Hubo un tiempo en que España era feliz. Se construían casas, se vendían coches, no existía la Wikipedia, ni las redes sociales ni los teléfonos con internet, la modernidad era tener un iPod, ciudades enteras desaguaban en los cines para ver El Señor de los Anillos y Harry Potter por primera vez y en Televisión Española se instaló un grupo de señores dispuestos a hacer realidad el sueño de un puñado de chavales y, de paso, el de Toni Cruz y Josep Maria Mainat. Los dos integrantes de La Trinca y directores ejecutivos de Gestmusic habían dado vida a la madre de todos los talent show: Operación Triunfo.
Y qué triunfo. El éxito del formato fue tal que se prolongó a lo largo de ocho temporadas entre 2001 y 2011. No sólo Rosa de España alcanzó la gloria proclamándose vencedora, sino que cada edición se encargó de cumplir el sueño de sus diferentes ganadores: Ainhoa Cantalapiedra, Vicente Seguí, Sergio Rivero, Lorena Gómez, Virginia Maestro, Mario Álvarez y Nahuel Sachack. Otra cosa es saber en qué consistía el sueño de estos señores, claro. Porque convertirse en estrellas de la canción no debía de ser.
Sin embargo, en la primera edición, el triunfo se amancebó con otros concursantes, además de la ganadora. Coqueteó con Natalia y Álex, tuvo algún lío con Manu Tenorio y Gisela, mantuvo una relación a tres bandas con Chenoa, Bustamante y Rosa y se escapó para siempre a Miami con Bisbal, donde ambos viven un noviazgo idílico.
Y para celebrarlo, TVE, Gestmusic y Universal decidieron organizar un concierto muy especial quince años después. Una gala a caballo entre la reconciliación y el homenaje en la que participaron de buena voluntad todos los concursantes. Algo que a muchos resultó extraño, ya que la mayoría de ellos se había venido quejando durante la última década de que su condición de “triunfito” le estaba cerrando muchas puertas en su carrera.
España en el Palau
Lo que todos ignorábamos es que los concursantes tenían un plan. Porque para librarse definitivamente del estigma de ser un hámster, lo mejor es subirse a la rueda de nuevo y comenzar a correr hasta lesionarse.
Y así se plantaron todos ayer en el Palau Sant Jordi. Dispuestos a darlo todo para que los espectadores dejemos de asociarlos de una vez por todas con Operación Triunfo. Por eso plantearon el concierto como una especie de verbena de barrio. Quizá pensando en su pasado como militantes de diferentes orquestas. O en su futuro como militantes de distintas orquestas. La cuestión, sea como fuere, era romper para siempre cualquier vínculo con su paso por el programa. Había que reventar el concierto por donde nadie se lo esperase. Y qué mejor lugar que el Palau Sant Jordi, qué mejor lugar que Barcelona, la ciudad del Primavera Sound y del Sónar, la capital del modernismo y del moderneo, la punta de lanza intelectual de la Europa del sur, para consumar la mayor verbena española jamás montada.
Llegado el momento, fueron saliendo, en primer lugar, los teloneros. El primero, que interpretó el éxito de Fleetwood Mac Black Magic Woman, popularizado en los setenta por Santana, debió de ser un espontáneo. La gente en sus casas todavía se está preguntando quién era aquel señor que se subió al escenario a cantar algo de rock.
Arriba las baladas
A continuación apareció Natalia, quien, por lo que se ve, había trazado su propio objetivo. No sólo pretendía romper los lazos que la unen a OT, sino cualquier nexo con la industria musical. Para ello se esforzó en desafinar como un adolescente en la ducha, asegurándose de que no la vuelvan a contratar. Misión cumplida.
La siguieron Manu Tenorio y Rosa, quien anunció a la siguiente pareja: Bustamante y Gisela. Ella no apareció, pero sí lo hizo el cántabro, que encandiló a todas las jubiladas del barrio haciéndose pasar por uno de los miembros de Il Divo. No hay verbena que se precie que no cuente con su correspondiente balada.
Todas las orquestas se vienen arriba en algún momento interpretando una canción del verano, y los chicos de Fórmula abierta cantaron la suya propia para dejar paso a uno de los momentos más esperados de la noche: la aparición en escena de Juan Camus.
Faltó Iceta
El público, agradecido, lo ovacionó con sonoros abucheos de alabanza, y él devolvió el favor pidiendo cada dos por tres a la gente que cantase con él. No tuvo éxito. Todavía se escuchaban en la grada los gritos de “Isco, Isco” cuando salió al escenario Geno, quien tuvo que sacar adelante su canción con Camus todavía a su lado. No se iba ni con agua caliente. Era su momento. Él sabía que podía haber liderado a su generación al frente de OT1, pero no soportó la presión ejercida por El País y el clan andaluz. “¡Soy el Pedro Sánchez de la canción española!”, parecía gritar desde su rincón. El público aplaudía a rabiar deseando que, de algún momento a otro, saliese Iceta y el estadio rompiese a bailar.
Le tocó el turno a Mireia y Juan Camus seguía en escena. Si es cierto que vive en Londres, ahora entiendo yo lo del Brexit. Cualquier cosa con tal de deshacerse de ese señor. Un tal Javián, que antes era popero pero ahora se cree James Hetfield, puso el toque heavy interpretando Vivir sin aire de Maná. En su cabeza tendría sentido.
Fue entonces cuando llegó el clímax. El momento que cualquier paisano espera en toda verbena. La aparición del cantante principal: David Bisbal. El Palau Sant Jordi se sostenía en pie sobre una nube de histeria colectiva, como si todo lo demás no importase. Porque no importaba. El almeriense comenzó fuerte: Ave María, cuando serás mía. Algunas señoras se desmayaron en la grada llevándose el revés de la mano a la frente. Había valido la pena.
El boicot de los triunfitos
Y continuó el desfile. Salió por fin Gisela, que cantó y lloró. Nuria Fergó no perdonó y aportó la pizca de flamenco pop que figura en el repertorio de toda orquesta. Salió un tal Naím que yo creo que se coló desde otra edición de OT. Cantó Chenoa, hubo confeti, corrió el chinchón, se proyectaron algunos powerpoints, soltaron las redes con globos y la iluminación de karaoke hizo las delicias del público. Todo según lo previsto para poner punto y final a Operación Triunfo.
En las redes sociales se percibía cierta decepción. “Qué engañada he estado estos últimos quince años”, decía en Twitter una mujer cuya memoria le había hecho querer recordar aquel programa como un vergel de talento y potencia. No se daba cuenta, la pobre, que el concierto de ayer fue la venganza definitiva. El boicot de los triunfitos. Su manera de que la productora no vuelva a contar con ellos jamás.
Y en el fondo, me da pena. Hay un señor en mi barrio al que todo el mundo llama Rexach porque cuando era un crío hizo las pruebas en la escuela TARR de fútbol para jóvenes de Carles Rexach. Regresó a Galicia como se había ido. Ni jugó en el Barça ni tuvo trato con sus jugadores o el cuerpo técnico, pero todavía hoy se le conoce como el tipo que estuvo a punto. El hombre que casi triunfó. A los concursantes de Operación Triunfo, salvando un par de excepciones, les ocurrió lo mismo. Pero al menos el bueno Rexach lo lleva con orgullo. Lo de ayer en el Palau Sant Jordi, queridos concursantes, fue cruel. OT no se merecía esto.
O sí.