La historia de Monty Python se vuelve aún más enrevesada si atendemos al evangelio de sus propios miembros. Durante la recepción de un premio del American Film Institute a finales de los 90, se reunieron para conceder una entrevista con el cómico Robert Klein, guardando un hueco para las cenizas de Graham Chapman, fallecido una década antes. En plena confusión de palabras de agradecimiento —y reproche de Cleese—, Terry Jones abrió la tapa de la urna de Chapman para entregarle el galardón al tiempo que musitaba un lacónico: "Creo que quiere el premio".
Incluso los funerales de los Python han servido para imprimir las letras capitulares al epílogo de su leyenda, construida a fuerza de sketches, películas y momentos grabados a fuego en la memoria cómica del último siglo. Se reedita ahora en nuestro país su autobiografía, Monty Python Autobiografía (Libros del Kultrum). Una recopilación que hace acopio de entrevistas, extractos de diarios y declaraciones de todos sus miembros. Entre explicaciones y contradicciones, se consigue arrojar algo de luz sobre la historia del grupo, el génesis de algunas de sus obras más celebradas, o las sombras que arrojaron la difícil relación entre sus miembros.
Tras el éxito de Los caballeros de la mesa cuadrada, las puertas de EEUU se abrieron de par en par para los ingleses. La productora EMI propuso la filmación de una nueva película que habría de emular los excelentes resultados en taquilla de su filme. La semilla de la que acabó surgiendo su siguiente largometraje, nació de la forma más inesperada, una broma absurda que acabaría dando lugar a su película más celebrada y polémica: La vida de Brian.
Jesucristo: ansias de gloria
En plena promoción de su comedia artúrica, la prensa les inquiría sobre sus siguientes proyectos. Eric Idle respondió a uno de los periodistas que su próxima película se titularía "Jesucristo: ansias de gloria". La broma generó tanta fascinación entre sus. miembros que empezaron a dibujar el argumento sobre una película centrada en el Mesías. Sin embargo, no era una tarea fácil acometer una película que tuviese a Jesús como protagonista, menos aún en tono cómico y siendo protagonizada por Monty Python. Cleese apunta a que "en un principio iba a ser una película sobre Judas Iscariote", pero se acabó desechando en favor del underdog, el vecino de al lado del salvador de la humanidad: un mero Brian.
Durante dos semanas, todos sus miembros se centraron en investigar los tiempos del nazareno. Idle indagó en los manuscritos del mar Muerto, mientras Jones releía el Nuevo Testamento y Michael Palin hacía maratones de películas cristianas, desde Ben-Hur hasta Pier Paolo Pasolini. El escritor David Sherlock, pareja de Chapman durante 24 años, se quedó fascinado con la pasión con la que el grupo era capaz de lanzarse a la documentación de una mera comedia de tonos bíblicos.
Cuando se volvieron a reunir, lo hicieron en Barbados, con toda clase de comodidades a su disposición: "Si lo que uno quiere es escribir sobre la religión, lo mejor es rodearse de confort", explicó Gilliam. Los días en la isla fueron los últimos momentos de cordialidad y buena convivencia entre sus componentes. Durante semanas compartieron la mansión de Winston Churchill, rodeados de lujo y recibiendo visitas de Mick Jagger a la hora de la cena. Un ambiente tan alienante como productivo, en cuestión de semanas el guion estaba terminado.
Los sketches se cerraron, se aceptó que Always look on the brigh side apareciese en el metraje final y que Keith Moon, el incombustible batería de The Who, interpretase a uno de los personajes. Graham Chapman haría de Brian, un papel que el cómico consideraba como el más importante de su carrera y para el que debía prepararse a conciencia. Aunque todavía quedaba un obstáculo.
Delirium Tremens
Chapman arrastraba desde hace años una adicción a la bebida que entraba en conflicto con las ambiciosas grabaciones de los largometrajes que empezaban a proyectar. Cleese llegó a plantearse la viabilidad de que su compañero siguiese trabajando con ellos: "¿Para qué me mato a escribir guiones si Graham se los va a cargar?". Su alcoholismo había arruinado muchos de los personajes que había interpretado en los últimos años, un error que no debía cometer de nuevo. Antes de viajar a Túnez se encerró durante días, enfrentándose a los estragos de la adicción.
John Chapman, hermano —"de toda la vida", como apunta el apéndice final del libro— del cómico, explicó años más tarde: "No sé hasta qué punto le forzaron a dejarla o fue una decisión personal, pero el caso es que estaba decidido a dejar de beber [...] De modo que cortó por lo sano y en cuestión de 48 horas estaba en pleno delirium tremens, como suele pasarle a cualquier alcohólico que lo deje de golpe". Chapman se sobrepuso a la botella y consiguió su objetivo: dejar para la posteridad el papel más importante de su vida.
Un beatle al rescate
El directivo de EMI, lord Bernard Delfont, todopoderoso en la industria del entretenimiento de los 70, se negó a financiar la película por resultar demasiado blasfema para el público general. Habiéndose saltado todos los contratos que los Python habían firmado con la productora, Keith Moon se puso manos a la obra para encontrar un mecenas adecuado. Sorprendentemente, quien se lanzó a ayudar al grupo no fue otro que el beatle George Harrison.
Harrison había coincidido en otras ocasiones con los Pythons, expresando siempre una enorme admiración por su trabajo. Mientras actuaban en Nueva York, el músico pidió interpretar La canción del leñador junto con el resto del elenco, vestidos de policía montada de Canadá y alabando las bondades del travestismo en el Gran Norte Blanco.
El compositor se planteaba la posibilidad de crear su propia productora y esta parecía una oportunidad perfecta. Sin embargo, la estimación inicial de 400.000 libras engordó en ceros a medida que la producción avanzaba. Con parte del equipo en Túnez, listo para el rodaje, no había mucho margen de maniobra.
Finalmente, la residencia neogótica de 120 habitaciones del cantante en Friar Park se hipotecó en varios millones de libras para poder sufragar la filmación. Antes de que pudiesen pensarlo, el proyecto continuaba y acabaría contando con el músico haciendo un cameo en una de sus escenas. Harrison aseguró más tarde que la única razón por la que había reunido el dinero era simple y llanamente "porque quería verla". Eric Idle resumiría el gesto con en un breve: "Debe ser la entrada de cine más cara de la historia".