Dice Santiago Alba Rico que los mercados han violado a un niño de 15 años y le han robado cinco euros, que Felipe González ha salido del armario y es un jabalí, que el viento procedente del norte de África ha traído una plaga de esqueletos a nuestras ciudades. Cuenta que Miguel Hernández ha sido detenido por terrorismo anarquista, y que hay una mujer -cajera de Mercadona, con una niña pequeña, que sufre el acoso de su jefe y que no es muy guapa ni muy lista- aún tiene ganas de luchar, aunque parezca inaudito.
El que fuese lúcido guionista del mítico programa La bola de cristal, el filósofo desencantado de Podemos, el hombre insurgente que cree que "las cosas bellas lo son, entre otras razones, porque han resistido" y reivindica la recuperación del cuerpo -ahí su último ensayo- recoge en Última hora (Arrebato Libros) ocho años de cuentos cargados de verdades incómodas.
Se trata de un rosario pagano de noticias satíricas, amargas, hilarantes, poéticas, distópicas y emocionantes que ha ido relatando en el programa de radio Carne Cruda y hoy, aglutinadas, se leen trascendentes. Con su credibilidad tan áspera. Con la ficción como herramienta para escrutar el mundo. Como golpe lírico -y comprometido- en la mesa. Como forma punzante de levantar la ceja ahora que ya no creemos en casi nada.
¿Qué es la verdad para Santiago Alba Rico?
Bueno, la verdad es un concepto que ya sólo se debería usar para hablar de literatura. Para distinguir la realidad de la verdad. Creo que en este libro precisamente lo que intento es trazar esa línea entre historias reales y verdaderas. Las verdaderas se caracterizan porque retratan mejor la realidad que las historias reales y añaden siempre algo. En todo caso, en un contexto de fake news donde la frontera entre la verdad y la mentira ha quedado muy desdibujada es importante que protejamos ese concepto para describir aquello que hacen todavía los poetas, los novelistas, los artistas… sólo hay verdad ahí. Sólo existe la verdad en la ficción y a esa verdad no podemos renunciar.
Es muy necesario penetrar permanentemente en la realidad para separarla de la ficción, yo creo que esa frontera se está borrando peligrosamente (y yo diría que incluso en términos literarios), y eso tiene que ver con lo políticamente correcto. El arte no debe ser nunca políticamente correcto, los políticos sí, a ellos hay que exigírselo, pero los artistas, novelistas, escritores… no. Creo que cuando esa distancia o esa diferencia que han reconocido todas las sociedades del planeta durante siglos se pone en cuestión, se pretende que la literatura no sea verdadera sino real (y al mismo tiempo la realidad ha quedado completamente disuelta en un mundo de ficción impuesto desde la política) estamos perdiendo tanto la capacidad para incidir en la realidad políticamente como la capacidad para incidir en la realidad poéticamente.
Es cierto que se quiere hacer del arte algo ejemplarizante. Y de hecho esa idea viene por parte de la izquierda, seguramente de forma bienintencionada (para no generar discursos tóxicos), pero al final, coercitiva.
Sí. Sobre todo debemos saber en qué espacios tenemos que correr riesgos y en qué espacios no. Yo no quiero que mis hijos corran riesgo en la calle, no quiero que el terrorismo me amenace cuando voy a visitar a un amigo a una plaza pública… y sin embargo hay otros sitios donde sí es necesario correr riesgos, y el espacio para correr riesgos es justamente este: el del arte, el de la literatura, el de la poesía, que son espacios concebidos expresamente para el riesgo. Y claro que los riesgos, valga la redundancia, implican riesgos, pero los riesgos que corremos en esos ámbitos suelen tener efectos reveladores y civilizatorios a los que no podemos renunciar.
Tenemos que defender esta necesidad de correr riesgos en la ficción poética y en la ficción artística, como indisociables de todo progreso humano. Cada vez que dejamos de correr riesgo en ese terreno porque consideramos que se trata más de ser siempre y en todos los lugares antirracista, anticapitalista y antimachista, acabamos haciendo peligrar el arte. Siempre recuerdo una frase de Gramsci que dice que “el arte es educativo, a condición de ser arte”. Si es educativo, no es arte. Y sólo si es arte es educativo. Ahí debemos correr riesgos, no en la calle.
