Cuando todo ya vale nada, ahora que la fama fácil se alcanza en un instante (y apenas dura ya un momento), cuando ya casi no quedan tabúes que romper, la vindicación de la música de David Bowie se antoja más materia de estudio sociológico que un ejercicio de reduccionismo, como simple concatenación de éxitos sonoros en las listas de moda del primer mundo. Porque Bowie es un héroe. Héroe genuino en tiempo presente en muchos lugares en los que el camaleón de Brixton continúa siendo una referencia imprescindible para entender por qué un chaval de Shiraz, Johanesburgo o Pinar del Río se pinta los ojos, se tiñe el pelo y sale a buscar pelea a la calle difícil del otro mundo que está en este.
Desde su aparición en el deprimente Londres del medio siglo pasado, David Robert Jones se empeñó en nadar contra las olas altas del océano mayoritario. Mucho tiempo después, cuando su mito ya era carne fresca de biografías no autorizadas, carnaza de chismes y no pocas envidias, fue él mismo quien retrató la audacia del que choca contra la pared una y otra vez hasta que logra romper un agujero de libertad: "Lo que yo hago es muy sencillo, pero lo que pasa es que mis elecciones son muy diferentes de las de otras personas".
No se antoja mejor descripción vital del espíritu punk en una suerte de misil nuclear contra las convenciones del pop, el cine y la moda. Pero también de los hábitos sociales y del uso y disfrute de una sexualidad permeable. "Soy un hombre perdido en el tiempo, simplemente ayudando a caminar a los muertos", cantó varios años después en The next day, su disco de 2013 en el que las referencias a Macbeth y Godot son más que anécdota situacional. Como canta, sereno, en Where are we now? "Tuve que subir en el tren desde Potzdamer Platz. Y nunca supiste que podría hacer eso, simplemente paseando a los muertos".
FLOTANDO POR ENCIMA DEL MUNDO
Como espíritu vivo que surge de la memoria de los muertos, el cancionero de David Bowie está pespuntado por continuas apelaciones al valor de la identidad individual como arma de indepedencia creativa. Y también como recurso de supervivencia frente a la imposición del tiempo y de los lugares en los que le tocó vivir a este hijo con nombre de puñal que nació de un publicista y la acomodadora del cine Ritz en la ciudad de Tunbridge Wells. Ya en su segundo álbum, Space Oddity (1969), el viaje al espacio del astronauta Major Tom en la canción homónima (que la BBC utilizó para ambientar el viaje del Apolo 11 y ya en 2013 cantó el astronauta Chris Hadfield en plena órbita a bordo de la Estación Espacial Internacional) sirve de metáfora de la soledad y la melancolía sentidas desde una cápsula metálica en búsqueda de vida en otros planetas. Imposible no sentirse especial. "Estoy atravesando la puerta, flotando en una forma muy singular. Y las estrellas lucen hoy muy diferentes. Aquí estoy, sentado en esta lata de aluminio muy por encima del mundo".
FABRICANDO UNA DOBLE PERSONALIDAD
Al año siguiente, para su tercer disco, David Bowie incidió en la temática espacial con The man who sold the world (1970). Eran tiempos de calma relativa, en buena parte gracias a su matrimonio con la modelo norteamericana de origen chipriota Angie Barnett, en los que el cantante londinense reiteró sus querencias por el mundo fantástico de H. P. Lovecraft y anticipó su fijación iniciática por la doble personalidad a lo doppelgänger. "Pasamos sobre la escalera, hablamos de lo que ocurrió y de cuándo ocurrió. Aunque yo no estaba allí, él me dijo que yo era su amigo, y me pilló por sorpresa. Se lo dije a la cara: creía que habías muerto solo, hace mucho, mucho tiempo". Casi un cuarto de siglo después, ya en 1993, Kurt Cobain rescató la canción en una versión acústica para el concierto que Nirvana registró para la MTV en Nueva York. Poco antes, el futuro mártir del grunge (que Bowie, y no es casualidad, ya anunció con su aventura cooperativa de Tin Machine) había situado este disco de Bowie en el puesto 45 de sus 50 álbumes preferidos de todos los tiempos.
ANTICIPOS PARA LA DENUNCIA SOCIAL
Continúan los viajes espaciales. A la espera de la aparición en escena del álter ego Ziggy Stardust, David Bowie pergeñó en 1971 otra crónica sobre los efectos del paso del tiempo en el planeta Tierra. De marcados tintes surrealistas, la pieza (Is There) Life on Mars? se antoja una suerte de advertencia sonora sobre los efectos de una vida moderna basada en las prisas, el individualismo, el olvido consciente del pasado por el anhelo del presente sin ataduras de tradición. Y hay algunos versos reveladores de todo lo malo que vendría despúes: "Mira al policía dando una paliza al tipo equivocado. Oh tío, yo me pregunto si alguna vez sabrá que está en el espectáculo de más éxito. ¿Hay vida en Marte?". Como un ajuste de cuentas con el capitalismo contagioso del tanto tiene, tanto vales: "Está en la frente torturada de América que Mickey Mouse ha criado una vaca, ahora los trabajadores van a la huelga por la fama, porque [John] Lennon está en venta otra vez".
