misiva: “Aislado del amor / cualquier coño es violento”.
Cuenta el poeta Juan Antonio González Iglesias en el prólogo que este último, que molesta a los carcas -a los eufemísticos-, lo leyó Isla “con valentía” en pleno Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid, “donde han tenido lugar solemnes ceremonias de Estado”. Correyero sabe de las palabras “más dulces y duras de la lengua española”. Como cuando ama a una mujer y le pide: “Cierra tus caderitas con mil llave (…) Que hoy has venido a mí, mi niña, alegre, y yo busco tu amor hasta el futuro”. O como en Intangible: “Pequeña, como niña de mantillas; / se duerme en un runrún de plumas lacias / soñando con volar a otra tormenta. / Después de la tormenta, John Coltrane / mientras le puse el piercing de metal y ágata”.
La Pasión de Cristo
La poeta escarba y arranca: “Hablándome muy bajo me dijiste: / sácame el corazón y vete sola. / Con una mano mala te abrí el pecho / y hurgué entre las costillas y las venas”. Pone el bolígrafo sobre La Pasión, también de Cristo. “Lo que acaba de ti y a mí regresa, / lo que renace, / tu silencio, / la boca con que comes las piedras / y la fruta, / el sueño, la sangre de tu madre, mi sangre que / está en ti. / La tristeza que tienes y me ocultas. / Hijo...”, escribe en María a Jesús. “Mucho más grande que la muerte es el / amor”, confirma en Curación de la niña Hemorroísa.
Isla tiene poemas que te zarandean por los hombros, como un matón a las puertas de una discoteca, como una reyerta por celos. Ahí Ponte de rodillas, tío. “Ponte de rodillas y dime que ya me has olvidado. / Ponte de rodillas tío y pídeme perdón (…) Violentamente preparada y desmedida / me he levantado de mi muerte y mi deseo / para desplomarme ante tu indiferencia. / La cantidad de destrucción que me has causado tío / es como un saco de piedras atado / a mi brazo derecho. / He acumulado venganzas y pasiones que no son de este / mundo. Solitarias y desobedecidas (…) definitivamente tío pídeme perdón / soltándome / como a una perra / alada”.
Le escribe a los machos que llaman a las mujeres como a los perros -“chisss, chiss (…) ni una palabra humana para mi / tenías para espantarme de mi propia casa / para llamarme sin nombrar mi nombre”-, le escribe al hombre que en 2008 ya no se parece a aquel que sonreía en una foto del 82. Se venga en Notaría: “Que te persiga tu terrenal codicia”. Es poderosa, Isla Correyero, es femenina y oscura, es digna y autosuficiente. Miren Resplandor, de despedida: “Dicen que sólo tiene curvas y belleza / dicen de ella que / sólo sabe caminar como los tigres hacia el gamo herido. / Sólo marcar figura y arrogancia dicen. Dicen sólo / impostura y Gloria / química en el aire. / Yo digo que hay talento en esa mano...”.