Edurne Portela sabe de amor porque lleva toda la vida estudiando las violencias. Lo demostró en El eco de los disparos y en Mejor la ausencia, memorias del terrorismo de ETA en forma de ensayo y novela. Ha desmenuzado el abuso en todas sus formas, desde las estruendosas a las silentes. ¿Cuántas maneras hay de controlar al otro, cuántas de minarlo, cuántas de anularlo, cuántas de callarlo; cuántas maneras existen de empezar a hablar por él? O mejor: por ella, porque lo que la escritora aborda en su nueva novela es cómo la estructura de poder social -machista- contamina la relación íntima, el amor de pareja.
Es la dominación -a veces leve, levísima, insultantemente grácil, tramposa, imperceptible- del hombre sobre la mujer, aquí Matty sobre Alicia, una pareja aparentemente exitosa, aparentemente feliz -como si la violencia y el dolor se ciñesen, acaso, a algún estereotipo-. Se han conocido en un pequeño pueblo al sur de EEUU: ella ha dejado su mundo y a su familia en Euskadi.
Formas de estar lejos (Galaxia Gutenberg) es una novela para hacer justicia: para poner sobre la mesa los diminutos golpes emocionales que pueden colonizar la vida de una persona, esos que apenas pueden revelarse en una comisaría o en un juzgado, esos que no sirven ante los ojos de un mundo capitalista -ya saben que aquí lo que no puede medirse, no existe-. Portela ausculta la vida literariamente, desde una lucidez conmovedora, y, más, movilizadora: habla con templanza pero se posiciona con contundencia. Charlamos con la autora sobre mitos románticos, culpas y activismos.
¿Cuántos tipos de violencia pueden ejercerse en una pareja?
En esta pregunta hay que relacionar a la pareja con lo social, porque las violencias de la pareja tienen que ver con las estructuras de poder de la sociedad: una sociedad patriarcal en la que se ha cultivado una violencia contra la mujer durante siglos, y donde el tratamiento de la mujer sigue siendo el de “mujer objeto”, el de ser inferior. Una sociedad en la que el cuerpo de la mujer es un espacio para satisfacer los deseos: cualquier deseo que se quiera. Esto siempre va a tener una correlación con lo íntimo. Hay una conexión entre lo público y lo privado que es fundamental. Esa idea de la mujer como ser inferior va a darse en lo íntimo, si no hay nada que lo impida. Por eso, dentro de la pareja, la violencia machista puede ser física pero también puede ser psicológica: el control, el deseo de sumisión del hombre hacia la mujer.
Hablas de la violencia silenciosa. Esa nunca se canjeará legalmente, ¿no? ¿Cómo hacerlo si vivimos en un mundo donde lo que no se puede medir parece que no existe?
Claro. Es justo eso. Se trata de una vivencia silenciosa e invisible, o, que si se ve, es sin testigos, no deja huella. Tú no puedes ir a la policía a decir “oiga, es que mi marido ha leído mis diarios”. Te dirían “bonita, ¡escóndelos!”. Y dicho así, puede sonar a frivolidad, a algo que no tiene importancia, a esto de “son cosas de pareja”… pero en realidad puede ser el síntoma de un problema mucho más grave. Es el síntoma del control de la pareja, de un abuso de poder que no debería darse.
¿Cómo reconocer esa violencia silenciosa que se recibe, y, en el caso del hombre, que se ejerce?
Es muy difícil, por eso a veces pasa que hay mujeres que están en estas relaciones durante años y les cuesta mucho reconocerse como víctimas. Por eso, porque son gestos muy cotidianos. El detalle que te comentaba: al principio de la novela, Matty lee el diario de Alicia, pero, ¿cuál es la reacción de ella? No pensó “ha traspasado una línea, ha violado mi intimidad”, sino que se puso a buscar qué era lo que le había podido enfadar. Es un momento de no reconocer lo que está pasando. De no tener claros los límites. Hay que evaluar de una forma muy crítica los ideales con los que entramos a una relación afectiva: ideales impuestos culturalmente.
El amor romántico.
Sí. Eso de que te tienes que dar por completo a tu pareja, de que no puedes tener secretos, de que estaréis juntos hasta que la muerte os separe… cualquier desviación de eso genera una sensación de culpa. Es hora de revisar los mitos del amor y hay que saber diferenciar qué es amor y qué es otra cosa.
