Guillermo Martínez (Bahía Blanca, Argentina, 1962) no parece concebir la novela sin asesinatos de por medio, sin sangre. "Para mí la literatura es el reino de la maldad", dice tranquilamente sentado en la cafetería del Hotel de las Letras, en Madrid. Acaba de ganar el 75 Premio Nadal con Los crímenes de Alicia (Destino) —sí, la del País de las Maravillas—, una especie de secuela, también en forma de novela policial de misterio, de su obra más exitosa, Los crímenes de Oxford, llevada al cine por Álex de la Iglesia. Su agenda es un croquis de entrevistas y vuelos, de decenas de compromisos antes de regresar a tiempo a Buenos Aires para no perder las entradas del Open de tenis.
¿Por qué volver a Oxford, por qué utilizar la figura del escritor Lewis Carroll y por qué el País de las Maravillas de Alicia?
La idea para esta novela la tenía desde hace varios años, cuando me encargaron un prólogo para un libro de Carroll llamado Lógica sin pena. Al mirar su biografía me enteré de esta cuestión sobre sus diarios, que estuvieron en custodia de sus familiares y que sus sobrinas nietas arrancaron varias páginas. Lo más curioso es que dejaron en un pedazo de papel un apunte del contenido de esas páginas muy importante que se refiere a la discusión que él tuvo con la madre de las chicas Liddell. Ese papel fue encontrado en el año 1994 por una joven dramaturga, Karoline Leach, que luego escribió una biografía sobre Carroll.
Los crímenes de Oxford transcurre en 1993, entonces me parece completamente natural poder situar la novela otra vez con los mismos personajes y tomar esta historia. Se me ocurrió, mientras escribía la novela, que los crímenes podían tener algo que ver con el mundo de Alicia y encontré detalles interesantes y escenas que mostraban que hay una especie de segundo nivel posible tenebroso.
Las referencias al mundo de Alicia y a la biografía de Carroll se suceden durante toda la novela. A la hora de ficcionar sobre nombres tan ilustres de la literatura, ¿existe alguna atadura? ¿Hay que hacerlo verosímil?
Es la primera vez que estudio, leo, investigo para escribir una novela. Nunca lo había hecho ad hoc. Me dediqué a leer biografías sobre Carroll, a buscar las polémicas que hubo alrededor de su figura, me leí todos sus diarios… Consumí una cantidad de tiempo en investigación que no es mi modo habitual; a mí me gusta más la literatura que es de pura imaginación. En este caso quería que todo lo que yo dijera sobre Carroll estuviera de algún modo documentado y que los hechos hablaran por sí mismos en su propia contradicción. Eso es lo que más me interesaba: mostrar cómo hay algo de la vida humana que permanece muchas veces en misterio porque es muy difícil penetrar hasta lo más íntimo de una vida.
Respecto a Carroll, en los últimos años se ha generado mucha polémica en torno a su figura, con corrientes que dicen que era un pedófilo. ¿Cree que los comportamientos más reprobables de un artista condicionan sus creaciones? Véase casos como el de Kevin Spacey.
Otro caso en el que puedo pensar es el de uno de mis escritores favoritos: Laurece Durrell, que tuvo una relación incestuosa con su hija y de hecho la chica se terminó suicidando. Eso es un tema de otra novela mía, La mujer del maestro, la distancia entre la vida privada y la vida artística. Hay una cantidad de cosas que no nos gustan de autores que nos gustan. Basta pensar en el caso de Borges cuando va a recibir un premio al Chile de Pinochet o declaraciones que hacía sobre el arte indígena, totalmente despectivas, o sobre los negros… Hay muchas cosas que no me gustan de autores que leo por su talento literario, por su genio artístico. Creo que nos quedaríamos con muy poca literatura si pasamos el rasero de valores éticos considerados aprobables o reprobables.
Para mí la literatura es el reino de la maldad, no puedo conseguir literatura sin elementos de maldad, que es parte de la naturaleza humana. Entonces no me extraña que muchos autores tengan estos costados oscuros. En el caso de Carroll la cuestión es más interesante porque hay un limbo de incertidumbre. Citaste antes la palabra pedofilia. Sin duda era un pedófilo en el sentido de que amaba a las niñas, la cuestión es si pasaba del pensamiento al acto y cómo amaba a las niñas.
