Helena no es Lolita -de Nabokov ni de Kubrick-. Helena no es Luna -de Miguel-. Helena es Helena y quiere independizarse del arquetipo y de la creadora, de la presión literaria inaguantable de haber sido una niña deseante y deseada; de la víctima que se espera de ella y del verdugo que a ratos se siente. Helena sabe que “cada cual mata lo que ama”. Y que “el orgasmo, como la muerte, deja el corazón vacío”. Conoce que el romance, y el sexo, y la literatura, y la carne cruda y la bebida se empapan entre sí hasta mirarnos con ojo cíclope. Tenía 15 años cuando ¿se enamoró? de su profesor de literatura: Roberto. Él tenía 39. Pero Helena, de nuevo, no es Lolita, porque Helena toma la palabra: los hombres que la soñaban ya escribieron demasiado.
“Mi intención no es hacer una revisión: quiero presentar a una mujer sobre la que recae un peso enorme, como el que ha recaído en muchas de nosotras de adolescentes, y es el peso de darte cuenta de que te consideran una Lolita. Eso hace que tu historia ya no sea tuya: no vas a poder hacer nada porque hay un personaje que lo ha copado todo. Lolita es un estereotipo muy potente”, explica Luna Miguel a este periódico. “La diferencia fundamental es que Helena conoce a Dolores Haze y Dolores Haze no conoce a ninguna como ella antes: eso te condiciona a la hora de leerte a ti misma, de entender tus propios deseos”.
La poeta Luna Miguel ha dado a luz una primera novela perturbadora, irreverente, sensual e intuitiva hasta el tuétano; una cámara secreta que estudia las texturas de la mujer por dentro; un diario de obsesiones, y pánicos, y deslumbramientos, y rabias; un rosario de palabras calientes que hilvana las vidas que ya no vamos a tener. El funeral de Lolita (Lumen) es el relato inspirado y brillante de una hembra que renace: un día, cuando tiene 30 años, Helena recibe la noticia de que su viejo amor -en todos los sentidos de “viejo”- ha muerto. Roberto ha muerto. Roberto, el hombre que le enseñó a Pavese, y a Zurita, y a Salinas; el hombre que le metió los dedos bajo la falda cuando era una niña; el hombre prohibido porque era mayor, porque estaba casado, porque era su profesor, porque era un monstruo o porque tal vez no lo era.
Literatura y erotismo
Cuando se entera de su fallecimiento, viaja de Barcelona a Madrid a reencontrarse con su pasado y a ordenar asuntos pendientes con su mundo, que es su memoria. Abraza esas imágenes que huelen a otro tiempo pero están -qué dolor- tan presentes en la mujer que hoy es: joven, algo esquiva, deslenguada, reputada crítica gastronómica. “Con Helena comparto espacios geográficos y lecturas. Ella empezó leyendo, sobre todo, a hombres. Ellos eran los Chinaskis, los Holden Caulfield; ellos eran los John Fante, los de la generación beat, y todos eran hombres libres que tenían futuros prometedores o desgraciados, pero al menos podían hacer lo que les daba la gana. Sin embargo, si mirabas a las mujeres… en mis manos cayeron Lolitas, Vírgenes suicidas… el panorama no era muy prometedor”, sonríe Luna. “Ella piensa: ¿cómo romper con esto? ¿Sobreviviré al mundo tal y como está concebido? ¿Me violarán? ¿Me insultarán? ¿Me respetarán? Esas preguntas son las que a ella le surgen y yo las siento muy cercanas”.
¿Utiliza Roberto la literatura para ir permeando emocional y sexualmente a Helena? “Esto me interesa, porque ella siente fascinación absoluta por todo lo que él le muestra, al principio, pero hay un giro, que es cuando ella le deja a él un cómic… y a él no le interesa nada. El punto fuerte para Roberto es sentirse más inteligente, más poderoso y más necesario para esa niña que lo que ella pueda ser para él. Luego ella, por su cuenta, busca sus referencias, sus autoras: Anaïs Nin, Amélie Nothomb… y él se da cuenta de que ella ya siguió su camino. Ella se va a enterar de que no le necesita, ni para leer, ni para vivir, ni para escribir”.
Buenos y malos
“¿Y si soy yo la mala? ¿Y si la víctima es él? ¿Y si es mentira que soy Lucrecia?”, escribe Helena. Y coge la batuta. “Esto no hay que olvidarlo, ella quiere estar con él. El problema es que no sabemos si está bien que ellos estén juntos". ¿Puede una niña de 15 años ser autónoma, saber lo que quiere? ¿Llegamos acaso a saberlo alguna vez, a ser del todo responsables de nuestras decisiones y nuestros deseos? “Ella pasa todo el libro intentando ser responsables de sus deseos. La relación con su jefe me gusta, es un punto que quería mostrar porque es exactamente lo mismo: la atracción por alguien más poderoso que tú. Hay una búsqueda. Ella no para de preguntarse cómo alcanzar sus deseos sin hacer daño a los demás”.
Un último apunte sobre un personaje importante: Laura, la mujer de Roberto, con la que Helena coincide en su funeral. “Para mí el punto de vista de narrador que he elegido siempre va a ser egoísta con respecto a Laura: ella es la que más sufre. Se da cuenta de que la han estado engañando, se entera de que hay una chica de la que su marido abusó… y que ella estaba enamorada de su abusador”. ¿Se merece Laura una novela?