Si cada ser humano porta una melodía exacta que le hace único e irrepetible, los instrumentos musicales también. Toda obra de arte es un ser vivo, que respira y se retuerce, que se deja afectar y conmocionar. Como todo ser humano, el instrumento necesita ser coherente a su voz y reconocerse en ella, para expresarse con una claridad y profundidad capaz de hacer vibrar a quien escucha. Cómo hacer para que la música de cada uno permanezca inalterable y no se traicione con el paso de los años. Y de los siglos. ¿Cómo proteger la melodía individual?
La sensación que yo tuve fue que este instrumento llevaba demasiado tiempo en silencio
Quienes han tocado un Stradivarius encuentran la identidad del instrumento en el momento en que acarician con el arco sus cuerdas, pero qué pasa cuando una de estas piezas, con tres siglos de edad, permanece callado meses, años, expuesto en una vitrina como obra de arte por la que pasan más de un millón de personas al año. En silencio, para ser admirado, no escuchado. “Les cuesta un poco, tienen que despertar”, explica Josetxu Obregón, chelista, que el jueves hizo sonar uno de los dos violonchelos de Patrimonio Real, el que Stradivarius fabricó en 1700. El único que conserva el esqueleto que ideó el lutier cremonés.
Sólo 7 de los aproximadamente 70 que han llegado a nuestros días han sobrevivido a la purga contra el tamaño original. El el siglo XIX, se recortaron las cajas de todos ellos para hacerlos más pequeños. Una sangría contra el patrimonio de daños incalculables. Una de las víctimas del serrucho fue el violonchelo del cuarteto palatino decorado, una familia única en el mundo -dos violines, una viola y el mencionado-, que posiblemente pasarían a exhibirse en el Museo de las Colecciones Reales, cuando se inaugure.
“Es un chelo impresionante, pero le faltaba proyección”, dice Obregón, director del ensamble La Ritirata, que interpretó piezas barrocas con cuerdas de tripa, no de acero. La operación complicó más el encuentro con la voz original del instrumento. El músico las trajo de casa, ya calentadas durante un mes de ejercicio. Necesitó tres días de ensayo hasta que logró expandir el sonido del chelo. “Lo notamos todos los que estábamos ensayando”, cuenta a este periódico.
Tocar es vivir
“Hay teorías para todos los gustos. La sensación que yo tuve fue que este instrumento llevaba demasiado tiempo en silencio, casi dos años en la vitrina. Sin conciertos. Y a cada minuto sonaba mejor. Si no se toca, se apaga. Pero es difícil conciliar la conservación con la interpretación. Son piezas de arte, joyas, pero también instrumentos musicales. El mejor uso que se le puede dar es que sea tocado, aunque entiendo que se guarde el máximo tiempo posible para su conservación”, responde Josetxu Obregón.
Urge montar un gran seminario científico para que los mayores expertos del mundo debatan qué hacer con ellos
Pilar Martín-Laborda, asesora de programas culturales de Patrimonio Nacional, cuenta a este periódico que desde 2005 este instrumento se ha tocado en seis ocasiones. “Urge montar un gran seminario científico para que los mayores expertos del mundo debatan qué hacer con ellos. Deberíamos llegar a un consenso entre la conservación y la música, aunque lo importante es que cada vez se escuche más porque provoca emociones y vocaciones. Para el concierto del jueves pusimos a la venta 300 entradas, a 15 euros, a las nueve de la mañana y se agotaron en 20 minutos”, explica a este periódico.
El cuarteto de dos violines, la viola y el violonchelo decorados en marfil, que Stradivarius construyó y obsequió a Felipe V, suele actuar una vez al trimestre. No existe en el mundo un conjunto igual, una voz única compuesta por cuatro elementos en perfecto estado de conservación. Al ser programa doble, son ocho conciertos al año. Quizá insuficientes para mantener vivos a los instrumentos, quizá suficiente para convertir en inmortal a la obra de arte. “Yo haría 14 al año, pero por respeto al instrumento no podemos abusar”, cuenta Martín-Laborda.
