Es probable que Walt Whitman sea el poeta más importante y que mejor representa la imagen de Estados Unidos. Su poema más famoso, ¡Oh, Capitán, mi Capitán! —mundialmente conocido por la excelente actuación de Robin Williams subido en un pupitre escolar en El club de los poetas muertos— es una dedicatoria a su querido Abraham Lincoln una vez asesinado: "Mi Capitán no contesta, están sus labios pálidos e inertes".
Este mes de mayo se cumplen 200 años del nacimiento de Walt Whitman y el escritor y crítico literario Toni Montesinos publica de la mano de la editorial Ariel El dios más poderoso, un exhaustivo análisis sobre la vida del poeta y las facetas más desconocidas de su marcada personalidad. Entre todas ellas, Montesinos comienza destacando lo que él denominará el precursor del "autobombo".
La obra que más caracteriza a Whitman fue Hojas de hierba, un poemario que contrastaba por su exaltación a lo material frente a la poesía idealista y simbolista de la época. Fue un hombre perfeccionista que a menudo pecó de inseguro, lo cual le llevó a corregir continuamente sus poemas ya publicados. "El autor había depositado demasiada fe en sus Hojas para que no constituyera un verdadero punto de inflexión en la literatura norteamericana", escribe Montesinos. Asimismo, el académico y crítico literario Jerome Loving publicó en la biografía sobre Walt Whitman que "¿quién entendía los méritos y deméritos de Hojas de hierba mejor que su autor?", haciendo alusión a si eran lícitos o no sus estrategias publicitarias.
Utilizó su cargo de periodista y sus contactos para dar voz de forma anónima —o firmando con otros nombres— a su propia obra y su figura como intelectual. "Todos los poetas americanos establecidos ignoran laboriosamente a Whitman", llegó a escribir sobre sí mismo y sin firmar con su nombre en 1876. También se escudó en el anonimato para escribir cómo Whitman fue el único escritor que acudió al entierro de Edgar Allan Poe.
La difícil consolidación del poeta venía de lejos. Había nacido en una familia humilde y cambió de trabajo y vivienda numerosas veces. Una vez iniciada la Guerra de Secesión Whitman intentó vender el poema Mil ochocientos sesenta y uno por 20 dólares al medio cultural Atlantic Monthly, fundado por el filósofo Ralph Waldo Emerson, pero fue rechazado.
El poeta neoyorquino siempre se consideró admirador de Abraham Lincoln, tanto que incluso le llevó a mentir sobre el día en el que fue asesinado. Tal y como menciona el libro, mintió "sobre el hecho de que lo conocía personalmente y que estuvo en el teatro donde lo asesinaron". Lo más probable es que el presidente de los Estados Unidos apenas supiera de la existencia de Whitman.
Fiel seguidor de la pseudociencia
El interés por la ciencia por parte del poeta estadounidense llegó en su edad adulta, cuando comenzó a interesarse por las teorías de los frenólogos. La frenología es una teoría médica del siglo XIX según la cual la personalidad, instintos y demás características de un individuo pueden ser analizados según la forma del cráneo.
A Whitman le interesaban los cerebros y los cráneos: "Pensaba que podían revelarlo todo acerca de un hombre". De esta manera, tras su fallecimiento en en 1892, su cerebro fue enviado a la Sociedad Antropométrica Americana para que fuera pesado y medido. Fue allí donde a uno de los trabajadores del laboratorio se le resbaló el cerebro. "Se desparramó por todas partes y ahí terminó la historia. El cerebro del poeta más grande de América fue barrido y arrojado a la basura".
No cabe duda que, pese a su trágico final y las artimañas que llevó a cabo para promocionar su propia vida, buscó contar la historia desde una perspectiva de lo más natural. "Whitman intentó atraer a cualquier ser humano diciéndole que todo cuanto hiciera o pensara era importante, que lo que era válido para un hombre norteamericano, lo era también para el resto del mundo".