En Los crímenes de Oxford los asesinatos seguían un rigor matemático mientras que en esta novela se dice que responden a una lógica que no es la habitual. ¿Matar puede llegar a ser lógico en algún momento?
Sí, por supuesto. Hay una lógica de la guerra que hace que gente a la que desde la escuela, desde las religiones, le dicen “no matarás”; y de pronto le ponen un fusil en los brazos y le dicen “ahora a matar”. Hay una racionalidad que muchas veces se pone en juego cuando hay una situación de guerra o se fomenta con la creación de monstruos, de enemigos, de amenazas externas, agitar fantasmas… Está esa frase tan horrible de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Yo no la creo porque la guerra es el fin de todos los valores. Muchas veces en los asesinos también hay racionalidad, no creo que el crimen sea necesariamente irracional. Es una racionalidad que muchas veces tiene que ver con la explosión de algo que fue reprimido hace mucho tiempo, pero hay algo que explica, una historia anterior.
El asesino en serie es un personaje que siempre ha estado presente a lo largo de la historia. ¿Existe realmente un perfil tipo?
No creo que haya un único perfil, pero hay una película muy interesante que se llama Ciudadano X donde se discute desde el punto de vista psiquiátrico varias de las características de ese asesino que fue un caso real, el de los trenes en la URSS. Uno de los rasgos comunes es cierta nostalgia del psicópata de sentir algo verdaderamente. Como no pueden tener empatías humanas se prueban en el crimen como una especie de última manera de ver si pueden sentir algo a través de ese acto más horroroso. En España tuvisteis el caso de un hombre que chateaba con un amigo mientras mataba a toda la familia, y se veía eso exactamente: quería ver si podía sentir algo. Estaba asombrado de no sentir nada cuando acuchillaba a un niño.
De hecho, muchos casos reales resultan más inverosímiles que cualquiera que nos muestra la ficción.
La ficción tiene que valorar, seleccionar. El arma del artista es la selección dentro de lo real, porque lo real por sí mismo o es excesivo o demasiado escaso. El artista es el que tiene que calibrar cuánto tomar de la realidad.
¿Qué puede aportar la novela negra y el thriller a lo que vemos en los asesinatos reales?
Las novelas lo que muestran son posibilidades de la experiencia humana. A mí me gusta más despegar el mundo de mis novelas de lo real. Por eso al situarla en Oxford, en un mundo vacilante de lo que es mi memoria de aquellos años, ya tengo una cierta distancia con lo real. Me interesa más bien, en el caso de esta novela, el misterio que puede haber alrededor de una vida humana aun cuando los hechos que se cuenten estén bien establecidos, pero la interpretación puede variar mucho de acuerdo a las diferentes épocas. Por eso digo que hay en la novela algo del espíritu del cuento de Borges Pierre Menard, autor del Quijote, porque los mismos hechos por los que se celebraba a Carroll en la época, vistos hoy en día serían delitos infames.
En la coyuntura actual, las series de televisión le están ganando mucho terreno a la literatura…
La literatura siempre fue un terreno minoritario y siempre hubo otras alternativas más masivas. En la época de Lewis Carroll era el teatro, que ahora forma parte del consumo de la alta cultura, salvo el teatro de revistas. En esta época todavía podemos aspirar a que millones de personas lean libros y se ha dado ese fenómeno, por ejemplo con Harry Potter. Entonces creo que la literatura tiene su propia especificidad, que es difícil de suplir por otras artes. Me parece que ese elemento propio de lo literario tiene que ver con la posibilidad de sumergirse en la interioridad del pensamiento más íntimo de los personajes. En el cine es difícil seguir cómo piensa un personaje, siempre lo vemos desde fuera.
¿Qué es lo diferente que ofrece una novela negra respecto a la última serie de acción o del género de Netflix?
Depende de cómo esté escrito, de las tensiones y los mundos subterráneos, de niveles de reflexión… Por supuesto que hay libros policiales de los que los lectores potenciales dicen: “Espero a que salga la película”. Creen que la película va a reemplazar al libro y que se lo va a pasar mejor, que va ser más fácil. En los libros que trato de escribir creo que hay niveles de reflexión y de pensamiento y de combinación de elementos que no es traducible al cine. Se podrá hacer una película que es una adaptación, pero la adaptación de novelas al cine suele ser una simplificación. Se toma aquello que visualmente es más atractivo, los diálogos sofisticados se reemplazan por escasas líneas de diálogo…
A los lectores nos ocurre que leemos un libro, construimos un mundo en nuestra mente y cuando vemos la película o la serie nos decepciona un poco ese mundo.
