Pablo Carbonell es un ser surrealista, genuino, descacharrante. Uno de esos artistas que mira la vida desde otro prisma -desde uno, quizá, más infantil y salvaje, más travieso y preclaro- y huye, aún sin quererlo, de toda convención -porque es cárcel-. Escapa de esa manera rutinaria y estéril de hacer las cosas, de ese modo previsible e inapetente de estar en el mundo. Viene con jet lag, y parece que ese hecho subraya su dilatación intelectual: se levanta y ríe, se expresa con las manos, celebra y enmudece, escoge palabras extrañas, se expande y sobreactúa.
Hay algo onírico en Carbonell; algo en su forma de existir que es llanamente libre, como las posibilidades en los sueños, donde uno da un salto y ya vuela. Hay algo loco en Carbonell: desde la época de La bola de cristal, pasando por la era de Los Toreros Muertos, llegando al día de hoy, a este vermú sin ginebra en el Hotel de las Letras, donde hablamos de Pepita (Destino), su primera novela.
Es un libro sobre una mujer sin precio. Un libro rural, cómico y cáustico. Charlamos con él sobre dinero, matrimonio, fascismo -como animal mitológico-, nuevos censores y tocapelotismo profesional.
Una novela sobre la fiebre del oro. ¿Por qué en la literatura (especialmente en la poesía) se aborda tan poco la cuestión del dinero, por qué parece poco romántica, o poco artística, o incómoda, o banal, cuando atraviesa absolutamente nuestra vida? ¿Y este pudor?
Pues no lo sé. No sabía que no se trataba en el mundo de la literatura. Me dejas estupefacto. ¿Por qué no se habla del oro, del dinero? A la gente le da vergüenza. Qué pregunta más sorprendente. Pienso en el cine de Berlanga, en Plácido, en Los Miserables… siempre están con el problema de la pasta. Los payasos siempre hablan del hambre, dice Darío Fo.
Qué hermoso eso.
Sí, claro. Cada vez que digo una frase buena no es mía (ríe). Es verdad que nos da vergüenza hablar de dinero. De hecho, yo hablo de la codicia porque me considero una persona moral. Mi padre fue un tipo que tenía un cargo público en el que podíamos habernos forrado. Tuvo siempre el mismo despacho, y eso que todos los años la Administración le ofrecía un despacho nuevo, y él siempre lo rechazaba. Llegaban cestas de navidad con jamones y mi padre las devolvía siempre. Para indignación de todos nosotros, claro. En mi casa creo que hubo un jamón en toda mi vida. En mi casa nunca comimos gambas.
Cultura de la austeridad.
Sí, mi padre era un señor austero, beato.
¿Se te acabó pegando eso?
No (ríe). Quiero decir: qué va. Mi padre vivió con un sentido espartano de la vida, y yo he salido todo lo contrario. No es que le tenga manía a la iglesia (mi padre se pasaba la vida en la iglesia, yo no), pero, vamos… voy a reflexionar sobre lo del dinero. ¿Sabes qué puede suceder? Que hace falta una gran altura moral para poder hablar sobre la codicia humana. Yo no es que presuma de ella, a mí la pasta me gusta, sobre todo porque sé gastarla muy bien. O muy mal, no me dura nada, pero cuando se habla del dinero hay que recordar siempre que las cosas importantes no tienen precio. Y eso es algo que desde el título de mi novela queda reflejado. La protagonista se llama igual que esos trocitos de oro que puedes encontrar en un río o dentro de una montaña, pero ella es más valiosa.
A todos nos gusta la pasta, pero no podemos trabajar sólo por la pasta. A mí escribir este libro me ha costado un trabajo equivalente a dar 50 conciertos. Si pensara en términos económicos, es uno de los peores negocios que he hecho en mi vida (risas), pero me lo he pasado muy bien haciéndolo. He creado personajes y ahora son amigos míos. Me han distraído, me han contado su vida, he influido en ella, a algunos los he puteado y a casi todos los he perdonado.
Pero es verdad que España es un país donde se envidia al rico mientras se culpabiliza al pobre de serlo. Increíble, ¿no? ¿Cuál es la solución moral, como tú dices?
A ver, yo creo que hay que mirar un poquito dentro de las personas. Yo puedo encontrarme un pobre que piense “tu perro come mejor que yo”, que ha habido gente que me ha dicho eso, y me ha dado mucha pena, la verdad. Me da pena que la gente piense eso y que sea antropocentrista. ¿Será mi perro también un habitante de este planeta que tendrá derecho a comer? Ya que yo le he sacado de su medio natural (que sería el monte, la caza), y ha decidido vivir conmigo y empatizar con mis estados de ánimo, ¿cómo no le voy a agradecer dándole un paseo o dándole de comer? Quiero decir: lo que me faltaba. De todas maneras, he conocido a gente muy feliz pobre y gente profundamente rica que son unos absolutos desgraciados. ¿Quieres que te dé nombres?
