Cuando se abrieron las puertas de la Academia Sueca a la una de la tarde, con un aluvión de medios esperando la decisión del jurado, nadie se esperaba que Abdulrazak Gurnah —un escritor tanzano con apenas seis líneas en su página de Wikipedia— fuese el ganador. Todas las quinielas fallaron y ningún experto o literato lo pudo predecir. Sin embargo, la producción literaria de Gurnah resulta más que adecuada para un periodo tan convulso como el que vivimos. Una decisión que vuelve a poner de manifiesto la deuda del prestigioso galardón con la literatura periférica, cargada de un sentido de la responsabilidad y la concienciación social que sigue —tristemente— formando parte indispensable de la actualidad en todo el mundo.
Abdulrazak Gurnah abandonó su Zanzibar natal con apenas 20 años. Su llegada a Reino Unido en 1968 supuso el principio inevitable de un abandono paulatino de sus raíces. La Academia Sueca reconoce ahora "su penetración intransigente y compasiva de los efectos del colonialismo y el destino del refugiado en el abismo entre culturas y continentes".
En ese aporte e intercambio entre culturas es donde reside el genio de Gurnah. Su propia experiencia se mezcla con la de sus personajes, en un encuentro entre quienes intentan estereotipar la inmigración, reduciendo su cultura a un mero artefacto etnológico; y quienes se abren paso a través de su propio pasado para encarar un presente plagado de retos.
El éxodo
En diciembre de 1963, Zanzibar se independizó del control colonial inglés. A una emancipación pacífica le siguió el gobierno de terror del presidente Abeid Karume. En menos de cinco años, Karume empezó una campaña de persecución contra los ciudadanos de origen árabe que obligó a la huida de miles de personas. En 1968, Abdulrazak Gurnah abandonó la recién creada República de Tanzania para buscar asilo en Reino Unido como refugiado.
La llegada a la antigua metrópolis, con tan solo 20 años, sentó las bases de una sensibilidad literaria que se empezaría a manifestar en libros e historias cortas, al tiempo que abandonaba su lengua materna —el suajili— para adoptar el inglés. En la transición entre ambos idiomas, Gurnah encontró el equilibrio entre la poesía persa de Omar Khayyam, Las mil y unas noches y las suras coránicas; con la literatura de Shakespeare o V S Naipaul; anclando todas ellas en temáticas comunes y profundamente humanas.
De esta simbiosis literaria surge la raíz de sus libros: la desintegración paulatina de un pasado que se minimiza en torno a la hegemonía cultural blanca. Cada una de las decisiones que toman sus personajes se dirigen hacia la adaptación —siempre forzosa— a un medio que repudia la diferencia.
Un Paraíso perdido
Las diez novelas publicadas por Gurnah están plagadas de desarraigos y personas que buscan refugio. Su autor utiliza el contraste entre culturas y espacios para poner de manifiesto las conexiones que se establecen entre sus personajes. Los protagonistas de En la orilla (Poliedro), Saleh Omar y Latif Mahmud, representan puntos contrarios en el espectro de la inmigración. El primero es un hombre anciano que busca asilo en Inglaterra, mientras que Mahmud es un profesor universitario afincado en Reino Unido desde hace años. A través de sus conversaciones, Gurnah traza un pasado común, plagado de conexiones que van más allá del estatus económico o social de ambos personajes.
Entre ambos interlocutores se produce la tensión de quien pretende recordar una tierra idealizada en su pérdida, y quien solo busca olvidar el horror que dejó atrás. La herencia se acaba convirtiendo en una construcción coral y pactada, reconstruyendo una imagen que solo existe en el relato de ambos.
La nostalgia no es teleológica en las novelas de Abdulrazak Gurnah, sus obras no evocan una África precolonial de dioses negros o paraísos ideales. Las ideas surgidas en los años 60 y 70 sobre Nubia o la Nación Zulú —habituales ambas en los pensadores negros de la norteamérica de la lucha por los derechos civiles— quedan eclipsadas por la huella que la esclavitud y los regímenes occidentales imprimieron en el continente. Este interés fue el que marcó su carrera profesional, llegando a convertirse en Profesor de Literatura Poscolonial en las Universidades de Kent y Canterbury.
En 1994, Paraíso (El Aleph) puso a su autor en el punto de mira mediático consiguiendo una preselección en el prestigioso Premio Booker. El paraíso de Gurnah guarda una mayor relación con Milton que con el Génesis cristiano. Su protagonista, Yusuf, debe servir en la casa de su tío Aziz —mucho más pudiente— para pagar las deudas de su padre. El joven conoce a una mujer de la que se enamora perdidamente, Amina, en el marco de un viaje que supondrá un rito hacia la madurez de su protagonista.
Paraíso sirve como una reinterpretación de la historia coránica de José, reimaginando la parábola en la África de finales del siglo XIX. Si el texto original pone de manifiesto la voluntad de Dios como mediadora de las ambiciones de todos los hombres, equilibrando su destino; Paraíso en cambio aplasta a sus protagonistas bajo el peso de la sangrante materialidad histórica del continente. Yusuf abandona a Amina para enrolarse forzosamente en la schutztruppe, las fuerzas coloniales alemanas.
Personajes entre continentes
El universo literario de Abdulrazak Gurnah la identidad está en constante cambio. El interés por ahondar en el pasado de sus personajes no resulta maniqueo o con tintes etnológicos. Los estereotipos aplicados al este de África se diluyen entre la vida de personas de carne y hueso, con motivaciones, anhelos y sueños que van más allá de un pasado que —aunque nunca ignorado— no les define.
En su última novela, Afterlives —todavía sin traducir en nuestro país— explora la impronta de Alemania antes de su retirada del continente africano en 1919. Hamza nos recuerda al Yusuf de Paraíso, poniendo de manifiesto los abusos del ejército germano. Durante su servicio sus superiores abusan sexualmente de él, presencia pillajes y violaciones hasta que le permiten regresar junto con su familia. Sin embargo, a su vuelta descubre horrorizado que ninguno de sus allegados vive ya allí.
El pasado de Hamza desaparece en el momento en el que lo hace el resto de la comunidad. Pasados varios años, su hijo Ilia cambia su nombre al de Elias para acomodarlo a los gustos de los colonizadores europeos. De nuevo el individuo se ve abrumado por una estructura que le supera y conspira en su contra. El racismo no es un hecho aislado, actúa en consecuencia con la ideología dominante que fagocita cuanto encuentra a su alrededor, sembrando crímenes tan violentos como sutiles, reconfigurando aquello que sus personajes intentan desesperadamente conservar o incluso entender: su propia identidad.