Paul Auster regresa con La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), una investigación colosal en torno a un periodista fascinante y olvidado. La historia a través de la mirada de un hombre que vivió el final de siglo XIX y predijo el siguiente sin vivirlo apenas. Una aproximación que como el autor ha explicado durante una rueda de prensa organizada por Seix Barral, trata de ser "honesta", huyendo de academicismos y entendiendo su libro como "un escritor frente a otro".
Auster ha agradecido a los medios españoles el interés por un libro que se publica dos meses antes que en Estados Unidos. "Debo agradecer un interés que, lamentablemente, ya no existe por parte de los medios de mi país por la literatura. Es muy emocionante". Después de 4, 3, 2, 1 (Seix Barral), Auster no descansa y se embarca en una labor de investigación extensísima, intentando entender una figura colosal de las letras estadounidenses, así como la historia de un país con un pie en el Salvaje Oeste, y otro en lo que el siglo XX habría de deparar.
Nacido el día de los difuntos, como una premonición de una vida que se apagó a los 28 años en Alemania por tuberculosis. Su labor, la del periodismo, le arrastró por Cuba durante la guerra hispanoamericana, Europa y los bajos fondos de su país, conociendo de cerca la miseria de las grandes ciudades.
"Crane se dedicaba al periodismo por una necesidad económica", ha explicado Auster, "fue repudiado por sus colegas, lo consideraban un artista, no un periodista". Sus crónicas se basaban en contar historias humanas, con una gran atención a lo que otros decían, recogiendo el pulso de su tiempo con gran sensibilidad. "Crane tenía un ojo fenomenológico enorme, era capaz de tener impresiones visuales que muchos de nosotros no tenemos y convertirlas en crónicas bellísimas".
Una serie de atributos en los que el autor se ve reflejado. "Tengo más interés por los cuentos que por las novelas a la hora de escribir, prefiero centrarme en las historias y los personajes". Auster confiesa que es mayor, aunque no está "acabado ". Su oficio sigue representando "ciertas dificultades, como lo ha hecho siempre". Para escribir este libro confiesa haberse centrado en leer y entender mejor a un autor que sigue contando con lagunas biográficas insalvables. Un encuentro con Crane basado puramente en el estilo y el oficio de ambos escritores, divididos por un siglo de historia.
Crane vivió un tiempo de cambio fascinante, colaborando con distintos diarios y asistiendo a momentos cruciales del fin de siglo, a uno y otro lado del océano. Una edad de oro del periodismo en la que, solo en la ciudad de Nueva York, se editaban miles de ediciones distintas cada día. "Era un mundo de palabras, la gente tenía una capacidad a la hora de escribir que hemos perdido en nuestro tiempo". Ese mismo poder desorbitado de la prensa permitió al magnate de la comunicación William Randolph Hearst iniciar una guerra a través de los titulares de sus diarios. Crane estuvo allí y trató con gran humanidad la huida de los españoles de La Habana en plena guerra hispanoamericana.
Capaz de observar escenas mundanas y convertirlas en crónicas que se asentaban en las grandes tragedias humanas. Una facultad que no impidió que el autor fuese relegado a un lugar secundario en el panteón de las letras norteamericanas. Demasiado adelantado a su tiempo, su prosa incómoda le granjeó un gran número de detractores. Ahora Auster se aproxima a la figura de un periodista que no tuvo miedo de describir tragedias como el genocidio de los nativos americanos.
"No se puede construir una sociedad sana sin examinar las verdades que la conforman", comenta el autor sobre la política de su propio país. Atravesado por la polarización, Auster da un paso adelante sacando pecho por quien fue "demasiado liberal para un tiempo conservador".
"No trato de demostrar nada con este libro, solo quiero transmitir el legado de alguien que ha sido olvidado paulatinamente. Crane murió muy joven y desapareció antes de que la gente supiese que estaba ahí". Un personaje fundamental que impactó a autores como Hemingway o F. Scott Fitzgerald en su forma de escribir, desprovista de florituras y centrada en historias humanas. "Hemingway se inspiró mucho en Crane, llegó citarle como una de sus principales referencias a la hora de escribir" explica Auster. Sin olvidar a Joseph Conrad, con quien mantuvo una tempestuosa amistad, "sin declaraciones públicas de afecto, aunque muy cercana".
Crane sobrevivió a la "maldición del dinero". En el difícil equilibrio de la precariedad económica de su oficio, Crane vivió acosado por las deudas que su forma de escribir no podía sufragar. "En cierto momento sus amigos tuvieron que donarle dinero para que pudiese salir de la pobreza". En 1951, John Huston adaptó su novela El rojo emblema del valor a la gran pantalla, y Nicholas Ray tomó un verso de uno de sus poemas para ponerle nombre a una de sus películas: En un lugar solitario (1950). Una pequeña muestra del impacto que Crane tuvo en la cultura de su país años más tarde, a pesar del repudio de sus contemporáneos.