“Un amigo me contó una historia que le había pasado a alguien que conocía: chico y chica se conocen en la adolescencia, se enamoran como locos, entran en la veintena con intención de ejecutar su plan perfecto: casarse, tener hijos… todo el pack. Él muere en un accidente de coche y ella se lía con el hermano de él, con su cuñado. Se obsesiona con la idea de quedarse embarazada porque cree que así va a traer al difunto a la vida”. Habla Lucía Baskaran (Zarautz, 1988) sobre el relato que inspiró Cuerpos malditos (Temas de Hoy), su nueva novela. “Pensé: ¿cuál ha sido el proceso de esa mujer para llegar a esa creencia? Quise ponerme en su lugar. Entender. Hacer un ejercicio empático”.
Al poco conoció a una de las tres únicas rabinas de Francia y, al contarle el hilo conductor de su libro, ella le dijo: “¿Sabes que esto es una ley bíblica?”. “Es muy curioso. Cómo sin saber yo nada de eso llegué ahí… cómo hay historias que permanecen en el imaginario colectivo. Esta también era una práctica muy común en Euskal Herria hasta hace poquito. Tú te casabas con el que tenía el mayorazgo y si se moría, te ponían al hermano. Nadie te preguntaba nada”. Baskaran, una de las voces más contundentes, oscuras y hondas de su generación, viene a reflexionar sobre la amistad entre mujeres, el reparto de roles de género en la familia, los engranajes del deseo y el auscultamiento del propio cuerpo.
¿Qué relación tienen las mujeres con su cuerpo?
Evidentemente, uno de los temas principales de mi libro es el cuerpo, de ahí el título. Y una de las cosas que he querido reflejar ha sido la relación de las mujeres con nuestro cuerpo: quería hablar de cómo es crecer con un cuerpo de mujer, cómo construir la identidad femenina bajo la mirada masculina. ¿Cómo afecta eso a los cuerpos y a la autopercepción?
¿Odiamos nuestro cuerpo?
En una sociedad profundamente misógina, odiar nuestro cuerpo es la norma y creo que eso es lo que se impulsa. No sólo odiar nuestro cuerpo, sino odiar el de otras mujeres. El sistema promueve competencia y deslealtad entre nosotras. Ahí entra el cuerpo: el cuerpo de las mujeres es objeto, no sujeto. Asimila opiniones ajenas, violencia. Sí, claro que odiar el cuerpo es una norma. Estamos constantemente bombardeadas con la idea de que el cuerpo que habitamos es el cuerpo equivocado. Nunca somos lo suficientemente delgadas, ni estamos lo suficientemente sanas, ni somos lo suficientemente guapas. Es un constante “no ser suficiente”.
Hablas de la misoginia de la sociedad, pero también influye el capitalismo, ¿no? Inculcar estas ideas para que sigamos comprando cosas para estar “más guapas”.
Sí, para mí patriarcado y capitalismo van de la mano. Creo que era Naomi Wolf quien lo decía: cuando vieron que no podían volvernos locas con el volver al hogar, lo hicieron con la belleza. Nos han convertido no sólo en un objeto de violencia, sino en unas grandes consumidoras que tienen que comprar constantemente para conseguir el cuerpo perfecto, que no existe.
¿Se puede tener un cuerpo maldecido en la era de Instagram, en los años del culto a la belleza? ¿Cuál es el punto medio entre quererse y vivir en el siglo del selfie y cosificarse?
Ahí estoy un poco pez, no tengo una idea muy clara al respecto. Está bien que las mujeres se hagan selfies, que no necesiten de un ojo ajeno para sentirse guapas y demás, pero sí hay algo de ‘selfidentificación’: un objetualizarse una misma. Ahí tengo bastantes dudas. A mí me parece bien que cada una elija hacer con su cuerpo lo que quiera, y eso, por supuesto, pasa por hacerse selfies, o fotos en la forma en la que a ti te dé la gana, pero soy consciente de que los cuerpos de las mujeres se han convertido en algo consumible.
¿Cuál es la línea que separa una imagen de ‘mujer-objeto’ de un desnudo artístico, por ejemplo? ¿Cuándo el cuerpo sirve al arte y cuándo al mercado? De hecho: ¿qué diferencia hay entre objeto y arte: no es lo mismo?
El tema es que en el arte históricamente las mujeres no hemos sido sujeto, sino objeto. Estamos tan acostumbradas a vernos como objeto y no como sujeto que no sabemos dónde trazar la línea. Es una pregunta complicada.
¿Qué es mejor, no cuidar el cuerpo u obsesionarse con cuidarlo? ¿Es un tesoro o una cáscara? ¿Somos nuestro cuerpo?
Para mí, la clave está en encontrar un equilibrio: en hacerle caso al cuerpo. Es decir, atenderlo cuando está enfermo, cuando necesita unos cuidados, cuando le apetece emborrarse, pero sin vivir obsesionado con él. Vivimos en la cultura del culto al cuerpo, con todo lo que eso significa. Con toda la objetualización que lleva detrás. No hay que tratarlo como a un vertedero, porque al final es algo que nos va a acompañar toda la vida. Pero tampoco nos volvamos locos.
¿Qué es una puta? ¿Hay que reivindicar el concepto, como se hace a veces desde el trap?