Hay una canción de Nacho Vegas que dice “desayunas leyendo la prensa para saber lo que hay que pensar”. ¿Qué periódico o periódicos lees para saber qué hay que pensar?
Muchos, soy muy promiscuo, leo muchos periódicos. A saltos leo algunos en árabe, leo Le Monde y españoles pues eldiario.es, Público, Contexto. El Mundo lo leo para acercarme a lo que pienso una cierta derecha muy representativa en el contexto español. De las pocas ventajas que tienen las redes sociales es que si eliges bien tus proveedores acabas recibiendo información bien seleccionada de distintos medios que igual no son tus medios de referencia.
En uno de los cuentos dices que El Valle de Los Caídos es un “olvido de la decencia humana”. Te quería preguntar qué herencias franquistas observas en la España de 2019.
Por desgracia, muchas. En España teníamos todas las ventajas para haber olvidado ese período de nuestra historia: ese periodo triste, doloroso, trágico, feo. Y mientras el 90% de la sociedad española lo ha olvidado, hay un sector minoritario que tiene más poder del que a mí me gustaría que tuviera y que además se refugia en las instituciones. Lo prueba el auto reciente del Supremo: conservan la memoria y es una memoria revanchista, vengativa; una memoria (y lo voy a decir muy duramente) que se sostiene sobre el derecho de conquista, y esto yo lo veo no sólo en sectores minoritarios como Vox, obviamente, un partido franquista, y lo veo en muchas instituciones, desde el Ministerio del Interior a la judicatura pasando también por los medios de comunicación.
Hay otro cuento muy divertido en el que aparecen Espiritistas por la democracia y proponen resucitar a Franco para que desaparezcan los problemas sobre qué hacer con su cuerpo. Me pregunto qué diría Franco de la España actual si realmente levantara la cabeza.
Pues mira, eso es lo único o lo mejor que se puede decir de la frágil e incompleta democracia en la que vivimos: si Franco resucitase, la perseguiría del mismo modo sañudo con el que persiguió la de la Segunda República. Es lo mejor que se puede decir de esta democracia limitada es que en cualquier caso Franco conspiraría para dar un golpe de Estado contra ella. Lo malo es que para esa conspiración encontraría, como digo, cómplices incluso en nuestras instituciones.
También hablas de un nuevo libro de Marx llamado El capital. ¿Qué diría él si resucitase en el mundo actual?
Eso es complicado. Yo creo que hay que distinguir entre el Marx teórico y el Marx político. Yo creo que el Marx político estaría situado en la izquierda minoritaria más radical…
O sea, que Marx no votaría a Podemos.
No, Marx no votaría a Podemos, y sin embargo creo que Podemos no se puede entender sin Marx. El Marx teórico sí provee herramientas para hacer políticas que chocarían con el Marx político, que creo que cometió muchos más errores.
¿Hay alguien que muera marxista? ¿Por qué parece que en algún momento del ciclo de la vida la gente acaba renegando del marxismo?
No lo creo… por un lado ocurre que casi todo el mundo ha asumido (hasta la historiografía de derechas) el legado de Marx como un legado indispensable para analizar la historia. Todo el mundo, hasta la gente de derechas que se ha dedicado a estudiar esto, muere marxista. No creo que haya ninguna ley así biológica que convierta a los jóvenes marxistas en maduros antimarxistas. Yo hace poco escribí un artículo en el que sí decía que de jóvenes somos platónicos y de viejos aristotélicos. ¿Se puede ser aristotélico y marxista? Yo creo que sí, porque Marx se basó largamente en la obra de Aristóteles.
En cualquier caso: en la visión opuesta que procede del Renacimiento entre un Platón que mira los cielos y las estrellas y un Aristóteles que sabe bien qué terreno pisa, hay que decir que los jóvenes son enérgicos, y como platónicos que son, son muy abstractos; y la abstracción y la energía juntos pueden llevar a invadir Polonia o a cualquier otro desastre. Y de mayores ya somos muy concretos pero más bien frágiles y débiles, no tenemos energía para defender lo concreto. Se puede y se debe ser marxista para defender precisamente la concreción. La combinación perfecta sería jóvenes aristotélicos.
