Arturo Pérez Reverte dice que no tiene vocación de historiador ni de ministro de Cultura, pero sin duda es un feroz lector, un escritor de colmillo y un valedor de la memoria -con sus miserias y portentos-. “No puedo con la desvergüenza de tantos ministros de Educación, de tantos gobiernos de todos los colores, que se han dedicado a desmantelar la memoria y a hacer que casi nos avergoncemos de ella”, lanza en la presentación de Una historia de España (Alfaguara), una recopilación de artículos históricos publicados en su Patente de Corso, en XL Semanal.
Ha elegido un tono interesante -en estos tiempos de golpearse el pecho con la rojigualda- para cercar la patria sin hincharla, sin rendirse al fervor identitario. Reverte ama a España con todo, y, muy especialmente, a pesar de todo. La entiende en sus fisuras y sus glorias, con el viejo cariño de quien la estudia desde hace mucho y la autocrítica necesaria para no perder el norte avanzando a caballo. Era fácil, en la sociedad polarizada y faltona de hoy, hacer un panfleto defenestrando al país -o enarbolándolo a lo loco-. Aquí hay un espejo comedido que si peca de algo, es precisamente de desesperanzado.
Le preocupan los jóvenes porque “se enfrentan al desafío terrible de hacer frente a los graves problemas del siglo XXI sin el aparato intelectual adecuado y el aplomo personal que te da el conocer quiénes son tus abuelos y tatarabuelos, en lo bueno y en lo malo”. Reconoce que es un hombre “muy amargo” cuando habla de España. “Nadie que conozca la historia de España puede ser optimista. Es una historia cruda, pero en ella se encuentran cosas formidables”.
¿Como para estar orgulloso? “Nunca he practicado eso, el estar orgulloso de ser español, prefiero la conciencia. Pienso en esa gente que hizo cosas buenas o malas, en esa gente encauzada, culturizada, educada, con planes de estudio, con trabajo en las escuelas, pienso en todo lo que puede hacer la educación y… aunque me gustaría decir '¡a la mierda, esto no tiene solución, me dedico a lo mío, a leer!', no lo hago”, reflexiona. “Porque al final, no es así. Pones el oído en un bar, escuchas historias, observas a la gente y ves que hay solución, que hay material, que este es un país espléndido, que todos quieren venir aquí. Tenemos un chiringuito estupendo, ¿cómo nos lo cargamos de esta manera?”.
Contra el 'blanqueo' de la leyenda negra de España
Para disgusto de los españolistas exaltados, no se confiesa un “optimista patriótico”, sino, más bien, un “lúcido documentado”, pero arremete antes de mostrarse demasiado cándido: “España es un Estado en demolición. Por razones diversas. Quizá merezca ser demolido. Al menos será importante saber qué estamos demoliendo, qué nos estamos cargando. Me duele la gente noble y que merece mejor suerte pero que va a caer bajo esos escombros”, declara. Pérez-Reverte, a pesar de reconocer que “ningún país de Europa tiene el impulso suicida que tiene España”, no se identifica con esos inspirados modernos que vienen a negar las atrocidades ibéricas cometidas.
En alusión al Imperiofobia y Leyenda negra (Siruela), de Elvira Roca Barea, apunta: “Hay un libro ahora dedicado a blanquear la leyenda negra de España: negarla es una aberración, hay que explicarla. La Inquisición estuvo, el horror estuvo, la represión estuvo, el centralismo de los Austrias estuvo. Y hay que contarlo”.
Entre los pecados nuestros de españolitos cita la envidia, la insolidaridad, la apatía y la comodidad. “Y eso afecta a la derecha y a la izquierda. El Gobierno del PP, durante ocho años, demolió la cultura, la destrozó, la aplastó, y no parece que otros gobiernos lo vayan a hacer mejor. Es un desinterés...”, resopla. “Ahí Rajoy sentándose encima de sus aparejos sin reaccionar, Montoro acabando con las inversiones culturales, estos de ahora utilizando la historia en su beneficio, Zapatero resucitando (de manera equivocada, en vez de generosa) fantasmas dormidos desde hacía tiempo...”, enumera, dando cuenta del plantel.
"La Historia no es fascista"
Le preocupa que toda memoria “parezca fascista” y que “todo recuerdo del pasado sea caspa”: “Veo a los niños en los colegios disfrazados de pavo, celebrando la Acción de Gracias, pero, eso sí, hablar de la Guerra de la Independencia es militarismo y hablar del Siglo de Oro es ser carca. ¿Calderón? ¡Qué dices, si fue militar… estuvo matando inocentes herejes! ¿Y Cervantes? Estuvo en Lepanto matando turcos. Era islamófobo”, ironiza.
No reconoce, sin embargo, que en nuestra hirviente España se recupera más a menudo a Blas de Lezo que a Quevedo, por ejemplo. Cuando se trata de reivindicar los hits patrios, se acude poco a la literatura y mucho a la conquista. “Yo no lo veo así. Es tan importante Quevedo o Cervantes como Hernán Cortés o el Gran Capitán, pero los primeros no molestan y los segundos, sí. Porque la violencia es mala, Pascuala. Todos los países del mundo se hicieron con violencia. La violencia formaba parte del sistema de relación”, relata. “Y lo de Blas de Lezo… bueno, hay una derecha a la que la pone caliente las batallitas. Pero esa derecha es una parte del espectro español, ni siquiera es toda la derecha”, dice, en alusión a Vox. “A la izquierda la pone caliente otras cosas”.
Por cierto, ¿monarquía o república? “A mí me gusta una república… como dios manda. Es que si demolemos el Estado, ¿quién lo va a reconstruir? Hagamos un barrido de caras por el panorama político español. ¿Casado, Rivera, Echenique, Pablo Iglesias, Quim Torra? Mi futuro, mi vida, que es mi vejez, ¿en manos de estos? ¿Ellos son los que van a crear un Estado de Bienestar para el futuro? No me toques las narices, Manolo”, espeta. “Y luego ahí está Felipe VI, que es un tío guapo, un tío que sabe estar, elegante, educado, que sabe escuchar, al que tengo controlado y sé lo que hace, lo que come, lo que bebe, y el cuidado que tiene con no hacer otra cosa. Dado el panorama, no me parece mal que él sostenga el tinglado”. “Soy republicano de vocación y monárquico de razón”, clausura.