En cierto modo, un domingo lluvioso es una forma de nostalgia. Como lo es la propia lluvia, sin la que Jep Gambardella lamenta que agosto termina y septiembre no empieza. La nostalgia es una taza de café caliente en invierno, al otro lado de alguna ventana empañada. Es un pedacito de magdalena sobre una cucharada de té en los labios de Marcel Proust. Los partidos de fútbol en el patio del colegio. Los veranos en el pueblo. A menudo, con el paso del tiempo, todo lo que alguna vez nos hizo felices se va disipando y en su lugar queda sólo un bonito recuerdo.
A veces la nostalgia es, sencillamente, un estilo de música. De aquella música hecha con tela de raso, chorreras y plataformas que desafió al rock and roll y se instaló en las pistas de baile los sábados por la noche. Es la añoranza de toda una década y sus grupos y sus canciones. De la música disco estadounidense, pero también de la Electric Light Orchestra, de Boney M y, sobre todo, de ABBA.
Hay cosas que pertenecen a un solo tiempo. A una sola época. Como las hombreras, las pelucas victorianas o los bares llenos de serrín
Cómo no añorar a ABBA. El cuarteto sueco formado por Benny Andersson, Agnetha Fältskog, Frida Lyngstad y Björn Ulvaeus fue el grupo de música que más discos vendió durante los años setenta. El grupo con más éxito comercial de la poderosa compañía Universal Music Group. El 11 de diciembre de 1982 actuaron en el programa The Late, Late Breakfast Show, anunciaron un descanso temporal y, desde entonces -salvo el homenaje a los 50 años de colaboración entre Benny y Björn en junio de este mismo año- nunca han vuelto a subirse a un escenario juntos. Nunca han puesto fin a ese descanso temporal. De ahí que el mundo de la música se haya conmocionado al descubrir que, después de casi 35 años, los autores de Waterloo, Mamma Mia o Dancing Queen han decidido regresar.
Bienvenidos al siglo XXI
“¡Nuestros fans alrededor del mundo siempre nos piden que volvamos, así que espero que esta nueva creación de ABBA los emocione tanto como me emociona a mí!”, decía Frida Lyngstad en un post publicado en la cuenta de Facebook del grupo, que ha confirmado su vuelta a los escenarios en el año 2018 de la mano de Simon Fuller y Universal Music Group. Ante la noticia, muchos han reaccionado con alegría, celebrando su reaparición, pero también ha habido quien ha torcido el gesto. Quien se ha preguntado qué diablos pinta ABBA en el siglo XXI.
Y es natural. Hay cosas que pertenecen a un solo tiempo. A una sola época. Como las hombreras, las pelucas victorianas o los bares llenos de serrín. El regreso de ABBA puede ser como el de esas secuelas cinematográficas que se estrenan décadas después, manteniendo el tipo, o como el de esas secuelas cinematográficas que se estrenan décadas después, perdiendo toda la dignidad. Con el inconveniente de que las primeras no existen.
ABBA tuvo su momento, como lo tuvieron los pantalones de campana y las bolas de espejos. Traer todo eso de vuelta, acoplar los años setenta a un panorama musical que, más de tres décadas después, ha cambiado de arriba a abajo, en el que el éxito dura apenas unos segundos y donde las propuestas de anteayer se consideran anticuadas, no parece una tarea sencilla.
¿Hologramas o fantasmas?
Resulta disparatado pensar que se puede convencer a toda una generación acostumbrada a rastrear a diario lo más nuevo, lo más moderno, para que, de repente, lo busque en su retrovisor. Y quizá ese sea el principal motivo por el que la vuelta de ABBA se ha diseñado siguiendo la dirección contraria: su objetivo no es traer la década de los setenta a 2018, sino llevar el año 2018 a aquella década. Y lo harán mediante “la más avanzada tecnología digital y de realidad virtual”. Es decir, regresarán en forma de holograma.
Benny Anderson incide en ello, en el comunicado de la banda: “Nos inspiramos en las posibilidades infinitas del futuro y nos encanta formar parte de la creación de algo nuevo y dramático, una máquina del tiempo que capture la esencia de lo que fuimos y somos”. No intentan encontrar espacio para un revival. No pretenden publicar un disco o tocar y cantar en directo con setenta años. Pretenden que sean los ABBA treintañeros quienes aparezcan en el escenario y lo hagan por ellos.
Porque así funciona la nostalgia. Inundándolo todo. Transportándonos al momento ideal. Es el “tiempo recobrado” al que se refiere Proust en la última parte de En busca del tiempo perdido, que nos remonta al instante mismo en que se produjo aquello que hoy ya sólo existe en forma de recuerdo. ABBA no vuelven porque estén convencidos de que la escena musical de 2018 les ha reservado un hueco. Vuelven porque están convencidos de que se lo ha reservado la escena de 1975. Y de que habrá miles de seguidores deseando volver la vista atrás durante un rato.
Pero quién sabe, tal vez se trate de una nueva y moderna forma de nostalgia. Una nostalgia en directo
“Estamos explorando un nuevo mundo tecnológico, con la realidad virtual y la inteligencia artificial al frente, que nos permitirá crear nuevas formas de entretenimiento y contenido que jamás podríamos haber imaginado”, explica el productor Simon Fuller, quien se encargará de hacer posible la experiencia virtual. Que sea viable, efectiva, y lo bastante real como para que alguien quiera pagar una entrada para ir a ver un holograma ya es otro cantar.
Habrá quien opine que todo esto no es más que otro intento desesperado de entrar en el futuro a empujones. Pero quién sabe, tal vez se trate de una nueva y moderna forma de nostalgia. Una nostalgia en directo. Sin necesidad de evocar el pasado con los ojos cerrados adivinando un sonido, un olor o un sabor. O Puede que Peter de Vries tuviese razón y, después de todo, la nostalgia ya no sea lo que era: ahora necesita de hologramas.