Estamos acostumbrados a pensar en términos binarios y en el caso de las mujeres, estamos acostumbrados a separarnos entre “vírgenes” y “putas”, aunque no se nombre así. Las madres vírgenes (las buenas chicas) y las putas y demás. “Puta” es trabajadora sexual, pero se usa como insulto. Eso es otro tema. Yo entiendo que se reivindique la puta porque es lo demoníaco. Se ha demonizado a las mujeres que tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio y que, además, cobran. Son peligrosas para el sistema patriarcal.
Hay que tener en cuenta que cuando se creó el Estado moderno, tal y como lo conocemos ahora, a comienzos del siglo XVI, se instauró una idea: para que el Estado funcionase se apoyó en la creación de la familia tradicional y para ello se inventaron los roles de género. El tipo de mujer que se tenía que ser era muy concreto: muy destinado a la maternidad. Todas las relaciones sexuales cuyo objetivo no fuera tener descendencia fueron fuertemente castigadas. Y ahí se incluyen a las trabajadoras sexuales. La puta es un peligro para el sistema. Se sale de la familia, es independiente económicamente, y tiene relaciones sexuales. Yo estoy a favor de su reivindicación.
Entiendo entonces que en el debate abolición-regulación, te colocas en el regulacionismo.
Para mí esto es un tema muy complejo y no creo que tenga la respuesta. Es un debate abierto, pero para mí lo principal es que una trabajadora sexual tenga los mismos derechos que yo. ¡Me parece tan básico…! Seguridad social, paro. ¿Cómo no voy a querer eso para alguien? Luego, cuando eso se consiga, pensamos si el oficio es o no patriarcal. Pero hasta entonces…
Dices que la amistad es tratada por el sistema como una “relación de segunda”, que lo primordial es la familia. Pero, ¿hasta qué punto el modelo de familia, y el modelo de amor, están cambiando? ¿Vamos hacia una sociedad de relaciones abiertas? La monogamia está más en cuestión que nunca.
Sí y no. En los círculos feministas sí. Pero en general sigo viendo lo mismo: ya en los años setenta se experimentaba el poliamor, mira los hippies. Lo hacían y no siempre salía bien, porque vivimos en un sistema en el que los hombres tienen determinadas relaciones de poder y de género. Te recomendaría el libro de Brigitte Vasallo, Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. Ella es alguien que practica el poliamor y que sabe muchísimo más de lo que yo te pueda decir. Tiene un punto de vista muy interesante desde el feminismo. Yo en el libro quiero hacer una apuesta por la amistad, que es una forma de relación no tan jerárquica como la familia. Está infravalorada. Parece que la única forma de ser adulta es pasando por el matrimonio o aspirando a tener una pareja. Y bueno, no.
Pero, ¿dentro de esa amistad entra el sexo?
No, yo creo que cuando follas con alguien es distinto a ser amigo, entran en juego otro tipo de cosas. Pero sí que es verdad que no creo que el objetivo vital del matrimonio sea el tener sexo garantizado por x tiempo, sino que entran temas más complejos: sentirse seguro, tener un hogar al que volver… y eso también lo puedes construir con tus amigas.
¿Cómo sería una sociedad que se fundamentase en las amistades? En el caso del libro, Ane y Alicia. ¿También es una fuerza que une de dos en dos?
Alicia también tiene a Uxue, pero seguimos acostumbrados a pensar en términos binarios. Alicia tiene más amigas que Ane, pero Ane es su amiga íntima. Al final no puedes intimar con tanta gente: el día tiene 24 horas y da para lo que da. Yo creo que esa sociedad sería, no sé, menos jerárquica.
¿Por qué Alicia negaba su bisexualidad?
Precisamente, para no salirse de la norma. Alicia se convenció de que debía estar ahí, de que la única forma de ser feliz es entrar en un rol de género muy marcado. De niña, cuando se sale de ese rol, se la castiga. No la castiga la ley, sino sus compañeros de clase. La insultan. Le hacen ver que eso no está bien.
¿Qué sabe Lucía Baskaran de la felicidad? ¿Cómo se relaciona con los fármacos?
Antes el orden moral lo imponía la Iglesia y ahora la psicología. Siempre a nivel individual: “El objetivo vital es ser felices, tú tienes que estar bien...”. Bien, ¿para qué, para quién? ¿Para producir? ¿Para ser válido para el sistema? Hay una trampa. Es estupendo que miremos por nuestro bienestar, pero se tiende a patologizar según qué emociones: la tristeza es lo contrario de la productividad.
¿Por qué estamos cada vez más tristes?
Porque no nos dejan espacio para la vida. Nos tienen esclavizados y además tenemos que llevar la sonrisa por delante. El problema no está en el individuo, sino en un sistema que no está pensado para la vida.
En el libro también se habla de la sustitución. Del remplazo de una persona por otra. ¿Es eso posible?
Es que estamos muy acostumbrados también al reemplazo inmediato. Todo tiene que tener una consecución inmediata… todo es digno de consumir. Parece que si lo dejas con una pareja enseguida puedes empezar con otra y no se trata de eso. Se trata de cuidarnos entre nosotras y de aceptar tus partes oscuras y las del resto. Tú las tienes, las tiene todo el mundo y si no enlazamos eso… estamos perdidas. Es parte del problema de una sociedad de consumo como ésta. A la mínima vemos algo que no nos gusta y salimos corriendo. La vida no es así. Las relaciones entre personas son y van a ser conflictivas. Tendremos que aprender a resolver nuestras diferencias con la menor violencia posible.
Abres el libro con una frase de Pavese que dice: “Con amor o con odio, pero siempre con violencia”.
Sí. Pero no es la violencia entendida desde la agresión, sino desde la pasión.