Iván Repila (Bilbao, 1978) es una de las voces literarias más potentes de su generación: franco, cotidiano, político, filosófico, impertinente, lúcido lanzador de bolas curvas. Su último trabajo, El aliado (Seix Barral) es el primer libro sobre feminismo de 2019 que merece profundamente la pena -entre el oportunismo editorial que trata de exprimir el movimiento lanzando tomos vacuos, uno tras otro, uno tras otro-: él dirá que, en realidad, va sobre machismo, que es de lo que él, como hombre, entiende.
Se trata de una apuesta radical que oscila entre la crónica y la novela. El lector, la lectora, se verán salvajemente reflejados en sus letras. El protagonista de El aliado se considera "el tío más feminista del mundo", pero arranca el libro tirando huevos -icono de la masculinidad: "los huevos somos nosotros"- a un grupo de mujeres semidesnudas que pelean por la igualdad de derechos. Pero pronto, ah, se enamora de Najwa, una activista feminista que le toca hasta la última arteria. Y le llena de aprendizajes... aunque él, más que en las lecturas, confía en los motines violentos.
¿Por qué se publican todos los días tantos libros malos sobre feminismo? Especialmente, ensayos recopilatorios que siempre cuentan lo mismo. ¿Qué análisis haces de esta burbuja editorial, cuánto hay de oportunismo?
Contestándote en calidad de lector, no en calidad de escritor, te diré que por suerte me acerco a los libros que me recomienda la gente que tengo cerca, así que no pudo afirmar algo tan contundente como que “hay muchos libros malos de feminismo”. Tú podrás responder esa pregunta mejor que yo. En cuanto al “oportunismo editorial”, bueno, la edición es un negocio. Por un lado sí que hay un interés social en el ambiente, es bueno que en el universo contemporáneo esto se hable y se discuta. Creo que los editores están atentos a los tiempos en los que se publican las cosas y que el negocio no es todo lo interesado que puede. Mi libro, en concreto, no es sobre feminismo. Es sobre machismo y hombres machistas. Este tema lo controlo muy bien: todo el universo del machismo y el micromachismo.
Tu manuscrito de El aliado es anterior a Weinstein y al Me Too. ¿Lo viste venir?
En el libro hay elementos que han sucedido en la vida real, pero no quiero decir que fuese un visionario, era sumar dos y dos. En el ambiente que había a nuestro alrededor la gente ya estaba empezando a hablar… todos, en los últimos años, hemos desarrollado una sensibilidad mayor (los tíos no la teníamos, pero muchas mujeres ya estaban vinculadas con el feminismo y lo trabajaban y lo estudiaban). Los hombres como yo hemos ido espabilando. En mi vida privada, muchísimas mujeres con las que tengo una relación íntima y personal de amistad empezaron a soltarse en conversaciones, a contar cosas que les habían pasado: mi estadística de mujeres a las que quiero que han sido abusadas o agredidas es interminable. Esto me dejó completamente tocado, antes de que a los medios llegase el Me Too. Era algo que iba a caer por su propio peso.
Hay un momento del libro donde el protagonista dice que el concepto “feminista” le suena peyorativo de fondo, a pesar de que conoce su significado real y lo comparte. A mí me pasa igual con “aliado”. ¿Qué es ser un aliado hoy, por qué parece que suena con retintín?
Esa sensación que tienes tú también la tengo yo, por eso el título del libro está escrito desde la mala leche. “Aliado” ha perdido su significado original. En esa palabra nos hemos resguardado muchos hombres: hombres que nos creíamos buenos feministas porque estábamos a favor de la igualdad y punto. No éramos proactivos, no nos interesábamos en los textos feministas, no alcanzábamos la complejidad del movimiento, no participábamos del pensamiento: sólo vestíamos una camiseta de “aliados”. Era una postura comodísima. Practicábamos micromachismos y macromachismos en nuestra vida cotidiana, a veces nos dábamos cuenta y ¡ay! Preferíamos que no se supiera. La palabra “aliado” ha sido un reducto de vagos y de gente desinteresada, de gente que no ha querido tomar partido. Tenemos que buscar palabras nuevas. Esa es irrecuperable.
¿Cuántos aliados hay en redes sociales que sólo buscan sexo?
(Ríe). Esa pregunta se la tienes que hacer a las mujeres, a los objetos de este deseo. Pero te puedo poner un ejemplo: recuerdo el 15-M. Yo vivía en Madrid y estuve en Sol durante días y días, participando del movimiento activo que sucedía ahí. Fue muy interesante. Tenía un par de colegas, no amigos, que nunca parecieron personas muy interesadas en la política pero estaban ahí conmigo. Yo decía “estos estarán aquí flipando en colores con los porros”. Pero venían porque “las revolucionarias feministas estaban muy buenas”. Yo ahí en Sol, conmovido… después de las hostias en Plaza de Cataluña. Sol gritaba: “¡Esto es plaza Cataluña!”. Y mientras estos colegas echando el ojo a ver a qué revolucionaria se podían llevar a la cama. Los aliados también querrán follar, claro, aunque yo no los he encontrado.
