Cada país tiene una férrea tradición vinculada con los animales. En España son las corridas de toros; en Islas Feroe la matanza de ballenas y en Bulgaria eran los osos bailarines. “Durante años, los gitanos búlgaros entrenaron osos para que bailaran, integrándolos en sus familias y llevándolos de gira por las carreteras”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria apoyó a Hitler y a las demás potencias del Eje; los soldados búlgaros colaboraron estrechamente en las invasiones de Grecia y Yugoslavia. La resistencia antifascista búlgara no supuso ninguna amenaza hasta 1943, año en el que falleció el último zar búlgaro. Tal y como se expresa en el libro, los soldados iban “de pueblo en pueblo en busca de partisanos” y perseguían “a las personas acusadas de ayudarlos”.
Pencho Kubadinski, miembro de la resistencia, acudió a los gitanos para protegerse de los nazis y estos no le dieron la espalda. “Los gitanos que conocía Kubadinski se dedicaban al adiestramiento de osos (…) Si pasó con los gitanos unos días o unos meses, eso es algo que hoy ya no podemos saber”, matiza el escritor. En su intento por proteger a Kubadinski, los gitanos llegaron a disfrazar de mujer al camarada con tal de esquivar a los soldados.
El principal motivo por el cual nunca se prohibió el adiestramiento de osos fue, según relata Szabłowski, por el camarada Kubadinski —llegó a codearse con la élite política de la Bulgaria comunista—. “Mi suegro le había salvado la vida. Los soldados búlgaros lo habrían fusilado en el acto (…) Él no lo olvidó nunca. Y cuando los comunistas quisieron prohibir el adiestramiento de osos, Pencho se puso de nuestra parte”, confiesa Mariyka, una de las mujeres gitanas.
A lo largo de estos años, los osos fueron utilizados no solo como instrumentos de feria sino también para la ejecución de todo tipo de actividades rutinarias. “Cuando alguien estaba muy enfermo y los médicos ya no podían hacer nada por él, acudía a un adiestrador de osos. El oso se ponía encima de la persona y la gente creía que la enfermedad pasaba al oso. Y como era grande y fuerte, pues no la palmaba y seguía adelante”. Muchos regalaban golosinas para los animales en agradecimiento. “Es su osa la que me ha salvado la vida”, alegaban. Asimismo, la gente se tumbaba boca abajo para recibir masajes por parte del animal. “No hay nada mejor que un oso para los dolores de espalda”.
Ilegalización de los osos amaestrados
La caída del bloque socialista, la aparición de nuevas luchas como la defensa por los animales y la inserción de Bulgaria en la Unión Europea en el año 2007 cambiaron completamente el paradigma de los osos bailarines. El mismo año, así lo narra Szabłowski, llegan desde primera hora de la mañana periodistas, policías, defensores de animales y todo tipo de curiosos a ver cómo se llevan a los osos. La familia Stanev son “los últimos adiestradores de osos de Bulgaria y los últimos de la Unión Europea”. De hecho, Dimitir, el padre de familia, “nunca se ha dedicado a nada que no fuera el adiestramiento de osos”.
Pese al amor que prometen ofrecer los ‘dueños' hacia los osos, lo cierto es que el adiestramiento constaba de constantes palizas y maltratos. “A los niños también les doy un azote de vez en cuando. ¿Y qué, me vais a quitar también a los niños?” respondía Dimitir ante las acusaciones de tortura animal.
Los osos fueron enviados a refugios. No obstante, su recuperación resulta complicada. El libro menciona un documental que se realizó, una vez ilegalizada la práctica, sobre un oso liberado y su antiguo dueño. El oso, que tenía como nombre Bueno, era ciego debido a las palizas recibidas a lo largo de su vida. Cuando ya habían pasado años desde su liberación, volvió a escuchar la voz del malvado dueño. “Se quedó de piedra. Se tumbó en la hierba. Se tapó el hocico con las patas como si estuviera implorando algo”. Solo el hecho de escuchar la voz de aquel hombre le hizo recordar todo el dolor padecido.
Algunos osos, cuando ven a una persona, “se levantan sobre las patas traseras y empiezan a balancearse de izquierda a derecha. Como si estuvieran mendigando, como antes, un trozo de pan, un caramelo, un trago de cerveza, una caricia. Como si estuvieran pidiendo que alguien les librara del dolor. Un dolor que desde hace tiempo nadie les inflige”.