"Ay, los vascos... Qué idioma". La escritora nacida en Perú conoce muy bien España. Sus antepasados eran vascos, castellanos y portugueses. A sus 76 años ha publicado más de una veintena de libros y en su última novela ha querido dotar de protagonismo a los exiliados españoles durante la Guerra Civil. Largo pétalo de mar (Plaza & Janés) presenta la vida del joven médico Víctor Dalmau, quien se ve obligado a abandonar Barcelona junto con su amiga pianista Roser Bruguera para marcharse a Francia, donde suben a bordo del Winnipeg, un barco fletado por nada más y nada menos que el poeta Pablo Neruda. Vivirán en Chile hasta que el fascismo les encuentre una vez más en el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende.
Isabel Allende es una de esas escritoras que jamás ha perdido la humildad. La autora de La casa de los espíritus y Paula se muestra agradable con toda persona que se le acerca. Nos recibe en un hotel céntrico de Madrid, sentada cerca de una ventana cuya luz primaveral ilumina toda la habitación. No escatima en hablar de cualquier tema que se le presente. Su pasión por la vida y ese espíritu de disfrutar el día a día le impiden esconderse.
La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española son los conflictos de los que más se ha escrito en la historia de la humanidad. Su nuevo libro parte de la Guerra Civil. ¿Qué novedad tiene que aportar Largo pétalo de mar en este ámbito?
Nada. No aporta nada a lo que fue la Guerra Civil. Ese conflicto es el punto de partida para explicar por qué estos refugiados llegan a Chile. Alguien me decía que se escriben 70 libros al año sobre la Guerra Civil. No hay nada que yo pudiera aportar, sobre todo no siendo de aquí. Pero tenía que explicar al menos parte de ello para justificar la salida de mi personaje de España.
Escribe usted cómo ha tenido que "imaginar muy poco" puesto que muchos de los hechos que acontecen en la novela son reales. ¿Dónde está el límite entre realidad y ficción?
Los hechos históricos están todos bien documentados. Es decir, todo lo que pasó en la Guerra Civil en Cataluña con los exiliados, los campos de concentración en Francia o el Winnipeg son reales. Después, ha habido distintos personajes que los he agrupado en uno solo. Yo conocí a un hombre que se llamaba Víctor Pey, que fue además de refugiado amigo mío. Se murió una semana antes de que yo alcanzara a mandarle el manuscrito de mi nuevo libro. Tenía 103 años cuando murió. Él me contó su vida y su vida está aquí, en el libro. Pero él no era médico, como menciono. Había otra persona que era médico y yo agarré su vida para hacer una combinación.
En su libro menciona varias veces a Pablo Neruda, quien, como sabrá, violó a una mujer según relató él mismo. ¿Cree usted que se puede separar la obra del autor?
Se debe. Se debe separar a la obra del autor. Si no, tendríamos que censurar la cultura universal. ¿Quién se salva? ¿Quién tiene una vida de santo? ¿Vamos a borrar los murales de Diego Rivera? ¿Vamos a eliminar la obra de Balzac? ¿Las películas de Woody Allen? Podemos criticar al personaje. Woody Allen ha hecho cosas despreciables pero no podemos obviar el hecho de que ha dirigido películas extraordinarias. Por eso hay que tener cuidado con eso de censurar la obra por no gustarnos la persona.
Hubo un conflicto con el nombre del aeropuerto de Santiago de Chile. Se pretendía que se le diera el nombre de Pablo Neruda aunque desde colectivos feministas respondían que no se debía conmemorar a un violador y proponían a Gabriela Mistral. ¿Qué le pareció?
Ya era hora de que le pusieran el nombre de una mujer. Mistral fue una poeta tan valiosa como Neruda y mucho menos reconocida. Me parecería muy bien darle al aeropuerto el nombre de Gabriela Mistral.
Usted pertenece a ese boom de la literatura hispanohablante que se dio en Latinoamérica en el siglo XX. Estaba ahí junto a Gabo o Vargas Llosa, por poner un par de ejemplos. ¿Ha sufrido, a lo largo de su carrera literaria, por su condición de mujer, algún tipo de obstáculo o discriminación?
Sí. Una mujer tiene que hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento y respeto. Los críticos, profesores que enseñan literatura y a veces los propios colegas se molestan si una mujer vende más libros que ellos. Hay una tendencia a minimizar el trabajo de la mujer. Si una mujer escribe de amor es sentimental. En cambio, si un hombre escribe de amor es sensible. Si un libro tan precioso como El amor en tiempos del cólera, de García Márquez, lo hubiese escrito una mujer, se le habrían tirado encima por sentimental, romántica y qué sé yo. Hay que defenderse mucho y trabajar mucho para obtener ese respeto.
