Risto Mejide irrumpió en el panorama televisivo deslizando una certeza refrescante: la verdad duele. En el mundo del foco y del brilli-brilli, en los escaparates de la belleza y el ego, en esos paisajes adulterados donde sólo se puede sonreír y persistir en el canon, el publicista recordó que la bordería seguía siendo un arma infalible contra las máscaras. Que hay una crudeza que desarma y que sirve como cable a tierra. No, no-todo-está-bien. Mejide sólo emuló la brusquedad con la que nos zarandea la vida y se le criticó por áspero.
Bien: desde aquel 2006 en el que sus veredictos estallaron como granadas de mano en Operación Triunfo ha llovido mucho. El personaje también se ha edulcorado. Es mejor cuando dispara, al menos literariamente. Cuando guarda las balas a veces no se diferencia mucho de un poetuitero venido arriba. Ahora presenta Diccionario de las cosas que no supe explicarte (Espasa), y ya en el prólogo confiesa que es una obra que ha dado a luz “con una mano en el corazón y con la otra en los huevos, no vaya a ser que no acabe escribiendo lo que me salga de ambas cosas”: “Eso sí, con el firme convencimiento de que siempre han sido mis dos mejores consejeros para que el resultado rebosara honestidad”, sostiene.
Dice que este es el resultado de “44 años de intentos emocionales” resumidos en frases, definiciones y sentencias “más o menos acertadas”. Dice que es el libro que todo el mundo debería escribir en algún momento. Para reconciliarse con los propios conceptos. Cita a García Márquez -“el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”- y explica que hay términos que no han “envejecido bien”. Él viene a maquearlos. Se refiere, por ejemplo, a la definición de Jardiel Poncela de “sensualidad”, donde el escritor aseguraba que “la mujer mueve mejor el cuerpo que el cerebro”. O a aquella baba homófoba de J. L. Coll al señalar que un “misántropo” es “un maricón tímido”.
No intenta ser poeta
“Puede que le hiciera mucha gracia a nuestros abuelos, pero a mí, en pleno siglo XXI, me llevó a una reflexión más necesaria que nunca: los diccionarios, como el humor, también necesitan ser revisados, corregidos y, sobre todo, actualizados”, escribe. También se agradece su honestidad brutal al reconocer que esta obra no es lírica: “No les recomiendo [a los libreros] que la coloquen en [la sección de] poesía, pues pienso que la poesía es una cosa muy seria, a años luz de mis posibilidades e intención, aunque este libro incluya, como mucho, como mucho, algunas reflexiones en vertical”. No intenta hacerse pasar por literato, y eso ya es una conquista.
Entre los significados hay de todo. La mayoría del texto tiende al tono afectado. Mejide baja el nivel para triunfar en la rueda comercial: él lo sabe, la conoce desde dentro. Confirma esta teoría su concepción de “críticos”: “Respeto y admiro la crítica que se envuelve en contenido, porque elige una forma y un tono que se convierte a sí misma en una creación. Pero al final del día, de veredictos, sólo entiende el mercado. Recuérdalo tras cada crítica. Positiva o negativa, da igual”.
El autor tira de juegos de palabras efectistas que logran mejores resultados en la publicidad que en lo que se entiende por literatura. Hay ideas inteligentes que se diluyen en las formas dulzonas. “Cuello: clase business de tu espalda”, o “Eyacular: derramar promesas por los genitales”, o “Sexo: es el barómetro de cualquier relación”, o “Soledad: una puta que sólo te cobra cuando no la llamas”, o “Venganza: tratar de reparar la lavadora estropeando el televisor”.
"Ex: tus defectos ordenados cronológicamente"
En otros conceptos recupera el fuelle y golpea: “Cultura: tener cultura es superar la fecha de tu nacimiento. Crear cultura es superar la fecha de tu muerte. Quien ni tiene ni crea, ni nace, ni muere. Simplemente, no está”. “Adaptarse: no confundir con conformarse. Adaptarse es dejar que la vida haga nuestro trabajo. No hacerlo es dejar que la muerte siga con el suyo”. O “Diseño: es cualquier cosa sobre la que alguien ha tomado una decisión”. O “Estupidez: creencia fundamentalista en la infabilidad propia y en el error ajeno”; o “Ex: tus ex son todos tus defectos ordenados cronológicamente. De menos a más actual. De más a menos soportable”.
Hay más: “Fidelidad: no confundir con lealtad. Viene de fe. De tomar como cierto sin dar razón a cambio. De creer a pies juntillas lo que te diga alguien, siempre y en cualquier caso. Es decir, de ser gilipollas a sabiendas de que lo eres”. “Fracaso: fracasar es la forma que tiene la vida de preguntarte cuánto deseas lo que deseas”. Hay términos en los que acerca a los aforismos de José Luis Cuerda: “Ternura: pasión asexuada”, o “Elegancia: es donde dices ‘basta’”. Una última: “Presa: escuchado en la sabana africana, de boca de un guía local. Si te comportas como una presa, eres una presa”.