Nieves Herrero, como tantos otros millones de españoles, pensaba que Guiomar, la musa de Antonio Machado, era un invento del poeta, una licencia literaria a la que dirigir sus versos de amor y desconsuelo. Y así lo creyó hasta que un día, en un acto público, se le acercó Alicia Viladomat y le dijo: "Quiero que escribas la historia de mi abuela, Pilar de Valderrama. Bueno, Machado le puso el nombre de Guiomar". "¡Qué me dices, si pensaba que no existía!", le contestó la periodista y novelista. "Sí, nos dejó un escrito para reivindicar que era ella la mujer de los poemas y las cartas de Machado, que Guiomar existió".
Fascinada por poder sumergirse en una historia con protagonistas tan notables y admirados, Herrero frenó el resto de proyectos que tenía entre manos para entregarse a narrar ese romance envuelto por el silencio que mantuvieron Valderrama y Machado durante ocho años. "Es tan emocionante... Cuando acabé el libro me eché a llorar. Esta historia me ha cambiado por dentro y por fuera", cuenta la escritora, que ve cómo Esos días azules (Ediciones B) tira la segunda edición solo una semana después de desembarcar en librerías. Y eso que la primera fue muy ambiciosa: 40.000 ejemplares.
El título de la novela parafrasea el último verso escrito de Machado —"estos días azules y este sol de la infancia"—, hallado en el bolsillo de su viejo gabán por su hermano José. Para entonces, el poeta ya estaba enterrado en el cementerio del humilde y hermoso pueblo francés de Colliure; pero ese breve recuerdo, que evoca a su infancia en Sevilla, es también la prueba de que, inmerso en el dolor del exilio, de ver cómo se mataban sus dos Españas en las trincheras, sus últimos momentos de lucidez los dedicó a pensar en Guiomar, la mujer que nunca pudo ser suya.
Ambos se conocieron a principios de junio de 1928 en Segovia. Pilar Valderrama era una escritora madrileña, madre de tres hijos, rica, de derechas y católica. Admiraba a Antonio y su poesía. En una situación familiar límite —su marido, un mujeriego, le había confesado que acababa de suicidarse una joven con la que mantenía relaciones— decidió ausentarse unos días para saludar y conocer a Machado. El autor de Soledades, al ofrecimiento de "una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual", le respondió: "Con tal de verte, lo que sea". Pero su relación trascendió mucho más allá de la amistad.
"Se encontraron dos soledades, dos espíritus parecidos intelectualmente", relata Herrero. "Antonio arrastraba su viudedad, era un hombre muy maduro que le llevaba a Pilar casi 20 años. Machado dice que cuando la vio la reconoció como la mujer que llevaba esperando toda su vida. Su encuentro fue muy impactante para los dos. Él se quedó prendado de su figura, hasta el punto de que la llamaba diosa". Así lo demuestra en una carta enviada a su musa en enero de 1929: "El corazón me salta en el pecho, realmente loco, y no hallo manera de sujetarlo (...) Mi alegría tiene algo del loco regocijo del perro que ve a su amo tras larga ausencia".
Aunque se ha servido de las herramientas de la ficción, Nieves Herrero ha querido plasmar en su novela el tono y la forma en la que se hablaban Machado y Valderrama, "una mujer muy abierta de mente, que pertenecía a un club de mujeres, el Lyceum, a quienes llamaban 'las maridas' porque tenían mucha capacidad de decisión y de creación, querían el voto femenino...". Y todo ello lo consigue tras empaparse de las cartas intercambiadas entre ambos, de las que apenas han sobrevivido una treintena —Pilar quemó la mayor parte de ellas antes de exiliarse a Portugal con su familia ante el inminente estallido de la Guerra Civil—.
La autora de Lo que escondían sus ojos también se ha topado con misivas inéditas que muestran la amistad de Pilar Valderrama con Concha Espina o Jorge Guillén; y una obra de teatro que nunca llegó a representarse, El tercer mundo. "Aquí nos está contando cómo era el tercer mundo que compartía con Machado. El primero era el que vivían; el segundo, el que les gustaría para vivir; y el tercero, aquel en el que voluntariamente deciden qué hacer con su vida y qué no, que estaba en su imaginación. Los amantes inventaron que a las 12 de la noche de cada día siempre tenían que pensar en el otro", explica Nieves Herrero.
Una de las grandes preguntas que quedan por resolver de esta historia es por qué disfrazó Machado a Valderrama con el enigmático nombre de Guiomar. ¿Se basaba en algún otro personaje literario? Son abultadas las teorías y las candidatas: la mujer del rey Arturo; la de Jorge Manrique; la protagonista de Romance de Guiomar y del emperador Carlos; las varias Guiomares que aparecen en las obras de Cervantes; la calle de Doña Guiomar en Sevilla; la segoviana de La gloria de don Ramiro, famosa novela de Enrique Larreta... La propia Valderrama concluyó que solo era cuestión de encontrar un nombre "que tuviera las mismas sílabas que el mío y que sonara igual para poder usarlo en versos".
La guerra levantó una barrera infranqueable entre ambos, y un sufrimiento que solo hallaría consuelo con la muerte. Es innegable en el caso de Machado, autor de esta copla tan amarga: "Tú me buscaste un día / —yo nunca a ti, Guiomar / y yo temblé al mirarme en el tardío curioso espejo de mi soledad..."; que el hispanista Ian Gibson en Los últimos caminos de Antonio Machado atribuye al sufrimiento del poetea "por una mujer que, habiéndole seducido ella a su manera, luego, durante años, se negará a corresponderle físicamente en los más mínimo".
La vida de Pilar se prolongaría hasta 1979, pero desde la muerte del autor de Canciones a Guiomar cargó con un lamento eterno, del que jamás se pudo desprender: "Ella dejó por escrito que había amado a una persona fundamental en su vida y que el único pecado había sido amar en silencio", concluye Herrero.