De la obra de Mircea Cărtărescu se intuye el Bucarest sombrío del siglo pasado, los sueños que generan arquitecturas asombrosas, pasadizos y estructuras que más tienen que ver con la geografía de los sueños que con lugares reales. El autor empezó a escribir poesía en la veintena a través del Cenáculo de los Lunes, fundado por el crítico literario Nicolae Manolescu. Una experiencia que se encarnaría después a través de los personajes de Solenoide, la novela que mayor proyección dio al escritor y que le consagró como una figura fundamental de las letras europeas.
La revolución poética llegó nueve años antes que la política a Rumanía. Como miembro de 'La generación de los blue jeans', la influencia de las letras estadounidenses se materializó en la búsqueda de los últimos resquicios de libertad individual como única vía de supervivencia. Esa misma que ansían los personajes de sus libros, a medio camino entre el trauma y la redención.
Desde un país donde la simple posesión de una máquina de escribir era motivo de sospecha de la dictadura de Ceaușescu. La editorial Impedimenta publica ahora en nuestro país una recopilación de poemas escritos durante esta primera etapa. En su Poesía Esencial encontramos el génesis de un escritor genial, los cimientos de una obra tan reveladora como preciosista.
Desde hace una década a nuestro país llegan las novelas del escritor como pasajes de un mundo bastísimo, aún por descubrir. EL ESPAÑOL charla ahora con el escritor sobre la influencia de los poetas americanos, la impronta de la dictadura en su literatura y la sombra del Nobel que sobrevuela desde hace años el nombre de Mircea Cărtărescu.
El génesis de uno de sus primeros poemas, La caída, está en Aullido de Allen Ginsberg. ¿Qué encontró en La Generación Beat que le empujó a escribir poesía?
El poema no se había traducido al rumano porque todo lo que llegaba de Estados Unidos era sospechoso, la gente hacía contrabando con libros. Yo, sin embargo, conocí a Allen Ginsberg por otra vía más interesante. El padre de una colega de mi generación, también poeta, Magda Cârneci, fue invitado junto con el propio Ginsberg a un festival muy famoso en la antigua Yugoslavia, el Festival de Struga. De esta forma, conoció al poeta y le entregó dos volúmenes firmados, uno de ellos me lo regaló Magda por mi cumpleaños.
Al leer por primera vez el poema me sentí electrizado: "He conocido a las mentes más maravillosas de mi generación…". Más tarde leí Kaddish e intenté buscar todo lo que pude sobre él. En los años 90, en mi primer viaje a Estados Unidos, Ginsberg ya había muerto, pero pude ir a San Francisco, a la librería City Lights para conocer a Lawrence Ferlinghetti.
En aquel viaje pude estrechar la mano de dos personas a las que admiraba muchísimo, Ferlinghetti y Bob Dylan. Después de eso no me lavé las manos en tres meses. Cuando volví, mis amigos de Bucarest se reían cuando se lo contaba y me decían que el talento no se transmitía a través de la piel. Por supuesto la poesía de los Beat fue una fuente de inspiración enorme para la generación de los 80. Nos dimos cuenta de que te podías enfrentar al establishment escribiendo poemas.
Rumanía es cuna de algunos de los escritores más importantes y rompedores del siglo XX. Ionesco o Tristan Tzara, por mencionar a algunos, fueron artífices de algunos de los cambios más importantes en la literatura del pasado siglo. Sin embargo, ambos se fueron de Rumanía y usted decidió quedarse. ¿Nunca se planteó salir de su país?
Es una cuestión de destino. En los años 30 y 40, en el periodo interbélico, resultaba muy difícil afirmarte como artista quedándote en Rumanía. Todo lo que estaba vivo estaba en París, Berlín o Nueva York. Muchos de los grandes autores rumanos que mencionas disfrutaron de esta oportunidad y se marcharon del país. Yo no busco una fama universal, a la hora de escribir puedes hacerlo en cualquier sitio y yo prefiero hacerlo desde Rumanía donde en cierto sentido me siento más legítimo y más feliz a la hora de escribir.
El protagonista de su primer relato, El Ruletista, decide abandonar la escritura para el resto y centrarse en la suya propia. Es un reflejo de una decisión que usted tomó cuando cumplió los 30 de no escribir un verso más. ¿Qué le empujó a ello?
