Escritura transparente para una biografía que huyó toda su vida del currículo. Pablo Carbonell ha escrito sus segundas memorias. Dice que las primeras las hizo con diez años, como si alguna vez hubiera querido abandonar esa edad. “Cuando madure me caeré del árbol en el que todavía vivo. Sigo siendo el mismo chavalín, con mis pequeños achaques”, dice en estos días de promoción de su vida salvaje concentrada en El mundo de la tarántula (Blackie Books). Pablo cuenta a Pablo sin pretensiones literarias, limpiando toda retórica y sin más alardes que coserlo con el zumo de las anécdotas de alguien que reconoce haber sido muy salvaje “para poner a prueba a dios”.
Habrá gente que se sorprenda de la vida tan licenciosa que he tenido y de mis relaciones con las drogas y el alcohol, la promiscuidad. El arte me ha sacado de ahí
Y bajo ese río salvaje de quien ha logrado sobrevivir sin moderación, bajo ese retrato picaresco y moralizante de una vida al límite del humor y la sátira, la presencia de dios y de su padre. ¿Eres creyente? “Vivo como si dios me estuviera protegiendo y recibo mucha fuerza de él. Pero el lado enciclopédico de mi cerebro me dice que no existe. Mi pragmatismo me lleva a coger lo que más me interesa de cada parte”, aclara. Su padre vivió pegado a su fe y su práctica, pero descuidó a los suyos: “Mi relación con mi padre está marcada por unos silencios enormes. Parecía que se pasaba varios años pensando en un mensaje que mandarme y cuando lo hacía entraba en su mutismo celestial. Siempre estuvo en una nube contemplando a dios”.
El libro es un retrato de Pablo Carbonell, con la autorización de su autor y personaje. Por eso, quizá lo más interesante sea el reflejo que devuelve de aquellos maravillosos años que estrenaban democracia. “La Movida no fue una tomadura de pelo. En La Movida todos disfrutamos mucho y fuimos los más tolerantes y divertidos del mundo. Éramos una nueva voz joven, en los ochenta la mayoría de la población tenía 20 años. Fue muy bonito. Todo era de todos y todo estaba muy bien. Mira, estuve en Cibeles viendo pasar el féretro de Tierno Galván. Toda la gente le gritaba vivas al alcalde. Eso no va a volver a pasar, porque dejó que la gente se expresase. Era profundamente tolerante y moralmente muy elevado”.
El mundo en la tarántula es un canto a la libertad de expresión y al oficio del humorista más arriesgado. No el de los chistes, el del sátiro. Ese que devuelve la imagen que la sociedad no quiere ver. “Los que nos dedicamos a la sátira tenemos interés moralizante. Queremos provocar la reflexión. Lo tengo que reconocer, siempre he sido un tocapelotas”, dice. Hoy el sátiro Carbonell sigue asomándose al escenario y qué ve. “Pensamiento único”. “Ahora todo se cuestiona, vivimos en una deshumanización humanizadora que nos lleva a la desgracia. Hemos pedido la gracia y las canciones no tienen mensaje. No entiendo nada de lo que dicen”.
Libertad de expresión
Ahora todo se cuestiona dice Pablo Carbonell el día en que Rita Maestre ha sido condenada a pagar una multa de más de 4.000 euros por irrumpir sin camiseta en una capilla católica en la Universidad Complutense, y atentar contra los “sentimientos religiosos”. “Si llega a enseñar las bragas, le habrían puesto el doble. Han golpeado donde más nos duele, en el bolsillo. Pero no me parece bien que Rita Maestre se desnudara en la capilla. No me parece bien que interrumpiera la oración. Multarla no es la solución, necesitamos una sociedad más tolerante”, explica.
Los toreros muertos nos cargamos la Movida. Lo nuestro fue un bombazo, dejamos a muchos grupos sin trabajo
Carbonell ha enseñado su mundo más íntimo, uno de los que los espíritus más conservadores no van a poder soportar. “Habrá gente que se sorprenda de la vida tan licenciosa que he tenido y de mis relaciones con las drogas y el alcohol, la promiscuidad y que el arte me haya sacado de ahí. El arte me salvó la vida. Esa es la lectura moralizante del libro”.
Ese es un mensaje, el otro es que “pase lo que pase, el espectáculo debe continuar”. El arte la salvó la vida, pero no sólo eso. “Con Los toreros muertos hemos destruido los géneros musicales a base de sintetizarlos. Tenía un interés vandálico y demoledor por cargármelo todo: no hice canciones, sino anticaciones. De hecho, Los toreros muertos nos cargamos la Movida. Lo nuestro fue un bombazo, dejamos a muchos grupos sin trabajo”. Como escritor se ha mostrado más templado. No mata tanto, aunque la combinación de relato cronológico y relato íntimo que cruza mientras avanza por los capítulos de su vida es un recurso -casi musical- que hace bailar el relato.
El libro es terapia, en el que no faltan los grandes nombres de la cultura de los años ochenta y noventa, el reconocimiento a sus maestros y a la relación con sus padres. Pero tampoco falta la batalla contra las compañías discográficas. Carbonell, que conoció el éxito con Mi agüita amarilla, zurra la industria con ganas. “El arte es hijo de su tiempo y encontrar la voz del momento es tarea de los autores de las canciones. Sin embargo, tengo la sensación de que ahora los grupos miran para otro lado. El arte nos define: es posible que ahora no estemos en definirnos, sino en decorarnos”.