Me encantaría.
Pues no lo voy a hacer.
No juegues con mis sentimientos.
No, es que está muy feo.
¿Para quién está feo? ¿La verdad es fea?
Yo digo el pecado, el pecador no se debe decir. Vamos: gente muy notoria.
¿Cómo se vive de la cultura en este país? ¿Da como para pagar facturas, como parar comprar chalets, como para morirse de hambre…?
Depende de como te vaya. De todas maneras, este mundo lo que te permite es un peterpanismo (exacerbado en mi caso) y la posibilidad de tener unos compañeros de viaje de muchos años (que comparten contigo una afición, como puede ser la música). El pertenecer a un selecto club que visto desde fuera… debemos de parecer repelentes, porque tenemos casi siempre una sonrisa y nos pegamos una buena vida espectacular. Desde dentro somos personas que trabajamos 24 horas, que sufrimos por nuestros hijos, nuestras obras, nuestras inquietudes, nuestras familias, que tienen que soportar a personas complejas, porque tenemos una profesión, aparte de muy exigente, un poco trastornante. Nuestro interés por ser mejores es algo que no todo el mundo llega a entender. Dices “oh, qué talento tiene”: nadie sabe las horas que llegas a darle vueltas a una frase o a unas palabras hasta que queden como a ti te gustan.
La única lección que podemos darle a la sociedad es que hay que escucharse a uno mismo. Yo a eso le llamo “oírse los huevos”. Es como si te pusieras unos cascos conectados a los testículos y te escucharas qué es lo que quieres. Cómo te gustan las cosas. La mayoría de la gente pasa por la vida intentando no hacer ruido, intentando no hacerse notar, medrando lo justo para llegar a fin de mes… y los artistas (me da un poco de pudor meterme ahí) intentamos enseñarle a la gente a sacar un poco la cabeza. Decir: “Yo estoy aquí, mi vida da una serie de frutos. Que sepáis que no me considero ni un elegido, ni más alto, ni más guapo, ni nada. Todos tenemos algo dentro”. Yo sé que descargando camiones soy muy malo.
¿Eres un poco niño pijo?
Yo nunca. He tenido una vida cómoda, pero en mi casa éramos muchos hermanos y no vivíamos en la abundancia. Jamás hicimos ninguna ostentación. Mi madre cocinó siempre para todos, nunca íbamos a restaurantes. Es más: mi madre era un poco como Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas. Compraba tela y nos hacía la ropa a todos. De pequeño me llamaban “estrafalario”. Yo lloraba por tener unos pantalones vaqueros. Tenía un amigo que era más o menos de mi talla y cuando salía los fines de semana, me iba a su casa, me ponía unos vaqueros y salía con los vaqueros. La otra opción eran esos pantalones de tela que hacía mi madre. Así que muy poco pijo. Es más, yo iba al colegio de los Salesianos.
Los pijos en Cádiz iban al colegio San Felipe Neri. Si tú te caías en el patio del colegio de los Salesianos te reventabas las rodillas. Yo toda la vida con las rodillas abiertas, sangrantes. Un Ecce Homo del pedregal que había allí. En el San Felipe Neri tenían canchas de tenis y ¡zonas ajardinadas! Cómo vivían los ricos.
Es una novela ambientada en un pueblo. Sabes que ahora está habiendo una reivindicación de las voces rurales. Ahí María Sánchez en Tierra de mujeres, por ejemplo. ¿Crees que desde las ciudades hemos sido esnobs y hemos silenciado las historias del campo? ¿Les hemos mirado como a “catetos”?
Pues no sé decirte…
Desde Sevilla toda la vida se han escrito novelas ambientadas en Nueva York: hay una mirada despectiva hacia lo local, hacia lo propio. ¿Dónde coño vivimos? Estamos aquí.
Ciertamente, las ciudades han sido platós interesantes, pero yo he sido mucho más feliz en los pueblos. Si he escrito sobre un pueblo inventado, una arcadia perdida (ya estoy yo… como soy escritor digo ‘arcadia perdida’, no puedo decir ‘veraneo a calzón sacao’), ha sido por eso. Este libro tiene un padre. El padre es El azar y viceversa, de Felipe Benítez Reyes: él pinta un pueblo, Rota. Oye, me gusta mucho Intemperie, de Jesús Carrasco: qué bestialidad. En realidad cuando hablas de un pueblo tengo la confianza de que acabas hablando de la humanidad. Pinta tu aldea y pintarás el mundo.
