Manolo Sanlúcar reaparecía anoche en el Palau de la Música Catalana tres años después de anunciar su retirada. Tenía la misión de clausurar el Festival Mas i Mas pero salió con cara y voz acongojadas para explicar que había estado a punto de suspender la actuación. Amenazó con hacerlo al acabar cada pieza, negando con la cabeza al final de cada tema, que ejecutó con lentitud y poca precisión.
A la cuarta canción, se despidió del público y salió del escenario. Sus músicos decidieron quedarse para que el público no se fuera con tan poca cosa enganchada en los oídos. El de Sanlúcar de Barrameda salió a saludar al final y tocó una pieza con más acierto que las primeras pero a la salida, se lo llevó una ambulancia al Hospital del Mar, donde seguía al cierre de esta edición.
Sanlúcar, que tiene 72 años, sufre varios problemas de salud, entre ellos diabetes, y toma varios medicamentos, a los que achacó la torpeza de sus manos. En conversación telefónica, su representante no mostró preocupación por el ingreso y confiaba en que le dieran el alta en unas horas. Que Sanlúcar se encontraba mal físicamente era evidente, pero también se le vio chafado, deprimido, y en algún momento de su corta exhibición pareció que iba a echarse a llorar.
El público catalán entendió su malestar y su tristeza y lo aplaudió, lo jaleó y no le reprochó nada. Y eso que además de estar enfermo, también fue algo abusón. A actuar salió con retraso, canceló su vuelo el día de antes, la rueda de prensa y las entrevistas y puso las cosas difíciles incluso a los del sonido. Sanlúcar siempre ha sido estrella, y siempre se le ha consentido todo por ser quien era. Pero anoche hasta sus músicos, joven cantera del flamenco representada por el cante de Carmen molina, la percusión de Agustín Diassera y la guitarra de David Carmona, le dieron una lección al veterano maestro.
Un legado perfecto
Nadie aplaudió anoche lo que vio o lo que escuchó. Aplaudieron al enorme guitarrista que fue Sanlúcar, que deja como legado más de veinte discos formidables y a otros tocaores como Vicente Amigo, alumno suyo, o el que presentó anoche y le salvó la papeleta: David Carmona. El público vitoreó al único guitarrista flamenco que ha conseguido un Premio Nacional de Música; al profesor; al intérprete; al estudioso que lucha para que lo jondo deje ser un “arte de borrachos”; y al hombre que compitió con Paco de Lucía y sólo no igualó en popularidad.
Pero anoche se desmoronó en directo y tiznó su legado. Bastaba con suspender el concierto. Bastaba con tocar con calma y sin presión, pues los espectadores estaban de su lado. “Como te portes, me porto”, ese es uno de los dichos por los que dice regirse. Y el público se portó de diez, no tanto él, responsable último de sus decisiones independientemente de quién le aconseje o lo contrate.
Incapacitado para volver
La reaparición en Barcelona es la primera actuación antes de llegar a La Bienal de Sevilla, que se celebra en septiembre, donde el guitarrista tendrá que enfrentarse a “Medea”, obra sinfónica que compuso para el Ballet Nacional de España en 1987 y que le valió varios premios en España y el extranjero. Pero el artista que se presentó ayer en el Palau de la Música no parece capacitado para afrontar algo así y anoche dejó en Barcelona una imagen triste.
A él que le gustan los dichos, debió recordarle alguien que “hasta el rabo, todo es toro”: que no merece la pena manchar el final de una carrera dedicada a mejorar su música y la música y que le ha costado una vida de sacrificios. Que es mejor ahorrarse un par de conciertos y proteger el adjetivo que tan bien define su obra: perfecta.
Ayer Sanlúcar no simuló dolor, impotencia o tristeza, sentimientos que tan bien retrata el flamenco. Sanlúcar los sintió de veras. Él, que siempre fue un rebelde con causa que hasta se metió en política para calmar su inconformismo, pareció anoche un niño pequeño y perdido que no paró de quejarse y de poner excusas. Ese rebelde ha sido un estudioso tenaz, un creador avanzado, un profesor que enseña a sus alumnos que el contexto es tan importante como el solfeo.
Por eso, además de picados, escalas y falsetas, les da clases de Historia de Andalucía porque para él, conocer la opresión de su pueblo es vital para entender “porque todos los cantes empiezan por ay”. Anoche ese quejido fue literal, al flamenco le faltó el disfraz y la frase que más se escuchó a la salida fue “qué pena”.