Yo he escrito en 35 años 23 libros, 24 con este. Todavía hay gente que no me considera una escritora; me consideran una narradora porque yo vendo más libros que otros. Y eso les cae mal. Ahora, en Chile la crítica ha sido muy fuerte contra mí. En Chile existe esa tendencia de echar para abajo a cualquiera que triunfe. Tenemos hasta un verbo para eso: chaquetear. Coger de la chaqueta y tirar para abajo. Aunque desde que me dieron el Premio Nacional de Literatura la cosa se calmó y hay un poco más de respeto.
De hecho, si volvemos al inicio de su respuesta, la pregunta que le viene a uno a la cabeza es qué hubiese sido de los escritores varones latinoamericanos si sus mujeres no se hubieran ocupado de los hijos y de las tareas del hogar.
Y cuidando de ellos mismos también. Haciendo de secretarias y llevando al día el trabajo diario de sus maridos.
Usted ha vivido en Venezuela antes de la llegada de Hugo Chávez. Hoy en día a España llegan hordas de noticias de todo tipo sobre la situación en el país. ¿Cómo lo ve usted?
Todas las noticias que recibimos vienen de la oposición, que son quienes controlan los medios internacionales. Pero es verdad que el gobierno es un desastre y que el país está quebrado. Hay gente que está pasando hambre en Venezuela. La situación es dramática y tiene que cambiar. Lo que no se puede defender es la posibilidad de que Estados Unidos invada militarmente Venezuela para sacar a Maduro de ahí. Eso no puede ser. Ya terminó la época de la Guerra Fría en la que eso era admisible. Ya no lo es. Yo creo que Maduro va a salir y la cosa será negociada. En eso van a tener un papel importante los militares.
Actualmente también estamos viviendo un resurgir de la extrema derecha. Acabamos de vivir unas elecciones europeas donde se da cabida a gente en contra de la inmigración y en Estados Unidos Trump siempre ha mantenido un discurso que rechaza a los inmigrantes. Usted, como inmigrante y exiliada, ¿cómo ve estos nuevos retos a los que se enfrenta el mundo?
No solo no respetan a los inmigrantes. La extrema derecha es nacionalista, xenófoba... Hay una tendencia a la exclusión y a ser retrógrado. Pretenden vivir del pasado, no del futuro y del progreso. A mí me parece bien peligroso. Es una ola que está sacudiendo el mundo como un tsunami. Pero no creo que sea definitivo. He vivido lo suficiente como para saber que estas cosas llegan y pasan, se van. Y yo espero que esto pase sin destruir las estructuras democráticas que existen.
Si Trump se queda ocho años en el poder puede demoler las instituciones democráticas existentes. En todos los países hay una parte de la población que es muy nacionalista, retrógrada, sin educación y violenta muchas veces. En Estados Unidos también, principalmente en el sur. Son gente con menos recursos, menos educación y armados además. Esa es la base de los votantes de Trump. Pero Estados Unidos se formó sobre una idea; la idea de una democracia utópica, algo que no existía en el mundo.
Después de la Revolución Francesa viene esa aspiración a una forma de vivir más igualitaria. Cuando se independizan los Estados Unidos, los padres fundadores se juntaron para imaginar un país. Eso nunca había pasado. Hasta el momento, los países se formaban poco a poco, crecían de manera orgánica. Estados Unidos se forma a partir de una idea. Todavía existía la esclavitud y había desigualdad pero existía una idea de cómo debía hacerse. Esas instituciones que se crearon han persistido hasta hoy. Y eso se puede destruir en la actualidad.
Hace poco se reunieron en Madrid diferentes intelectuales de la tercera edad para hablar del amor en la edad adulta en la que estuvo presente Vargas Llosa y donde incluso hablaron sobre el deseo sexual. ¿Piensa usted que el amor varía según la edad?
No sé en otra gente. No sé lo que dijo Vargas Llosa. En mi caso yo me enamoro igual ahora que con 18 años. La diferencia es que ahora sé que tengo poco tiempo. ¿Cuántos años puedo vivir este amor? ¿Cinco, seis... diez a lo más? Hay unas ganas de no perder el tiempo. No hay tiempo para celos, peleas tontas etc. Hay que aprovechar cada minuto. Gozarlo. Yo antes explotaba cuando mi pareja era desordenada. ¿Voy a perder este día precioso que tengo por el hecho de que la ropa esté en el suelo? Lo dejo pasar. Y mi compañero Roger está en la misma situación. Por dios, tenemos tan poco tiempo. Vamos a gozarlo. Yo creo que esa es la diferencia entre enamorarse en la madurez y enamorarse en la juventud.
Ahora, el amor es diferente en el amor maduro. Hay parejas que han estado juntos toda la vida y que empiezan a adentrarse en la época madura. Pero en el caso de Vargas Llosa, que se enamoró viejo, debió ser precioso lo que dijo.