Qué hermoso.
¿Ves? Esa frase tampoco era mía. Pero es eso: describes el átomo y describes el universo. Yo en un pueblo puedo meter el poder del cura, el de las fuerzas del orden… y todos son símbolos que te pueden valer para ser convertidos en una sociedad completa. Personajes pequeños que sirven para contar historias más grandes. Pero en realidad todo es un accidente. En mi vida, todo es un accidente. El libro lo puedo analizar a posteriori. Cuando lo hice, no tenía ni idea de lo que estaba escribiendo.
¿Cómo le argumentamos a la gente de los pueblos el veganismo? Esto que hablábamos de la bifurcación ciudad-pueblo. Sí que hay cosas recientemente instauradas en las urbes que ni se contemplan en el pueblo, un lugar donde se está “engordando al cerdo ibérico”, como dices en el libro.
Es una desgracia. Uf. A ver. La sensibilidad hacia el género animal ha cambiado en poco tiempo de una manera radical. Lo que pasa es que los veganos se olvidan de que comiendo cereales también se matan animales, y muchos. La máquina que va trillando y recogiendo el cereal se carga toperas, conejos, no sé cuánto, todo. Es más: el sitio donde se planta el cereal era un sitio donde vivían los conejos muy felices y ahora los han echado a todos. No sé si es más ecologista el señor que sólo toma cereales que el que se toma un conejo al ajillo, pero oye, si te sientes a gusto, adelante. Otro: “Yo no como carne”, ya, pero comes huevos. ¿Te crees tú que las gallinas viven felices? Oye, que cada uno haga lo que le dé la gana.
En un momento del libro, escribes “un anillo: eso que le pones a los cochinos para establecer que son de tu propiedad”. El matrimonio, ¿es una alegría o un suicidio? De la individualidad, al menos.
El matrimonio es un pacto que se establece, sobre todo, para dar una protección a tus hijos. Porque en realidad es un acuerdo por el que uno secuestra la sexualidad del otro, con lo que eso conlleva de trastorno intelectual. A niveles muy profundos.
He leído que decías que los que os dedicáis a la sátira tenéis un “interés moralizante”. Te identificabas también como “tocapelotas”. Ahora que el tocapelotismo está cada vez más perseguido, ¿cómo lo vives?
Lo vivo con tristeza. Porque en realidad yo hago mi trabajo creando cosas con las que estoy de acuerdo. Hay gente a la que le puede tocar las pelotas: no estoy de acuerdo. Tanto ofendido le está haciendo el caldo gordo al censor antiguo. Aquella persona que censuraba las opiniones ha resucitado gracias a estos ofendidos por todo. Con esto de la corrección política, los antiguos censores se están frotando las manos. Perdón, creo que actualmente todos los pensamientos tienen que expresarse y la gente tiene derecho a decir lo que le dé la gana, siempre y cuando no ofenda gratuitamente la vida personal del resto. Todos estos ofendidos son la antigua moral y la antigua hipocresía que tuvo a las sociedades pasadas cogidas por las pelotas.
Esta semana, Risto le afeaba a Alaska en su programa, básicamente, el ser de derechas. Quería preguntarte: ¿hasta qué punto estamos obligados de tener responsabilidad social?
Yo pienso que quien critica a otra persona por ser de derechas, es de derechas. Es que no se puede afear el pensamiento político de nadie. Afear es de derecha. Es más: es fascista decir ‘fuera los fascistas de la calle’.
¿Podemos convivir con los fascistas?
¿Que si podemos convivir con los fascistas? Perfectamente. De todas formas, “fascismo”… Aquí la gente llama “facha” con mucha facilidad a mucha gente. Es la palabra que nadie quiere que le pongan. Pero en realidad, aquí en España nunca ha habido fachas. Ha habido un fundamentalismo católico bastante mediocre, já, y el fascismo es un movimiento generado en Italia. Quiere decir “ramo” y consiste en que el individuo deja de tener valor para formar parte de una colectividad. Aquí en España hemos desfilado todos al mismo compás, vale, y hemos tenido que ir como rebaños a misa, pero esta cosa terrible que impuso aquel sistema militaroide en Alemania y en Italia… en España no lo hemos tenido. No hay fachas, sólo hemos hecho una mili bastante hortera. Hemos sido unos soldaditos de mierda, no hemos pintado nada en ningún lado. ¿Fachas, fachas? He conocido muy pocos. Es más: he conocido fachas que iban disfrazados de fachas.