CINCO AÑOS ANTES DEL APOCALIPSIS
Seguimos mirando a Marte. Muy pocos artistas se han reinventado con tanta profundidad y trascendencia como lo hizo David Bowie en su medio siglo de carrera musical. Aquí, ya travestido como el ente bisexual Ziggy Stardust, narra en 1971 sus premoniciones sobre un fin del mundo que, decía, iba a llegar en un lustro. Considerada como una las mejores canciones de todos los tiempos para abrir un disco, Five years destila prevenciones por la catástrofe que se nos venía encima. "El tipo de las noticias gimió y nos dijo que la Tierra realmente se estaba muriendo. Lloró a mares con su cara empapada, y fue entonces cuando supe que no nos estaba mintiendo". En 1985 Bowie utilizó la canción para cerrar su actuación en el festival benéfico Live Aid celebrado en el estadio de Wembley y, veinte años después, la rescató en su recital con Arcade Fire, sus hijos putativos preferidos. Tan pendientes Win Butler y Régine Chassagne al folclor vudú de Haití como lo estuvo David Bowier al avant-garde de aires étnicos hace tres décadas en su tema African night flight.
ASÍ SE SUICIDA UN MITO
Tres minutos para la eternidad de Ziggy Stardust. Como épico epitafio del superhéroe de cara pintada, remedo cínico de cualquier apóstol del rock, la canción Rock 'n' Roll suicide se inspira en poemas Baudelaire y Manuel Machado para retratar cual polaroid la caída y muerte de quien se acercó demasiado al sol. A la manera de la chanson francesa, y no en vano Bowie solía interpretarla junto al clásico Amsterdam de Jacques Brel, contiene líneas de honda desolación: "Eres demasiado viejo para perderlo, demasiado joven para elegirlo. Y los relojes esperan pacientemente en tu canción. Caminas y pasas por un café, pero no comes cuando has vivido demasiado. Oh, no, eres un suicida del rock and roll".
TODOS SOMOS HÉROES (POR UN DÍA)
Pocas canciones escupen sobre la tumba del paso del tiempo como esta pieza pétrea del disco homónimo producido en Berlín junto al inefable Brian Eno y Tony Visconti (como habían hecho en el previo Low y luego repitieron en Lodger) en una triolgía que solo está a mano de los elegidos. Inspirada por el grupo alemán Neu! y con una columna vertebral rítmica que conecta con la escena neoyorkina de The Velvet Underground, Heroes es la pieza emblema de Bowie, aquí sostenido por la guitarra de Robert Fripp. Grandilocuencia pop ("yo seré rey y tú serás reina") preñada de compromiso vehemente entre el paraíso y el infierno urbano de una ciudad retrato de un mundo partido en dos: "Yo puedo recordarlo en pie, al lado del muro. Y las pistolas disparando por encima de nuestras cabezas. Y nos besábamos como si nada nos pudiese caer. Y la vergüenza estaba en el otro lado. Oh, podemos derrotarles para siempre. Y entonces podríamos ser héroes, solo por un día".
CANCIONES DEL PENÚLTIMO DÍA
El disco anterior de David Bowie, la entrega número 24 de su carrera influyente, refleja el creciente compromiso del cantante británico contra las tradiciones injustas. Publicado a finales del invierno de 2013, The next day fue también un puñetazo en la boca fácil de la nueva tecnología y, el que avisa no es traidor, la fama fútil de las incipentes redes sociales de uso masivo. De hecho, el álbum se escuchó primero en audiencias selectas para los principales críticos musicales, pero pronto fue difundido con descargas gratuitas en la red. Asuntos de mercadotecnia aparte, The next day muestra al penúltimo Bowie en estado de gracia al mismo tiempo que el londinense Victoria & Albert Museum dedicaba una enorme exposición a su obra y gracia. Pero que nadie se confunda: el precipicio ya se vislumbra al fondo. Lo canta el propio David Bowie en The next day, la pieza titular: "Aquí estoy no del todo moribundo, mi cuerpo fue abandonado para que se pudra en un árbol hueco. Con sus ramas lanzando sombras sobre la horca para mí, al día siguiente, el otro y el otro".
Queda combustible para contextualizar la crucial importancia de David Bowie en todo el universo pop contemporáneo, su influencia en la música que vino después. Y también su charme de primera división para deslumbrar con el audaz arte gráfico de las portadas de sus discos y su vestuario indescriptible. Aunque primero habrá que secar las lágrimas por el héroe caído, al menos por un día.