Gioconda Belli (Nicaragua, 1948) tiene algo de chamana: por el colgante turquesa y enorme que le cuelga en el centro del pecho, por los cabellos salvajes, por la cercanía sabia con la que mira el mundo y lo traduce a los descarriados. Poeta, prosista, activista, feminista que escribe poemas de devoción a hombres, amante, y rebelde, rebelde, rebelde. Toda su vida ha sido una sucesión de motines, de revueltas personales y políticas. Primero contra la niña buena -que estaba programada para ser-, luego contra la esposa dependiente, más tarde contra la ciudadana sometida.
Ella habla de liberación en todos los espectros, del sexual al electoral pasando por la conquista de uno mismo. De la dignidad propia: de la identidad reinventada. Militó en el Frente Sandinista y ahora, con el esperpento tiránico de Daniel Ortega dirigiendo su país, anda desencantada de las viejas guerras, pero aún insiste en la lucha.
Publica Las fiebres de la memoria (Seix Barral), una novela familiar que escarba en sus orígenes a partir de la historia su antepasado Charles Choiseul de Praslin, un noble de la corte de Luis Felipe I de Orleans, rey de Francia, que se ve acusado de un crimen pasional. Finge su suicidio y, en su huida, embarca con destino a Nueva York. Para reconstruirse. Para enamorarse. Y para dar sentido a lo que vino después: la propia Gioconda. Habla en masculino y primera persona. Se convierte. La Belli es todos los hombres y todas las mujeres.
¿Qué relación tiene Gioconda Belli con su memoria?
Bueno, mira, la memoria para mí es una fuente inagotable de sensaciones, de reflexiones y de materia prima para la imaginación. Yo creo que uno está construido de su memoria. Y esa construcción es cambiante. Curioso, porque aunque la memoria pareciera ser una cosa estática… cuando uno realmente trabaja con la memoria te das cuenta de que hay siempre un elemento de fantasía.
¿Has querido borrar algo de tu memoria o editarla, alguna vez?
Lo que se olvida es lo que uno no quiere recordar. Dicen que la infancia es feliz, pero es una infancia que no se recuerda. Me acuerdo de una vez, hablando con García Márquez: le estaba contando de un amor que había tenido, tormentoso y terrible, y había terminado con este tipo. Le dije: “Sólo me acuerdo de las cosas lindas”. Y él me dijo: “Son las trampas de la nostalgia”. Qué lindo, ¿no? Porque la nostalgia es selectiva y te hace recordar lo que quiere.
El libro está escrito en primera persona del masculino. ¿Cómo es tener dentro un hombre?
Fue bien interesante, fue un reto. No fue tan difícil como yo pensaba que iba a ser: me poseyó la voz de él. Hay una cantidad de cosas que él dice y piensa que son tan diferentes a mí y a mi propio pensamiento, pero me lo imaginé… tan hombre de esa época.
¿En qué cambia el enfoque? ¿En qué se fija el hombre a la hora de narrar la vida que no se fija la mujer, y viceversa?
Bueno, creo que el hombre tiene la capacidad de compartimentar las cosas. Para nosotras es mucho más importante la relación entre las personas. Y cuando él empieza esa aventura enorme que le lleva de un lugar a otro y va teniendo toda esa recomposición de sí mismo… yo siento que va feminizándose en cierta manera, porque ya lo material no le preocupa tanto. Siente que está viviendo una vida nueva. Y está más enfocado en las relaciones que va haciendo con las gente, y eso es un cambio enorme para él.
Sí que el libro reflexiona mucho sobre la construcción de una nueva identidad. ¿Es Gioconda Belli hoy la misma persona que cuando nació; o se ha tirado abajo y vuelto a edificar alguna vez?
Muchísimas veces. Yo siento que todos nos construimos y deconstruimos. Esta historia viene de mi infancia, en el sentido de que yo tenía tres abuelas y no sabía por qué tenía tres abuelas paternas. Materna no tenía, porque la mamá de mi mamá se murió muy joven… pero nadie más de mis amigas tenía tres abuelas paternas. Entonces la historia de mi papá… nació en una relación fuera del matrimonio, lo cría su abuela, no se da cuenta de que su abuela no es su mamá hasta mucho tiempo después, al mismo tiempo se da cuenta de que quien él creía que era su hermano era su papá… hay una reconstrucción. Bueno, cuando te enteras de tu origen, cambia todo.