Eso también ocurre porque en la literatura el lector crea una realidad, es todo creación. En cambio en el cine la cara de los actores, las localizaciones… están predeterminadas; uno las tiene que aceptar porque ya están ahí, no las puedes crear con tu propia intensidad de sentimientos.
¿Disfrutamos más leyendo, imaginándonos nuestro propio mundo, que el que vemos en una pantalla?
Cuando la novela es buena yo creo que sí. No es que la literatura sea una disciplina superior, pero cuando la novela es realmente buena no es sustituible por la película.
Esta inmediatez, el ver la película o la serie en vez de leer el libro, ¿nos está convirtiendo en una sociedad conformista, superficial?
Una parte de la gente sí, otra parte pequeña, persistente pero culta, fiel, sigue leyendo libros. Yo apuesto a que se sigan leyendo.
Hace un par de semanas se hizo público el Barómetro de Hábitos de Lectura y el 40% de los españoles dice que no lee nunca…
A mí me dieron aquí en España el Premio Mandarache de Jóvenes Lectores. En Cartagena descubrieron que era la ciudad española que menos leía y decidieron que tenían que hacer algo. En todos los colegios de Secundaria les dieron tres libros a los chicos para que los comentaran, los leyeran en grupo y votaran su preferido. Transformaron la lectura en algo de tipo grupal, compartido, se discutía en clase, se daba la oportunidad de opinar, lo que hacía que se leyera con otro compromiso… No digo que sea la panacea, pero se pueden hacer cosas para llevar a los jóvenes a la lectura. Es el momento, además, porque la literatura tiene mucho que ver con las contradicciones, oscuridades, matices del alma humana. Es en la adolescencia donde uno empieza a tener esa clase de incertidumbres.
Desde el año 1987, ningún escritor latinoamericano ha ganado el Premio Nadal. ¿Por qué creyó usted que podía romper esa maldición?
Envié esta novela que me parecía que tenía un elemento universal. Porque a veces las distancias culturales desaparecen cuando uno trata un tema que tiene cierta universalidad. Los temas alrededor de este mundo de Alicia y de Carroll tenían esa cualidad. Eso me pareció que podía atravesar las fronteras de lo lingüístico, de lo argentino.
En la gala del Premio Nadal, Marc Artigau, el compañero que ganó el Premi Josep Pla, hizo un alegato a favor de la libertad de los políticos presos. ¿Usted, como argentino, cómo ve la situación actual que hay en España?
Solamente voy a decir esto: estoy por definición absolutamente en contra de las prisiones preventivas. Me parece que a esta altura de la civilización la idea de la prisión preventiva me parece absolutamente horrorosa. La prisión ya es una condena efectiva del día uno, estar 24 horas en la cárcel; y hay medios electrónicos de vigilancia como para que si se supone que una persona podría escapar, tenerla vigilada. No hay ninguna excusa para mí y te lo digo porque en mi país también es la nueva forma de condenar sin juicio a opositores. No voy a opinar sobre el tema porque no lo conozco tan a fondo, tengo excelentes amigos de ambos lados, tengo mi opinión pero no me parece que la pueda fundamentar. No me gusta hablar de cualquier cosa porque sea escritor, pero sí tengo muy claro que en esta época cualquier prisión preventiva es injusta. Tienen que estar fuera de la cárcel. Esa es mi opinión para España, para Argentina…
Pero claro, hay un problema ahí: compañeros de los que están encarcelados se han fugado…
¿Pero es problema del que se fugó o del que tiene que vigilarlo? Te digo más: recibí una carta de felicitación de Jordi Cuixart y le escribí diciéndole esto mismo que te estoy diciendo a vos. Siempre me va a parecer injusto que una persona esté en la cárcel sin que haya habido un juicio previo.
¿Le ha enviado la novela ya?
Todavía no pude firmarla pero se la voy a enviar.