Esto explica que en la juventud mucha gente se hace marxista sin haber leído a Marx porque su propia energía abstracta le lleva a impugnar muy justamente su totalidad del mundo y el sistema en el que se vive. Luego, cuando empiezas a entender que en ese mundo hay que defender cosas concretas que son indispensables para precisamente cambiar el mundo (y esto va desde los hijos a las flores) te conviertes en un marxista aristotélico razonable y entiendes que para defender los hijos y las flores es necesario combatir el capitalismo y que no se puede combatir el capitalismo (aun con todo lo que hay que renovar del pensamiento marxista) sin contar con Marx.
Una pregunta: ¿Podemos?
Bueno, creo que en mi libro no hablo de Podemos, lo cito sólo una vez. No sé, yo ya sabes que no tengo ninguna relación con Podemos, por desgracia. Hubiera querido que Podemos fuera otra cosa y lamento esta deriva que al mismo tiempo que le hace perder votos le hace perder consistencia política e intelectual y nos deja un poco más a merced de las fuerzas que quiso combatir. Nació para combatir el régimen del 78 y estamos viviendo una restauración de ese régimen.
De hecho, se ha dejado de llamar “régimen del 78” y Pablo Iglesias lee la Constitución en los debates.
Efectivamente, pero a mí me gusta seguir llamándolo así, creo que fue un hallazgo, y creo que Podemos se ha convertido en una nueva IU, muleta de un PSOE al que va a poder imponerle pocas condiciones. Organizativamente es difícil de recuperar. Al mismo tiempo, yo voté a Podemos en las generales, no así en las autonómicas, y bueno, no me gustaría que desapareciera, pero me gustaría que fuera otra cosa.
Hay un cuento donde propones una Cataluña en condominio. “EEUU gestionará Cataluña los meses compuestos de 31 días mientras Corea del Norte se hace cargo del resto de España”. ¿Cómo se arreglará esta situación?
Mal, yo creo que mal, con un condominio, quiero decir: con un acuerdo político y eso implica que todas las dinámicas de polarización que se alimentan de un lado y de otro se frenen y se reviertan. Todo parece indicar que vamos a seguir así y todo en buena parte va a depender de la sentencia del Supremo, que va a ser determinante, yo creo.
¿Qué es la patria para Santiago Alba Rico?
Esto es muy complicado, porque yo he vivido la mayor parte de mi vida fuera de España y como con una voluntad pedante y pretenciosa de cosmopolitismo que hoy, de alguna manera, cuestiono. Me interesa cada vez más España, me interesa cada vez más la historia de España, hay lugares de España… ¿cómo decir?, y vínculos sociales que yo calificaría de españoles a los que de pronto me siento ligado. Y recuerdo con nostalgia.
¿Ahora? Tantos años después.
Sí, muy tarde.
Te fuiste en el 88.
Sí, primero a El Cairo, después a Lisboa y ahora a Túnez. De manera que… sí, no es fácil pronunciar la palabra patria en nuestro país, y aquí sí estoy muy de acuerdo con Íñigo Errejón: es un significante que deberíamos disputar desde la izquierda, pero eso implica plantearse la cuestión nacional, que no es la cuestión de Cataluña ni del País Vasco, sino la de una España inconclusa, una España sin hacer, una España que es más Estado que nación… y por lo tanto, bueno, no sé. Esto como confesión personal: cuando vengo en verano y hago viajes, me gusta evitar las autopistas, porque sólo se hace patria por carreteras secundarias, las autopistas son lugares que no forman parte de ninguna patria. España es eso, una mitad que es un no-lugar, atravesado por fuerzas políticas y económicas en las que no me reconozco, y luego hay lugares a los que sólo se puede llegar por carreteras secundarias en los que cada vez me reconozco más. Y que tienen árboles y montañas y gente.
Era Gil de Biedma el que decía que “de todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal”.