Yo viví fuera de Nicaragua: una vez por el exilio, otra vez me fui a EEUU porque me casé. Yo quería separarme un poquito de Nicaragua porque se acabó la revolución. Ahí me di cuenta de cómo uno se recompone. La migración es uno de los aspectos que me interesaba a la hora de escribir esta novela. Ahorita mucha gente migra. ¿Qué pasa cuando vos te arrancás de tu lugar, te tenés que ir a otro país…? Es un proceso completo. Reinventarte. Tener otra oportunidad.
¿Cuánto de lo que somos es herencia familiar? ¿Esos lazos nos hacen fuertes o nos hacen esclavos?
Yo pienso que la herencia familiar es algo que queremos contradecir casi siempre. Queremos ser diferentes a nuestros padres… pero hay mucho que está ahí todavía. En América Latina hay una ciencia nueva que se llama “las constelaciones”, y que trata de reconciliarte con la idea de tus ancestros, y que sientas que sos parte de una cadena continua de humanidad. La idea de pensar de dónde venís, todo lo que hay detrás y toda la gente que vivió para que vos existieras. Eso me pareció bien hermoso. Este es un personaje bien complejo: a veces es bueno, a veces es malo… pero al mismo tiempo, sentir que vienes de tantas permutaciones del ser humano… qué lindo, ¿no?
Es casi milagroso que estemos aquí. Eso sí, también dicen que la mitad de nuestra vida nos la estropean nuestros padres y la otra mitad nuestros hijos.
(Ríe). Ay… no, yo no pienso eso. Pero yo pienso que la vida es fascinante porque te va poniendo todos esos retos. El primer reto es romper con la programación de tus padres. A mí me costó bastante. Yo estaba programada para ser la niña buena, casarme, tener hijos… romper con esa programación te significa una escisión vital pero al mismo tiempo es como entrar por una grieta dolorosa a encontrarte con quien realmente sos. Apropiarte de ese ser y no tener miedo.
¿Cuál fue tu primera rebeldía?
Mi primera rebeldía fue romper con el matrimonio… yo me casé con 18 años la primera vez. Tuve mi primer hijo a los 19. Y mi primera rebeldía fue no aceptar que mi esposo me impusiera que yo no iba a trabajar. En ese tiempo estaba mal visto, se suponía que tu marido te mantenía. Y yo dije “no hay manera, yo voy a trabajar, necesito tener mi propio dinero”. Y no había leído a la Virginia Woolf todavía (risas).
Qué panorámica nos dio ella.
Total, y su cuarto propio… Pero yo tuve una mamá muy especial. Muy avanzada como mujer. Era muy moderna, y me hizo amar mi ser mujer. Me hizo sentirme espectacularmente bien siendo mujer. Me hizo amar hasta la menstruación. Cuando ya me contó el cuento de la menstruación fue una cosa maravillosa. Salí del cuarto donde me había contado… sintiendo compasión de mis hermanos, que nunca iban a tener la regla. Esa sensación de poder me ayudó. Esa fue una rebelión. Otra rebelión fue meterme a militar en el Frente Sandinista. Mi vida ha sido una sucesión de rebeliones.
¿Qué sabes hoy del amor que no sabías con 18 años?
El amor requiere una enorme capacidad de juego. De humor. De no conformarse. De no convertirse en mueble para la otra persona. Las mujeres tenemos la gran capacidad de mantener el amor vivo, pero tenemos que trabajarlo. Yo pienso que si fuera por el hombre, después de que te casás y todo eso… se acomodan. Yo he sido muy consciente de que me toca a mí la provocación.
En Sobre la grama, tu primer libro, hablabas hondamente de sexualidad femenina. Aquí en España la liberación sexual llegó tras la muerte de Franco, pero rápidamente vino el capitalismo a absorberla y a hacerla monetaria. ¿Qué hacemos para que no se comercie con nuestro erotismo? ¿Cuál es el punto entre conquistar una libertad sexual dentro de la dignidad sin que sirva a otros y nos usen como producto de consumo?
Bueno, eso tiene que ver con sentirse sujeto de la sexualidad. Las mujeres todavía somos objeto sexual. Una cosa que me comentaba alguien de las muchachas jóvenes: no se dan cuenta de que al jugar con sexualidad, al exponerla… no lo están haciendo tanto por sí mismas como por cumplir ese rol para el hombre. Es una cosa delicada, porque la libertad sexual tiene que ser para uno mismo. Para el placer propio, para el poder propio, porque el sexo tiene un poder extraordinario. Nosotros somos sensuales, sexuales. Tenemos que aprender el erotismo no para complacer a nadie, sino para disfrutarlo nosotros y usarlo como nos dé la gana. Pero no como para ser objetos de nadie.