Además, en esta época la delimitación de la propia identidad es más dispersa que nunca, dada nuestra sobreexposición en redes sociales. Ahora da la sensación de que lo que se oculta es malo. ¿Cómo afecta esto a las relaciones de pareja?
Nos exponemos mucho, pero parece que sólo queremos exponer lo bueno. Si entras en las redes sociales te encuentras fotos sonrientes, el “mira lo bien que me va”, los 100.000 followers, gente estupenda y maravillosa… ¿qué hay detrás de eso? Aparte de esa forma de potenciar el narcisismo y la exposición constante, no sé si eso potencia tanto tu intimidad verdadera como lo que tú crees que la gente crea que es tu intimidad. Estos juegos se han complicado mucho, ya no son como hace 15 años.
¿Todo amor acaba tendiendo al daño?
No. Creo que el amor, si es amor, puede tender al dolor porque suceda una desgracia, pero cuando es un amor generoso y basado en afectos positivos (no en celos, ni en control, ni en la necesidad de crecer sobre el otro) puede fracasar por x motivos, pero no tiene por qué herir. Eso de “quien bien te quiere, te hará sufrir” es terrible. Condicionar el amor al sufrimiento, no porque la vida sea una mierda, sino porque el otro te va a hacer sufrir, y si no te hace sufrir es que no te quiere lo suficiente. ¿Qué amor es ese? Tenemos que aprender a relacionar el amor con el crecimiento de afectos positivos y el respeto al otro.
¿Cómo puede un hombre enfrentarse a una relación de pareja con ecuanimidad, sabiendo que viene de una estructura de comportamiento machista donde tenderá a creer, aunque no quiera reconocerlo ni lo exprese, que la mujer es inferior? ¿Qué tiene que aprender?
Algunos hombres son cada vez más conscientes de que eso es una realidad, de que no es algo que digan cuatro locas feministas. A nada que hagan un poco de autocrítica y de autoexploración de su vida, a nada que observen cómo han llegado a donde han llegado… verán que han tenido conductas que van en detrimento de una compañera, de una amiga, de una pareja. Son conductas aprendidas. ¿Cómo desaprender eso? En primer lugar, escuchando mucho. Cuando una mujer dice a un hombre “esto me incomoda, esto me hace sentir vulnerable, esto me violenta”, en vez de que él diga “joder, otra loca feminista”, que pregunte “vale, ¿por qué te sientes incómoda?, ¿qué he hecho?”. Es necesaria una labor de escucha a nivel íntimo. Eso es educación.
Ahora cada vez tienen más recursos para leer y escuchar y compartir con mujeres. Además es más beneficioso para ambos, para mujeres y hombres. Recuerdo una intervención de Bob Pop en Leitmotiv. Decía Buenafuente: “Mis amigos hacen comentarios machistas en algunos chats, tal”, y decía él: “Es que igual no son los amigos que deberías tener”. Los hombres en grupo tienden a eso, a hacer comentarios machistas o soeces o incluso a dejar pasar las violencias del otro. Pues el hombre debería decir “a ver, chicos, por qué habláis así, vamos a replantearnos un poco cómo estamos hablando de nuestras amigas y nuestras parejas, ¿no?”.
A mí me da la sensación, en conferencias feministas, de que la mayoría de las veces somos nosotras hablando con nosotras. Me refiero: podemos hablar con hombres de estos temas en los bares, pero, ¿dónde están ellos cuando entramos en un estadio más avanzado de reflexión?
Sí, entiendo lo que dices, pero eso va a costar más. Entrar en el espacio feminista impone. Yo creo que los congresos y las organizaciones que montan este tipo de encuentros o festivales literarios con el tema central del feminismo tienen que hacer la labor de atraer y de mezclar. Está bien tener un espacio propio para hablar de temas, pero creo que tendrían que ser mixtos. Que ellos también puedan escuchar, pensar, y participar. Tener un lugar de representación. Ahí está el problema de convertirnos en un gueto o una burbuja, cuando este tema pertenece a un debate colectivo y social. Pero también te diré que en clubs de lectura a los que yo asisto, la asistencia mayoritaria siempre es femenina, y no sólo si hay escritora, también si hay escritor. Ahí se mezclan las dos cosas: la temática y que la mujer, sobre todo a partir de cierta edad, está mucho más involucrada en el mundo cultural.