Siempre ha terminado mal, pero sobre todo por una razón: porque la historia de España todavía no ha empezado. Estamos en la prehistoria de España. Esto lo cuenta muy bien el profesor Villacañas en algunos de sus libros: España nunca ha llegado a ser un país, ha primado siempre esta dimensión estatal imperial que ha impedido que se configurara una nación. Salvo quizá, brevemente, durante la guerra de Independencia, que conduce a la Constitución de Cádiz, España es un país sin conciencia nacional, sometido desde fuera a un aparato estatal, en el que gran parte de los españoles no se reconocen. Creo que estamos en la prehistoria de España y confío en que la historia de España empiece pronto y más o menos bien.
En otro cuento hablas de la bandera en forma de calzones o de vestidos de flores. ¿Para qué sirve una bandera?
La bandera… todos usamos banderas. Yo no estoy en contra de las banderas, creo que casi todo lo profundo y fundamental lo expresamos con un color o con un pañuelo, desde el amor hasta la fe los expresamos a través de símbolos empíricos, y se pueden situar en el espectro de los colores. Eso es irrenunciable. No podemos imaginar un mundo tan ascético, tan absorbido en su dimensión abstracta y teórica que viva sin expresiones materiales. El problema es que los símbolos acumulan historias y acumulan Historia. Y por lo tanto no todos son iguales, por eso creo que a lo largo de la historia a unos símbolos hemos opuesto otros. Dicho esto, para mí, que tengo 58 años, la bandera española no es mi bandera, no me reconozco en esa bandera, pero al mismo tiempo tampoco reivindicaría en estos momentos la bandera republicana.
¿Por qué no?
Porque la mayor parte de los españoles no la viven como propia. Lo mejor que podemos hacer con ese periodo es recordarlo y después olvidarlo. Y para ese olvido futuro, esa historia de España que aún no ha empezado, necesitaremos una bandera.
¿Una bandera nueva?
O no. Será nueva, en cualquier caso, porque si conseguimos recordar y olvidar, que es lo que necesita este país, cualquier bandera será nueva, incluso la rojigualda actual, si deja de representar una historia que gestionan y manejan los que fueron los vencedores de la Guerra Civil. La solución es el recuerdo y el olvido; el olvido también tendrá su bandera. A mí no me importará defender la bandera rojigualda si representa ese proceso de construcción de una España que ahora mismo no existe.
En otro relato hablas de Miguel Hernández y de cómo es detenido por “terrorismo anarquista”. ¿Hoy sería encarcelado Hernández, por un tuit?
Sí, lo vemos clarísimamente. Creo que tenemos una ley de seguridad ciudadana (llamada elocuentemente “ley mordaza”) y una reforma del código penal que indica recortes y retrocesos de las libertades civiles. Por ejemplo, yo creo que el llamado “delito de odio” no debería existir, aunque fuese casi recuperado por la izquierda para proteger a las minorías. Hoy se está usando mal.
¿Por qué dices que no debería existir?
¿El delito de odio? No, yo creo que el odio no puede ser un delito, sino una emoción subjetiva. Se puede matar con saña y sin odio. Si lo que se quiere decir es que hay delitos detrás de los cuales existe odio machista, odio racista, odio homófobo, odio incluso de clase… me parece bien, pero los códigos penales siempre han recogido lo que se llama “agravante”. El machismo y el racismo pueden ser agravantes, pero lo que me parece peligroso es concebir el odio mismo como un delito. Tenemos derecho a odiar, no tenemos derecho a matar. La mayor parte de los crímenes de este mundo no los comete gente que odia, sino gente de los despachos, personas muy frías que no sienten ninguna animadversión por sus víctimas.
En España estamos viviendo un recorte de libertades que se traduce, por un lado, en que una pelea de bar en Alsasua acabe considerándose un delito de terrorismo (con unos jóvenes que ven truncada su vida sin haber hecho nada que merezca más que una multa, que es lo que merecería un caso semejante en cualquier otro lugar de España). Y nos encontramos con que no se pueden hacer chistes de Carrero Blanco o componer ciertas canciones. Me preocupa muchísimo, porque me parece que no podemos perder la lucha por la democracia.
¿Sería hoy posible un programa como La bola de cristal?
No.
¿Hace cuánto que no es posible?