¿Es posible hoy un partido de la Izquierda Erótica, como proponías en El país de las mujeres? Ahora algunas de las reivindicaciones feministas de la izquierda son acusadas de puritanas.
Sí… bueno, yo creo que ya no le pondría “izquierda”. Ahorita acaba de suceder una anécdota bien linda en Nicaragua y te la voy a contar. El domingo antepasado hubo una manifestación, y ahora prohibieron las manifestaciones en Nicaragua. Porque hay una dictadura terrible. Pero la gente fue a manifestarse de todas formas. Capturaron a 38 personas, entre ellas como a 10 o 15 mujeres. Las metieron en una celda. Y una de las mujeres, como de mi edad, mayor, de la vieja generación sandinista, le dijo al resto: “Miren, nos vamos a pintar los labios todas en rojo para vernos rebeldes en la cárcel”. La llaman a interrogarla y le dicen: “¿Y usted a qué organización pertenece? ¿Es de la CIA?”. “Yo pertenezco a la Asociación de Mujeres del Pico Rojo", respondió. Entonces ahora en Nicaragua el pico rojo se hizo viral y los hombres también se pintaron. Ahora sería el partido del Pico Rojo.
¿Te genera rechazo, entonces, la palabra “izquierda”, o el concepto "izquierda" no tiene la culpa de lo que está pasando en Nicaragua?
Yo pienso que la izquierda tiene una vena autoritaria que es muy peligrosa. Los que hemos sido de izquierdas hemos intentado justificar esa vena, pero no podemos seguir haciéndolo, yo ya no lo voy a hacer más. La izquierda tiene que reinventarse también, reimaginarse. Hay una crisis de imaginación terrible. En América Latina tuvimos la oportunidad con una serie de gobiernos de izquierdas y fueron fracasando por la incapacidad de imaginar una izquierda democrática, con libertad… fueron tratando más bien de convertirse en la voz de la verdad, y en coartar la libertad de los ciudadanos, y en perpetuarse en el poder. Eso de “yo voy a ser el Bien”, y los demás no. Eso ha sido nefasto para la izquierda.
¿Te arrepientes de haber militado?
No, yo me siento orgullosa de mi pasado sandinista, porque realmente fue un pasado muy necesario en ese momento histórico. Había que derrotar a ese tirano que teníamos de 45 años, igual que ahorita tenemos que derrotar a este engendro del mismo sandinismo. No me arrepiento de eso, no me arrepiento de la esperanza que suscitó la revolución sandinista. Me arrepiento de que éramos muy jóvenes, muy ingenuos, y estábamos muy permeados por una visión ideológica que ya no suscribo.
Dicen que la gente de izquierdas se vuelve de derechas con el tiempo.
¡Pero yo no me he vuelto de derechas, tampoco…!
Es cierto que esa frase siempre la dice la derecha.
(Risas). Sí, sí. Yo sigo siendo de izquierdas, pero me siento de una izquierda que quiere ser democrática. Me gusta la socialdemocracia, por ejemplo. Me parece que de todas las izquierdas que han existido hasta este momento en la Historia, ha sido la más positiva para su gente. Hay que aprender de ello.
¿Cuál es hoy tu revolución?
Es totalmente política mi revolución. Quisiera ver a Nicaragua libre otra vez, libre de Daniel Ortega y su esposa, que están haciendo un papel nefasto. En 6 meses, 400 muertos. Como 30.000 personas han salido de Nicaragua, 2.000 heridos, mucha gente capturada, tratada por terrorista… con un discurso absolutamente mentiroso. Han convertido a las víctimas en victimarios, han juzgado a los muchachos jovencitos, sin derecho a la defensa, con abogados asignados por ellos, en juicios a puerta cerrada… han hecho una justicia absolutamente ilegal, amañada. La situación en Nicaragua está muy mal. Han puesto a funcionar unas fuerzas paramilitares que no tienen ninguna vergüenza en matar, golpear… ahorita tienen sometido a ese país a punta del terror.
Sigues viviendo allí. ¿Cómo es residir en una dictadura?
Estamos casi en un estado de sitio. Después de las seis de la tarde uno no puede salir, es peligroso, todo el mundo se refugia a la caída del sol. Y estás en situación de permanente vulnerabilidad. Yo no sé qué día me pueden decir que no vuelva. Cada vez que vuelvo estoy asustada de que me detengan en el aeropuerto, o si voy a salir me preocupa que no me dejen, o en la noche que me lleguen a golpear la puerta de mi casa. Mi hijo, que amo, se tuvo que ir a Costa Rica.
¿Te planteas irte?
No, todavía no. Es mi patria y no quiero irme. Voy a luchar para no tener que irme.