¿Cómo se relacionan el amor con los excesos del capitalismo? Cómo se llevan la autoexplotación laboral con la convivencia y el cuidado del otro. También lo trataba Isaac Rosa en su última novela.
Sí, vivimos en un mundo muy precario donde esa precariedad afecta más a la mujer que al hombre por el peso de los cuidados y la falta de paridad, todo eso que hemos hablado muchas veces. Cuanta más precariedad hay en el ámbito del hogar y de la comunidad en la que vives, más difícil es establecer relaciones en las que uno se pueda dedicar al cuidado del otro en la pareja. Eso, como dices, lo explora de forma genial Isaac Rosa en Feliz final. También ha escrito sobre ello Marta Sanz, en Monstruas y centauras hace un análisis estupendo del capitalismo y la desigualdad de la mujer. Y hay un libro estupendo que acaba de publicarse, Feminismo para el 99%, un manifiesto cortito donde se reflexiona sobre el capitalismo global, los lazos del feminismo con el ecologismo, etc. También se habla claramente del feminismo liberal.
Por eso te quería preguntar. ¿Qué opinión te merece?
Bueno, el feminismo liberal cogió impulso en EEUU hace una década más o menos, y es la lucha por el poder de ciertas mujeres privilegiadas. Imagina el contexto de EEUU: blancas, clase alta… es su lucha por conseguir un poder que reproduce las estructuras patriarcales. Desde este análisis, “feminismo liberal” es un oxímoron. No hay feminismo liberal, no existe. Porque el feminismo busca igualdad social entre el hombre y la mujer, pero también justicia social para todos. Hay una metáfora buena que escuché durante el 8-M: “La feminista liberal quiere romper el techo de cristal para que una inmigrante ilegal le limpie los cristales”. Lo ponía en la pancarta de una chica de origen africano, lo que tenía valor simbólico. Y también lo dijo una política de Podemos, pero ahora no recuerdo quién.
En el caso de que el feminismo liberal existiese, ¿qué propuestas tiene para erradicar la desigualdad?
Ese es el problema, que está vacío de discurso. Responde a la contra. Si ahora el movimiento principal que puede aglutinar a más gente es el feminismo, te salen con esto del feminismo liberal, que han cogido de EEUU, y que es elitista, por tanto es una contradicción en términos. Luego dicen que el feminismo no es de la izquierda… bueno, perdona, sí: el feminismo, aparte de igualdad, busca la justicia social desde su nacimiento, como la izquierda. Es un movimiento de trabajadoras, de mujeres que han defendido una transformación radical de la sociedad, no el llegar sólo unas cuantas a los puestos de poder y de compartir codo con codo el triunfo en las grandes empresas o en la política. Estamos hablando de otra cosa. De una transformación fundamental de la cultura, de la educación, de las bases económicas. Esta idea se adecúa a las ambiciones de los partidos de izquierda. Mucho más de a lo que pueda pedir un partido como PP, Ciudadanos… o los otros.
Frente al feminismo liberal está el radical, pero a mucha gente le asusta el término. Da la sensación de violencia. ¿Crees que es un problema de márketing?
Puede ser. Antes que decir “feminismo radical” creo que hay que decir “feminismo” a secas, porque engloban las mismas cosas. Son cambios profundos, reformas desde la raíz… es mejor decir eso que hablar de “radical”. La palabra se ha desvirtuado mucho, a pesar de que quiere decir que va a la raíz de las cosas. “Radical” atiende a la profundidad de los cambios y no a la violencia. Hay que encontrar otro tipo de lenguaje para llegar a más gente, porque la gente tiene asumida ciertas palabras con ciertos significados.
¿Qué hay de los vientres de alquiler?
Bueno, hay que aclarar lo que es realmente: un sistema de explotación. Más que “vientres de alquiler” yo diría “mujeres de alquiler”, porque te alquilan entera, no sólo en tu vientre. Es un uso explotativo del cuerpo de la mujer. El altruismo en los vientres de alquiler no se lo cree nadie. Además, según he leído, en el proyecto de Ciudadanos esto no lo podría hacer un familiar, consiste en una transacción económica desde fuera de la familia. Es como ir por la calle e ir preguntando: “Oye, ¿quién me presta una mujer?”. Es absurdo. Es como la prostitución. En realidad estamos hablando de cosas muy parecidas: alquilas el cuerpo de la mujer para satisfacer un deseo.