Es verdad que no he seguido la televisión en España más que de refilón, pero por lo que he podido ver creo que desde hace muchos años no sería posible un programa como este. Quizá tampoco sería deseable, y habría que buscar otros formatos… menos chapuceros que los que ponía en juego La Bola de cristal y a veces también ser menos panfletarios de lo panfletaria que era la Bruja Avería. Hoy un programa como ese no llegaría nunca a emitirse y si por error se emitiese un solo programa se suspendería inmediatamente y sus guionistas y director irían a juicio sin duda alguna. Lo que también es muy revelador de todos los pasos atrás que hemos dado en los últimos 30-35 años.
¿Cómo crees que nos llevamos ahora, en 2019, con el placer? A mi generación se le han vendido los ochenta como la gran época del hedonismo que ya jamás vamos a experimentar, da igual cuánto nos esforcemos. Sexo, drogas, música, arte.
Bueno, creo que el hedonismo tiene poco que ver con el placer. Habría que redefinir el placer. España salió de una dictadura estéticamente muy fea, mercantilmente austera, y nos encontramos de pronto en los años 80 y 90 con eso que en los años 70 se llamaba “el hedonismo de masas”, vinculado al acceso a las mercancías baratas, y también a estas dos décadas en las que la droga tiene sus efectos políticos desmovilizadores, y en las que hay una ruptura estético-libidinal muy fuerte respecto del antiguo régimen. Creo que parte de todo ese hedonismo de masas que denunciaba Passolini en los años setenta sigue muy presente en nuestras cabezas. Y ese imaginario (que es un imaginario mercantil y libidinal) ha sido multiplicado en sus efectos por las redes sociales.
Yo no sé cómo decirlo. Diría algo como que vivimos en un universo hiperlibidinal sin deseo y sin placer, como vivimos en un mundo hipersentimental sin empatía, como vivimos en un mundo hiperconsumista sin vínculos o con vínculos muy deteriorados. Hay un imperativo de felicidad. La no-felicidad es culpable. Se tiende a criminalizar por todas las vías: desde el mercado y la publicidad, la televisión, la propia economía y desde luego las redes sociales. Es necesario ser feliz, si no, eres culpable. Y por otro lado, todas las fuentes tradicionales de placer que tienen que ver con los vínculos están siendo muy deterioradas por ese capitalismo soltero del que yo he hablado en muchas ocasiones.
La velocidad y el placer son bastante incompatibles. Se ha impuesto la velocidad en todos los campos de nuestra vida: en las operaciones financieras y en las relaciones sexuales. Hay que reivindicar la lentitud en la conversación, la bebida y la sexualidad: esa es una manera de reivindicar el placer frente al hedonismo, que acaba siendo muy poco placentero.
¿Cuál es la nueva transgresión? Igual ha dejado de ser transgresor que una drag se vista de Jesucristo, ¿no? ¿Qué rompe ahora?
Pues la pregunta misma implica que estamos obsesionados con transgredir. Asociamos la transgresión, efecto, a la visibilidad. No ya, como antes, al enriquecimiento, a la ruptura y al progreso ético y cultural. La trangresión hace un siglo estaba asociada a la conquista de libertades. Hoy no. Hoy la transgresión está asociada a la visibilidad. De hecho, tenemos figuras nuevas, que se llaman youtubers, influencers… que son figuras que se caracterizan por una visibilidad autista, vacía y autorreferencial, y que necesitan, en efecto, transgredir para atraer la mirada. Este es el problema. Ahora mismo lo más transgresor sería volver al armario. Cuando todo el mundo está exponiendo sus secretos en público (sin necesidad de que te torturen, sino de buena voluntad y con entusiasmo), creo que proteger nuestra intimidad sería lo más transgresor que podríamos hacer.
La muerte del ego sería lo transgresor.
Bueno: el máximo egocentrismo y el suicidio coinciden, como sabían bien Freud y Lacan. Uno no puede amarse a sí mismo hasta el extremo sin odiarse y de alguna manera destruirse a sí mismo. Toda esta obsesión de la visibilidad asociada a la transgresión es como una puja con apuestas cada vez más altas en la que el egocentrismo conduce a la autodestrucción. A una autodestrucción, naturalmente, en Instagram, pero a una destrucción indudable.