Para mí no se trata de un cambio, sigo escribiendo poesía pero en forma de novelas y relatos. La poesía es el arte de las palabras y los versos, pero existe también una definición más amplia de esta palabra que viene a decir que la poesía es una forma oblicua e inusual de mirar las cosas. Como las contemplaría un niño o un autista. En este sentido, yo no he sido en toda mi vida otra cosa más que un poeta, porque la única cualidad que reconozco en mí mismo es la de ver las cosas de forma oblicua, nunca directa.
Esa forma oblicua de mirar está presente en la mezcla constante entre realidad y ficción de los personajes de sus novelas. Una ficción que por momentos se muestra sobrenatural. ¿Está motivada esa mirada por la necesidad de evasión de un entorno tan duro como fue la Rumanía de Ceaușescu?
Es evidente que estas circunstancias sociopolíticas que nos rodeaban son importantes porque formaban parte de nuestro mundo. He abordado esto de forma más explícita en el tercer volumen de Cegador, donde me ocupo de la situación de Rumanía durante el gobierno comunista. Pero mis preocupaciones son más generales y abstractas, tienen que ver con lo filosófico y poético del mundo.
Los sueños también están muy presentes en su obra y reaparecen, en el caso de Solenoide, a través del sistema sanitario del país de su infancia: extracciones de dientes, vacunas y exámenes médicos se suceden en la novela. ¿Dejó una impronta muy profunda en su infancia este tipo de experiencias de las que sigue bebiendo su literatura?
Se trata de una observación muy pertinente. Esta doble perspectiva mía onírica y filosófica se cruzan a través de determinados símbolos, por ejemplo, el sillón del dentista. Este sillón tiene mucho peso en mí y tiene dos facetas, por una parte, la real y por otra la onírica.
El sistema sanitario que viví en mi infancia era primitivo y traumatizante, la vida de los niños era muy dura, en las escuelas había castigos físicos, humillaciones y golpes. Todos estos recuerdos empezaron a aparecer en mis sueños en los años posteriores como experiencias postraumáticas. En especial las visitas al sillón del dentista que para mí era como una silla de tortura. De tal manera que el infierno y sus castigos estaban unidos a una experiencia propia y real.
Goza de un gran éxito en España y desde hace una década se edita un volumen al año de su obra. ¿Cree que los lectores tienen un marco de referencialidad parecido en cuanto a las experiencias que describe durante la dictadura de Ceaușescu y la vivida aquí con Franco?
Me parece interesante, aunque no lo he pensado. Tal vez exista un fondo común traumático, sé que en España la cuestión de la Guerra Civil sigue causando sufrimiento en la sociedad, de la misma forma que Rumanía no se ha recuperado desde Ceaușescu, somos pueblos similares, traumatizados por la dictadura. Por eso, tal vez, seamos sensibles a este tipo de literatura.
Al hilo de esto último, ¿es lícito hacer un uso nacionalista de la literatura?
No creo en las literaturas nacionales. Todos los países con la excusa de crear una literatura propia se han basado en mitos para contribuir a ese discurso. Tal vez sea legítimo, pero a mí no me interesa. He leído a más autores extranjeros que de mi país y me han influido más Ginsberg o Rilke que muchos los poetas rumanos. Para mí los libros no tienen fronteras.
Desde hace varios años es usted uno de los favoritos al Nobel. ¿Se preocupan más los escritores por los premios que por el oficio?
Ser escritor es una vocación, casi una fe. Pero, por otro lado, también es una profesión. Muchos autores juegan un cometido social que les reporta ventajas en el mundo real: fama, dinero, premios literarios… Yo, para ser sincero, prefiero a los autores que quedan fuera de estos juegos.
Aunque en el mundo real todo es más complicado y todo está mezclado, a muchos grandes escritores les ha importado mucho la gloria o el dinero. Incluso Beethoven escribía a su madre para decirle que era el compositor más famoso de toda Alemania. No puedo condenar a los autores que ven su arte como una vía para obtener premios, pero prefiero a los primeros, a Kafka antes que a Céline.
¿Si ganase el Nobel sería capaz de escribir otra obra como Solenoide o la trilogía de Cegador? ¿Sería un problema para su trabajo la presión mediática?
Antes de ser premiado Vargas Llosa solía decir que "el Nobel daña gravemente al estilo literario". No sé que opinaría después de ganarlo, pero es cierto en muchos casos. Yo ni me lo planteo, así que no me preocupo.