Cuando, en 1968, James Brown presentó la canción Say It Loud, I'm Black, I'm Proud, bautizó a la comunidad negra con un nombre al que no debían renunciar. Es más, les ofreció una herramienta para autoproclamarse. En el fondo, Brown parecía dirigirse a los descendientes de los esclavos, a una generación que necesitaba reivindicarse.
Brown cantaba: “And workin' for someone else / We're people, we're just like the birds and the bees / We'd rather die on our feet / Than be livin' on our knees”. En esos momentos, parece que su voz emerja sobre los años de historia y de opresión, como si hiciese de la música un arma. Todo aquello sirvió, también, de inspiración para músicos como Public Enemy, que en Figth the Power sampleaban a Brown a la vez que lo parafraseaban: “Mother fuck him and John Wayne / Cause I'm black and I'm proud / I'm ready and hyped plus I'm amped / Most of my heroes don't appear on no stamps”. En este sentido, no hay padre más evidente para el hip hop que James Brown.
The Birth of a Nation, la película dirigida y protagonizada por el actor Nate Parker, narra la historia de Nat Turner, un esclavo que, en 1831, lideró una revuelta contra el hombre blanco que terminó en tragedia, pero que convirtió a Turner en un mártir, en una inspiración para la lucha contra la esclavitud. El título de la película es toda una declaración de intenciones, pues es exactamente el mismo que el de la película de 1915 de David Wark Griffith, considerada el filme fundacional del cine narrativo tal y como lo conocemos. Hace más de cien años de El nacimiento de una nación, una película que, además de asentar las bases del relato cinematográfico, resulta muy controvertida por su discurso político, en el que tenía cabida hasta el Ku Klux Klan.
Con su relato del esclavo Turner, Nate Parker pretende remediar ese agravio histórico: que la piedra filosofal del cine sea un filme considerado racista. Parker busca constantemente una suerte de epifanía divina. De hecho, el tema de la religión es la espina dorsal de una película que relata la fe ciega del protagonista en los dictados de la biblia, su resignación tan cristiana y, finalmente, su comprensión de que había estado malinterpretando la palabra de Dios. The Birth of a Nation pretende hacer la revolución, pero lo hace a partir de las formas de aquello que pretende denunciar (el cine más clásico). Eso sí, funciona perfectamente como síntoma de un debate que, en Estados Unidos, sigue estando a flor de piel.
La propia historia de James Brown –de joven, recogió algodón y terminó en un correccional tras ser detenido– no dista tanto de la de algunos de los luchadores insignes de la causa negra
De hecho, la propia historia de James Brown –de joven, recogió algodón, lustró zapatos y terminó en un correccional tras ser detenido por un atraco a mano armada– no dista tanto de la de algunos de los luchadores insignes de la causa negra. Incluso hay un rincón para la religión, el eje central de la película de Parker: fue en la época de su detención que Brown conoció a Bobby Byrd, que provenía de una familia religiosa, y que introdujo a Brown en el gospel y en la música en general.
Hay quien ha querido ver en la postura radical y reivindicativa de Brown un ejercicio de oportunismo. Sin embargo, en aquella época contribuyó en programas de ayuda para los jóvenes de los guetos y salió en televisión tras la muerte de Martin Luther King. En el fondo, los reproches que se le hicieron a Brown no distan mucho de los que recibe actualmente Beyoncé, cuando se quiere ver su discurso feminista y su significación con la causa negra como una mera campaña de márketing.
De hecho, con Brown, Beyoncé parece compartir una mezcla entre éxito musical, discurso político y determinación empresarial. Ambos son visionarios, tanto en lo puramente musical como en el negocio. Ambos atraviesan géneros. Ambos se apoyan sin reparo en una sensualidad tan carnal como espiritual. Sin duda, la huella de Brown resultará más profunda en la historia de la música, pero el impacto de Beyoncé es también indudable.
El décimo aniversario de la muerte de James Brown se da en un momento en que la lucha por los derechos y por la igualdad de los negros en Estados Unidos atraviesa una etapa especialmente reivindicativa en la cultura. Y, sobre todo, en la que la historia se somete a la revisión y a la crítica. En American Crime Story: The People Vs. O. J. Simpson, se relata por ejemplo cómo, en el que fue considerado el juicio del siglo, el jugador de fútbol americano acusado de haber asesinado brutalmente a su exmujer y al novio de esta se convirtió en icono de la lucha negra cuando, en verdad, sus amigos eran eminentemente blancos de clase alta.
Qué importa que Simpson no se hubiese manifestado a favor de la comunidad negra hasta entonces, parecen decir algunos al final de la serie, esta es nuestra venganza por décadas de abusos. Ya sea en televisión (The People Vs. O. J. Simpson), en cine (The Birth of a Nation) o en música (Lemonade, de Beyoncé), el debate y la revisión de la historia sigue vigente, de una historia que se remonta a 1831, y que alzó la voz en 1968, cuando James Brown cantó “Say it loud, I'm black and I'm proud”.