Los cuerpos necesitan atraerse para vibrar, para hacer volar la imaginación del público
Pero si no se tocan se oxidan, pierden tensión y se atrofian. Los cuerpos necesitan atraerse para vibrar, para hacer volar la imaginación del público, que cierra los ojos y deja que el chelo del Cuarteto de cuerdas número 3, de Paweł Mykietyn, le lleve a una persecución. Están en manos del cuarteto Lutoslawski, de Polonia. El corazón palpita mientras el cuarteto interpreta en el Salón de las Columnas de Palacio, donde se instaló la capilla ardiente del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975 y donde Juan Carlos I abdicó.
Hoy suena la música, justo debajo de la escultura de Carlos V matando a sus enemigos, y retumba en el monumental fresco efectista de la bóveda pintada por el napolitano Corrado Giaquinto. El dios Apolo (Sol) brilla, elevándose al cielo sobre su legendario carro tirado por corceles, como representación del monarca, rodeado por un cortejo de ninfas y seres de la mitología griega (Ceres, Venus, Cupido, Vulcano, Diana, Pan, Galatea...).
Cortes y recortes
“Los recortes en el presupuesto, desde 2011, no han afectado a los conciertos de cámara, porque la música de cámara es la niña de nuestros ojos”. Además, los programas de Patrimonio suelen apoyarse en fundaciones y embajadas, que ayudan en el desplazamiento de los intérpretes de todo el mundo que pasan por Palacio. Este año termina la estancia de tres años el cuarteto Quiroga y será relevado por el cuarteto Casals. Serán los nuevos intérpretes oficiales de los instrumentos, con la intención de adecuar los cuerpos de unos a otros y que los instrumentos se humanicen sin tensiones.
“Cuando suena bien, suena el Palacio entero”. Francisco González es el lutier responsable de la conservación de los instrumentos. Los cuida, los prepara para los conciertos y mantiene en forma, aunque no los restaura si sufren algún daño. De esa tarea se encarga Carlos Arcieri, experto que reparó el mástil del chelo roto por accidente, en 2012. Cuando Arcieri acabó su trabajo, pasó la crisis y regresó a Nueva York, González lo puso a prueba. “Pero ese chelo no sonaba nada”, recuerda.
“Era como si me hubiesen dejado conducir el Fórmula 1 de Fernando Alonso, no sabría ni arrancarlo. Hasta que una noche reventó. Estuve a solas con él, y con el vigilante, todo el día. No es fácil tocarlo. Así que fui poco a poco hasta que empezó a respirar y una ola de sonido lo invadió todo. El sonido de aquel día me ha cambiado: era directo, claro y lleno de armónicos. Ahora lo busco en cualquier chelo que cae en mis manos”, dice a EL ESPAÑOL.
Hay que hablar poco de ellos y escucharles lo justo. Es mejor admirar la decoración, no podemos ponerlos en peligro
El chelo del que habla es el que se recortó, el que ya no suena como pensó su creador. A pesar de ello dice que tienen una sonoridad maravillosa, “pero sólo deberían estar para exhibición”. “Han sobrevivido a más de una guerra. Una de las violas se perdió en la guerra de la Independencia. No podemos arriesgarnos”, dice. Para el conservador deben usarse “lo justo”, porque el cuarteto decorado está más pensado para mostrarse que para tocarse.
Pero si no se usan, se atrofian. “¿Y qué más da? Suenan tan bien que el público ni se entera. El que más lo va a notar es el intérprete, pero todos los músicos se adaptan al instrumento y no a la inversa. Son instrumentos que forman parte del patrimonio del país, no pueden salir de Palacio, no deben moverse de su vitrina. “Hay que hablar poco de ellos y escucharles lo justo. Es mejor admirar la decoración, no podemos ponerlos en peligro. Se han tocado muy poquito, así que cuando otros instrumentos se agoten, estos seguirán sonando”.