"Hay una correlación entre quienes se convierten en criminales violentos y monjes budistas en Japón", explica con ironía Jake Adelstein. El autor de Tokyo Vice (Península) llegó al país nipón hace más de veinte años, convirtiéndose en el primer gaijin —extranjero— en conseguir un puesto en el principal diario japonés, Yomiuri Shimbun. Una carrera que le arrastró por los bajos fondos de la criminalidad japonesa, conociendo de cerca a la yakuza y conviviendo con ella desde 1993.
De sus experiencias con algunos de los criminales más peligrosos del país asiático surgió en 2009 este libro, a medio camino entre la novela negra y la biografía. Un retrato del crimen en Japón que llega ahora por primera vez a nuestro país junto con una adaptación a la pequeña pantalla de HBO Max. Un éxito rotundo en el marco de la fascinación que el true crime levanta en todo el mundo. Una popularidad que su autor achaca a la "nostalgia del crimen", y añade: "En veinte años estaremos tan vigilados que será imposible que exista la delincuencia tal y como la conocemos".
Adelstein entró en contacto con la cultura japonesa durante su adolescencia, como una forma de canalizar la agresividad que sentía en su Missouri natal. Una fascinación por el país del sol naciente que le llevó a ingresar en la Universidad de Sophia (Japón) para más tarde trabajar en la sala de prensa de la comisaría de Saitama, su primer destino. Durante aquellos años, el autor conocería de cerca el modus operandi del crimen organizado en Japón, su extraño 'contrato social' y su cercanía con la sociedad japonesa.
"Los yakuza son como animales salvajes, huelen el miedo", explica sobre su primer encuentro con uno de los miembros de Sumiyoshi-Kai, un importante sindicato del crimen encargado de la industria del sexo en el barrio de Omiya (Saitama). "Son personas muy peligrosas, con una sola mirada pueden ver a través de ti", detalla el autor, añadadiendo: "Los más peligrosos son los miembros más jóvenes, son inexpertos y muy violentos, la clase de persona que podría matarte sin ningún remordimiento".
De aquellas conversaciones surgiría una investigación en torno a la trata de blancas de mujeres occidentales atraídas por estas mafias. Un rastro de desapariciones, extorsión y asesinatos que desembocaría en amenazas de muerte por parte de la Inagawa-kai, la tercera organización criminal más importante del país. Escoltado por la policía y reubicado en Tokio, Adelstein no dejó de investigar a estas mafias, poniendo el ojo sobre sus relaciones con las altas esferas económicas y políticas.
Empresarios con pistolas
La eclosión de la yakuza llegó con el final de la II Guerra Mundial. El gobierno estadounidense vio en algunos de estos criminales los aliados perfectos contra el comunismo en los albores de la Guerra Fría. El PLD (Partido Liberal Democrático) mantuvo durante décadas relaciones con estas organizaciones, remontándose hasta 1945 y la reconstrucción de la política nacional. Yoshio Kodama, considerado criminal de guerra de clase A por el Ejército de EEUU, actuó como enlace entre el primer ministro y estas organizaciones durante décadas, afianzando una relación que ahora parece romperse en Japón.
Hace escasos meses se sentaba en el banquillo por primera vez a los representantes de la Kudo Kai, acusados de haber extorsionado y asesinando a jueces y víctimas civiles. Un caso sin precedentes, teniendo en cuenta su condición de 'intocables'. En el año 2007, más de un millar de empresas en Tokio servían como tapadera de la yakuza. Una relación que va más allá de la política y la empresa privada, extendiendo sus tentáculos incluso hasta las altas esferas deportivas.
"Hace seis años se publicaron fotografías en las que se podía ver al vicepresidente del Comité Olímpico Japonés junto con Shinobu Tsukasa, el líder de la Yamaguchi Gumi", explica Adelstein sobre la principal organización del crimen en Japón. Fundada en 1915, en su cien aniversario se dividió en dos grupos, originando una guerra entre facciones que dejó ríos de sangre.
Adelstein no descarta el sobrecoste de la ceremonia inaugural de los Juegos de Tokio se debiese a la extorsión por parte de estos grupos. "Es posible que un informador dentro del comité les permitiese aumentar el precio de materiales y suelo que necesitaban para obtener un beneficio mayor". Una teoría que según el autor explicaría la factura final de veinte mil millones de dólares, tres veces superior al presupuesto inicial del comité.
Nostalgia criminal
En Tokyo Vice, Adelstein hace un trabajo virgiliano, abriéndonos las puertas de prostíbulos, comisarías y morgues para recoger más de dos décadas de investigación criminal de estos grupos. Una historia con ciertos tintes de nostalgia por un mundo que ya pertenece al pasado. Su autor ironiza con la desaparición del crimen organizado en Japón después de años tras su pista y conociendo de cerca sus relaciones: "Tendré que hacer un museo".
En 2009 la policía identificó a más de 86.000 miembros de estos clanes en activo, unos datos que 12 años después no llegan a los 10.000. De aquella época de esplendor surgieron revistas que recogían el modo de vida 'a lo yakuza' y que era consumido con avidez tanto por oficinistas como por otros criminales.
De entre las páginas del ejemplar de Yamaguchi-gumi Shinpo que Adelstein trae bajo el brazo a la entrevista, surgen fotografías de rostros marcados por cicatrices, miradas furtivas a cámara y cientos de anuncios de pornografía. "La mayoría de los anuncios que aparecen son de alargadores de pene, no sé si existe alguna correlación", explica el autor con una sonrisa. No se trata de publicaciones clandestinas o fanzines de estudiantes universitarios trasnochados, sino de revistas de gran tirada con pasatiempos, entrevistas, reportajes y artículos.
"Hay incluso organigramas en los que se explica la organización de cada grupo con nombres y apellidos". Una fuente de información muy útil para la policía, capaces de seguir los pasos de muchos de sus miembros a través de las fotografías a todo color de estas publicaciones. "Cada uno de estos ejemplares cuesta ahora alrededor de cien dólares", un precio que aumentó desde la prohibición que se impuso hace menos de cinco años a estas revistas.
De mafiosos a boy scouts
La Yamaguchi Gumi se hizo con el mercado inmobiliario durante los años 80, una época en la que el boom económico japonés no parecía tener techo. Lejos de la imagen de criminales de rostro adusto y machetes pegados al cuerpo, los miembros modernos de la yakuza se parecen más a "empleados de Goldman Sachs con pistolas".
Sin embargo, el declive generalizado del crimen organizado en Japón ha provocado el viraje de muchos de los clanes que antes sembraban el terror hacia otras actividades mejor vistas. En la última década, muchos de estos grupos se han convertido en "organizaciones de ayuda humanitaria", ofreciendo repartos de comida y objetos de primera necesidad en situaciones de caos como la vivida en 2011.
Tras el seísmo y el tsunami que asoló el archipiélago japonés, Adelstein sabía que los "humanitarios caballerosos Yamaguchi Gumi" —un título autoimpuesto— harían acto de presencia en las zonas más afectadas para adelantarse al gobierno nipón en el reparto de ayuda. Desde los mismos coches que antes servían para patrullar las calles y controlar el negocio de la prostitución, lanzaban pañales, agua embotellada o futones. Un total de medio millón de dólares en artículos de primera necesidad.