¿Para qué sirve la violencia? ¿Puede, debe la revolución feminista ser violenta, como todas las grandes revoluciones que han vencido, o la violencia es patrimonio de los hombres y utilizar esa herramienta sería copiar los vicios que se tratan de corregir?
Yo también me lo pregunto. Planteas lo mismo que Judith Butler: ella quiere la revolución pero sin las herramientas tradicionales de violencia que son propias del sistema que se quiere derribar. No tengo una respuesta clara. Si tuviese una respuesta, no habría escrito este libro: escribo desde la duda. Esta pregunta se la hace mucha gente: ¿hay que empezar no a matar gente, pero sí a actuar como los chalecos amarillos franceses, con cortes de carretera, con barricadas, con huelga general indefinida…? ¿O hay que dejar la cosa más tranquila, menos de portada, sin incendios y con discurso?
Suena bien, pero es más lento.
Eso dice el protagonista de mi libro: “¡Es que vais muy lentas!” (ríe).
¿La biología contradice el feminismo? Lo planteas en la novela. “No, es que los hombres somos infieles por cuestiones biológicas...”.
Yo he crecido con esas películas. “Los hombres somos infieles porque tenemos que repartir la semilla...”. Te lo repiten cien veces cuando eres pequeño y lo asumes como algo verdadero. Hay muchos cuñados de este tipo que hablan sólo por lo escuchado, porque las personas que de verdad se interesan por el biologicismo, por el esencialismo, son muy especialistas.
Dices que eso son excusas para conservar los “privilegios antiguos”.
Sí. A mí me da miedo que la gente se crea este tipo de estupideces. Hay mucha vagancia intelectual.
Pero es cierto que hay diferencias biológicas entre machos y hembras.
Es muy complejo y sería muy atrevido por mi parte entrar aquí. Porque, por ejemplo: ¿la fuerza es masculina? Si comparas a Arévalo con Serena Williams… no. Hay muchas piezas culturales y biológicas mezcladas entre sí. O las ganas de follar: las tienen mujeres y hombres, basta de atenerse a razones biológicas, es un completo disparate. Hay hombres con más y menos testosterona. Hay muchos matices.
¿Uno puede hacerse feminista por amor?
No diría que nadie se hace feminista por amor, pero te puedes interesar más por el feminismo, por cercanía con las personas. Lo importante es escuchar. Los hombres tenemos que aprender a escuchar, llevamos mucho tiempo ocupando el centro de la habitación. Hay privilegios claros, como el techo de cristal, pero hay otros tácitos: tomamos más la palabra, por ejemplo. Cobramos más protagonismo. Tenemos que callar, que estudiar, que escuchar. Somos muy egocéntricos, siempre lo hemos sido, y tenemos por delante un duro trabajo de deconstrucción, no sólo de la masculinidad, sino de nuestra propia identidad como seres humanos.
“Para que luego digan que a los hombres no nos maltratan”, dice un personaje del libro. Y queda en tono cuñadesco, pero es cierto que a veces se niega esta realidad, ¿no? Las mujeres podemos herir al hombre, aunque la violencia estructural sea hacia nosotras.
Sin duda, las mujeres son capaces de maltratar a los hombres. No creo que se esté obviando, creo que vivimos en un sistema y en una sociedad donde prevalece un tipo de maltrato. Se permite un abuso específico y sistemático. El abuso de las mujeres hacia los hombres existe, pero no es sistémico ni estructural, no construye un mundo ni una visión de él. Es algo residual. No es remotamente comparable.
¿Qué has aprendido sobre el feminismo y el sexo documentándote para este libro?
Nada particularmente especial, a todos nos gusta el sexo, da igual que seas feminista o machista.
¿Es verdad, como dice Pablo Iglesias, que los hombres feministas follan mejor?
(Ríe). Eso es… lo importante del sexo es hablarlo. El sexo tiene muchas cabezas distintas. Esa frase me parece estúpida, es una tesis absurda, porque hay machistas que follan bien, porque se puede ser profundamente machista y que te guste complacer a la otra persona. Además, ¿qué es “follar mejor”? Es un concepto complejo.
¿Cómo será el mundo dentro de 50 años?
Hay una diferencia entre lo que creo y lo que deseo, supongo. Yo deseo una destrucción casi completa del sistema en el que vivimos, espero calles ardiendo, de verdad te lo digo, espero que las cosas hayan cambiado mucho y que las ciudades y los modos de vida sean distintos. Quiero una destrucción parcial del sistema. Seguramente, si me pillas en un día más triste o más negativo, te diré: ¡todo estará igual!
¿Apoyándose sólo en la educación pueden hacerse avances?
La educación tiene muchas patas. La familiar tal vez sea la más importante, pero está la escolar, la social, y ojo, la educación de los medios de comunicación… la televisión. Si entendemos la educación como una araña con muchas patas distintas, sí es posible. La educación está en la literatura, en los museos, en los periodistas y en el director de La Sexta. Y, cómo no, en la convivencia con tus amigos.