La Nave de Baco fue una leyenda, un barco delirante de burgueses bebedores y literatos que se dedicaron a pensar, a escribir, a comer; y su capitán, un teórico de las cosas pequeñas, un hombre procedente de la mismísima corte alborotada del dios Dioniso. Se llamaba Eusebio García-Mina (1890-1944), o más bien Eusebius, un procurador de tribunales reconvertido a periodista y crítico musical cuya irreductible voluntad logró convertir a su Pamplona natal en lugar de paso de algunos de los mejores artistas de la época, como Arthur Rubinstein o Maurice Ravel.
Eusebius, dejó escrito su primo, compañero de piano y, sobre todo amigo, Ángel Lazcano, "escribía por la necesidad de hallar una válvula de escape a sus íntimas preocupaciones, incontaminado del afán de publicidad, ajeno a todo propósito de lucro y convencido de que sus criaturas, sepultadas en el cajón de los recuerdos, jamás habrían de resucitar". Era el crítico que reseñaba lo más intrascendente de lo trascendente, y así lo reflejan sus crónicas de Schubert o Wagner escritas para Diario de Navarra y El Pensamiento.
Daniel Ramírez García-Mina (Pamplona, 1992), además de compartir apellido (y sangre) con Eusebius, desprende esa misma pasión y curiosidad por las cosas y personajes fuera de foco, por esas historias minimalistas, olvidadas, en las que él escarba por goce propio, porque es la manifestación del reportero del pasado que lleva dentro. En su primer libro, Paso Marcial, buceó en las vivencias de su abuelo, un médico militar, durante la Guerra Civil. Ahora, tras una travesía de más de dos años, publica Eusebius. Capitán de La Nave de Baco (Editorial Renacimiento), la biografía de un hombre —el tío de su abuelo— y sus ambientes que dejó un legado mínusculo pero encantador.
"Al parecer, por edad o ingenio, Eusebius fue el capitán de la Nao —ellos mismos se denominaron así—", escribe Ramírez, periodista de EL ESPAÑOL. "Viajaron sin rumbo, leyeron con avidez, escucharon música sin importarles el ruido de la metralla, conocieron Europa desde lo más profundo de Pamplona y lucharon contra las agujas del reloj. Daba igual que fuera sábado o lunes, las tres de la madrugada o las once de la mañana. Hedonistas y disfrutones, daban inicio a la tertulia cuando un vinilo imposible o unas pulardas de contrabando lo pedían".
La Nave de Baco estaba integrada por lectores, románticos, apasionados, osados, enemigos del tópico y con la capacidad para trasnochar; eran una suerte de "homenaje a las letras desde el sumidero", desde una Pamplona carlista tan desconocida como impronunciable; una anomalía cultural capitaneada por un hombre alérgico al tedio, que se fue a pique a finales de la década de los cuarenta y cuyas aventuras quedaron sepultadas por el silencio.
Eusebius era una persona independiente, capaz de 'boicotear' los Sanfermines —no le gustaba que un santo coronara el desmadre— y ridiculizar a Torcuato Luca de Tena, el director del ABC. Sus textos eran afilados, su personalidad, arrolladora. Así se ganó la amistad de artistas ilustres como los pintores Ignacio Zuloaga y Gustavo de Maeztu o el ensayista Vicente Risco, a quienes paseó de forma más esporádica o permanente a bordo de su nave.
La detención por los nazis
Esbozar las ideas políticas de Eusebius a través de los artículos y entrevistas que se conservan no resulta sencillo. Cuando la Segunda República se agrietaba, el crítico musical se enroló en Renovación Española, una formación —se les conoció con el distintivo de "requetés sin madurar"— que abogaba por una monarquía renovada con un rey que garantizara la continuidad histórica y que apoyó la sublevación de Franco en julio de 1936.
Incluso Eusebius, durante la guerra, se vio envuelto en un banquete de los partidos favorables al levantamiento y la colonia de la Alemania nazi en Navarra. "¿Elogió a Hitler y enardeció su perorata con las vísceras?", se pregunta Ramírez. "Es posible que muchos halagos vertiera, dado el escenario violento y borreguista. Pero sí hay certidumbre en torno a lo que vino después, su golpe de realidad". En apenas dos años, Eusebius proclamó su anglofilia y su desdén por el militarismo alemán de forma abierta, tanto en las tertulias como en sus columnas. Su cambio se produjo leyendo una segunda edición en castellano de Mein Kampf, donde se topó con las verdaderas intenciones del dictador alemán, y un trabajo del jesuita Walter Mariaux que desvelaba las persecuciones de los nazis contra los católicos.
Eusebius, según Ramírez, era "monárquico y conservador en lo político, pero tolerante y liberal en lo social". Esos vaivenes ideológicos terminarían por jugarle una mala pasada. En los albores del régimen franquista, dos nazis de la Gestapo se presentaron en su casa para detenerlo. "Les dijo que tenía concierto en el Gayarre y que ese día no podía marcharse porque su obligación era escribir la crónica para el periódico del día siguiente", recuerda su hija Mayalen. "Debieron pensar que estaba majareta y, al no considerarlo peligroso, le permitieron ir al Teatro. Cómo se alborotó el patio de butacas. La gente comenzó a darse cuenta y a protestar".
Se lo llevaron entonces a la embajada de Alemania en Madrid, pero una llamada a su amigo Juan Ángel Ortigosa, nombrado subsecretario de Estado de Justicia por Franco, resolvió el entuerto. Así era Eusebius, punzante e irónico, entregado a sus convicciones, un tipo con recursos cuyo hígado terminaría sucumbiendo a los excesos de alcohol y foie gras el 23 de septiembre de 1944. Encamado durante casi un mes, solía bromear que estaba amarillo como un emperador japonés.