Esto no es una novela: no exactamente, porque el horror que describe está documentado y aún sangra. Esto no es una novela, afortunadamente, porque está basada en un caso real en la España gris de 1973, cuando Franco aún vivía y expulsaba de su negociado cualquier tipo de feminidad que se saliese del dictado del nacionalcatolicismo. No es una novela, no del todo, porque se esfuerza en arrojar luz sobre nuestro pasado reciente, en ir limpiando viejos pliegues, en aunar memoria y literatura siéndole fiel a las dos.
El placer de matar a una madre (Ediciones B), de la profesora de estudios de género y literatura española y latinoamericana en New Jersey Marta López Luaces, cuenta la historia de Isabel, una mujer soltera, humilde, autodidacta y culta que acaba de ser ingresada en un psiquiátrico de provincias tras confesar el asesinato de su madre. Nadie en la zona da crédito: ¿por qué lo hizo? El motivo es el que da sentido al libro, el que lo convierte en un thriller, el que le imprime tensión durante toda la trama. “Sin mostrar ningún sentimiento, sin rastro de culpa o de dolor, la acusada narró cómo asfixió a su madre mientras esta dormía. Le tapó la boca y la nariz con una almohada. Apretó. Cuando estuvo segura de que no se movía, esperó un momento más. Retiró la almohada y confirmó que su madre no respiraba”, escribe la autora.
Sólo un modelo de mujer
El conflicto de la protagonista, no obstante, es mayor: además de íntimo es social, es político, es casi ingobernable. Vive en un país que la expulsa como si fuese un órgano mal trasplantado. Un país misógino y castrante que sólo contempla un modelo de mujer: una hembra sumisa ahogada en las convenciones patrias, dedicada a ser la esposa y la madre perfecta, una niña recatada incapaz de tomar decisiones propias. Pero Isabel no tiene nada que ver con eso. Rompe esas normas tanto física como psicológicamente. Saca los pies del tiesto. Es molesta para el sistema sencillamente existiendo. Es una maldita. Y por ello será castigada: por haberse negado a ser un peón secundario, por haberse rebelado contra la vida que se esperaba de ella.
Ojo: sólo un médico se prestará a ayudarla. Ahí el doctor Ignacio Suárez, un joven psiquiatra formado en Inglaterra que trae ideas frescas que en España ni se pensaban. “No podía imaginar hasta qué punto los postulados de la psiquiatría nazi y de la psicología pastoral habían calado en la sociedad y en el sistema de salud español. El decreto vigente desde 1931 permitía internar a cualquier persona que pudiera categorizarse como enfermo mental, sin necesidad del permiso de la persona o de la familia. Cualquiera que molestase podía terminar en un manicomio. Algunos médicos se dejaron transformar en vigilantes del orden social”, escribe.
El mundo asfixiaba a Isabel ya desde el yugo de su padre, un hombre reaccionario, machista y violento que se siente el dueño de su familia y que se cree con derecho a doblegarla. En él dibuja la escritora a un hombre clásico de la época, al patriarca mal entendido, al macho que se relaciona con la fuerza. Pero además le suma otras perversiones: durante la Guerra Civil y en los años que siguieron a su fin, se dedicó a vender a familias ricas los hijos de las mujeres republicanas torturadas, violadas y asesinadas en la cárcel.
Fraternidad entre mujeres "locas"
Esta es la historia de una mujer que paga un precio alto por liberarse; pero que lo asume. Es la historia de una mujer que encuentra en otras compañeras a sus mejores aliadas: ahí las amigas que Isabel conocerá en el psiquiátrico y que le hacen entender que no está sola contra un enjambre testosterónico. “Tener a aquellas tres mujeres como amigas me empezó a dar esperanza. Desde la primera visita, por las noches, después de que apagaran las luces, las tres vendrían a menudo a mi habitación. Así, y sin plantearlo, mi cuarto se transformó en un lugar de reunión”. Por eso los dramas pasarán de ser individuales a ser una cuestión colectiva, a una cuestión feminista. ¿Están locas? ¿O quizás no tanto? ¿Era en la presunta locura donde se tira del primer hilo hacia la libertad?
López Luaces hilvana este relato para desentrañar el terror de los manicomios durante la dictadura de Franco: la autora pone el foco en que la mayoría de mujeres que residían allí no padecían realmente ninguna enfermedad mental. Cuenta que eran homosexuales, o alcohólicas, o madres solteras: en definitiva, vergüenzas a ojos del dictador. Los manicomios se emplearon como trampa para quitarlas de en medio. Eran una manera de torturarlas y recluirlas sin hacer demasiado ruido, sin despertar demasiadas sospechas.
Documentación
La escritora se ha pasado dos años documentándose sobre el tema. “Pensé que el psiquiátrico podía ser una buena manera de representar el aislamiento y las dinámicas sociales que se desarrollan bajo una dictadura. Empecé a investigar cómo funcionaban los hospitales psiquiátricos españoles en la época de Franco”, comenta. “Los libros del periodista Ángel M. De Lera y del psiquiatra Enrique González Duro me hicieron ver que cualquier sujeto que no entrara dentro de la ideología de género establecidas (ya fuera porque su comportamiento no entraba dentro del modelo femenino establecido, por alguna discapacidad física o mental, o por su preferencia sexual) podía ser encerrado en un psiquiátrico”. Ahí los textos de los expertos: Mi viaje alrededor de la locura y Los psiquiatras de Franco.
López Luaces recuerda que “el estereotipo de la mujer loca se muestra como aquella que no quiere o no puede seguir los parámetros establecidos por una sociedad que la reprime en todos los aspectos de su personalidad”: “Como otras dictaduras, el franquismo apeló a estas instituciones para borrar, socialmente, cualquier sujeto molesto para la sociedad y el sistema que se quería imponer”.