No se puede abarcar con totalidad la complejidad de la filosofía contemporánea sin entender el pensamiento de Martin Heidegger. No hay facultad de Filosofía que no analice las ideas del alemán. Su libro El ser y el tiempo, publicado en el año 1927, conformó la llamada 'terminología heideggeriana' e influyó enormemente a filósofos posteriores tanto en el ámbito existencialista, como puede ser el caso de Jean-Paul Sartre, como en el deconstructivista, con Jacques Derrida al frente.
Sin duda una de las intelectuales que más ayudó a la difusión filosófica de Heidegger fue Hannah Arendt. El escritor francés Emmanuel Faye asegura en su nuevo libro, Arendt y Heidegger: el exterminio nazi y la destrucción del pensamiento (Akal), que "Heidegger nunca habría podido forjarse por sí solo su reputación de mayor pensador del siglo XX". Fue ella quien se empeñó en convencer a los editores que se tradujeran sus trabajos al inglés y quien lo defendió de todo tipo de ataques por parte de sus críticos.
El principal conflicto sobre el filósofo alemán recae en su posible simpatía hacia el nazismo y su acentuado antisemitismo. La investigación filológica de Faye trata de terminar con la polémica y demostrar la cercanía de Heidegger al nacionalsocialismo. En 1933 el comandante Ernst Röhm, cofundador de las SA, habría estado detrás de la promoción de Heidegger a rector de la Universidad de Friburgo y un año después formó parte de la Comisión para la Filosofía del derecho de la Academia de leyes alemana, la academia encargada de la elaboración de las leyes de Núremberg —legislación que impedía las relaciones raciales entre judíos y alemanes—.
El filósofo no aceptó el discurso antisemita una vez llegado al poder Adolf Hitler. 15 años antes del ascenso del dictador envió cartas con carácter antisemita a sus allegados. "La perfusión de judaísmo que viven nuestra cultura y nuestras universidades es efectivamente espantosa, y pienso que la raza alemana debería encontrar la fuerza interior necesaria para acceder a la cima", redactó en una de ellas.
Asimismo, Heidegger no escatimaría en apoyar "los actos de quema de libros, elogiar las tesis de la eugenesia entre la profesión médica, intervenir con el objetivo de crear una cátedra de higiene racial y biológica hereditaria, y suprimir todas las becas destinadas a estudiantes judíos y marxistas".
Faye explica que la lectura de las obras del filósofo alemán evidencian cómo apenas hacía referencia explícita al genocidio por parte de Hitler y sus partidarios y que suprimía cualquier tipo de responsabilidad a los nacionalsocialistas por los crímenes que cometieron. "Son discretamente eliminados en los campos de exterminio. Y qué: millones de seres humanos perecen hoy de hambre en China", escribió en 1949.
El francés también hace hincapié en cómo los alumnos de Heidegger terminaron colaborando de una forma u otra con el Tercer Reich. Entre los muchos que asistieron a sus clases destacan Oskar Becker y Walter Bröcker. El primero colaboró en los estudios de La metafísica nórdica, una doctrina nazi que profesaba el suprematismo desde una perspectiva nordicista. El segundo militó en los 'camisas pardas' para afiliarse después a las SS en 1940. Por su parte, el también filósofo y alumno Hans-Georg Gadamer se mostró distante con el régimen nazi y tras la Segunda Guerra Mundial fue premiado con el puesto de rector en la Universidad de Leipzig.
La judía que se enamoró de un antisemita
Hannah Arendt fue una de las alumnas más destacables de Martin Heidegger. La teórica judía conoció al filósofo alemán a los 17 años en la universidad y entre ambos se consagró un amor imposible. Él estaba casado y Arendt se cambió de universidad un año más tarde. De todos modos, las cartas que se enviaron desde 1926 hasta 1975, año en el que fallece Arendt, muestran la pasión que sintieron el uno por el otro tanto personal como académicamente.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Hannah Arendt fue internada en un campo de concentración francés. Sin embargo, consiguió escapar y se marchó a Nueva York con su marido y su madre. Su condición de judía le llevó a analizar el nazismo en obras como Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal, donde concluyó que el criminal de guerra carecía de pensamientos antisemitas. Acuñó el término 'banalidad del mal' afirmando que Eichmann actuó como un burócrata y ejecutó acciones que se le ordenaban sin reflexionar sobre ello.
Los escritos de la filósofa generaron una gran oposición en Israel, que, por otra parte, siempre criticó las atrocidades del nazismo. Faye se pregunta "¿cómo es posible que una misma autora haya podido conciliar la defensa hiperbólica de Heidegger con la descripción crítica del totalitarismo nacionalsocialista?”. Ya sea en Eichmann en Jerusalén o en Los orígenes del totalitarismo "Arendt no evoca en ningún momento a Heidegger" y en sus posteriores artículos solamente mencionará de forma breve y a pie de página el vínculo entre el autor de El ser y el tiempo y nacionalsocialismo.
Tal era el blanqueamiento de la figura de Heidegger que cuando el sociolingüista Max Weinreich igualó las aportaciones filosóficas del alemán con las del científico Eugen Fischer, jefe de Josef Mengele —médico y oficial de las SS que efectuó experimentos con gemelos y siameses—, Arendt respondió que su antiguo profesor de universidad formaba parte del grupo de intelectuales que simplemente "rebasaron los límites".
Así, Emmanuel Faye hace público todo tipo de fragmentos y extractos literarios que prueban el colaboracionismo de Heidegger con el Tercer Reich y esa "punzante contradicción" en los planteamientos de Hannah Arendt. De hecho, la escritora ya se equivocó sobre Eichmann alegando que no era del todo consciente de sus actos. "Hace ya una década que las sucesivas investigaciones realizadas por diversos historiadores y filósofos han mostrado (...) que Eichmann fue un «cómplice consciente y voluntario del genocidio»", escribe el francés.
Ahora, tras desenmascarar a Eichmann, Faye pone el foco en la sobreprotección de Heidegger por parte de Arendt: "Dispuesta a neutralizar cualquier crítica, construyó sobre su ditirambo un pedestal que posibilitó la elevación del antiguo rector nazi (...) a la categoría de monarca del reino del pensar. Ha llegado la hora de destronarlo".