Morirse es una de esas cosas que conviene hacer en el momento adecuado. Ni antes ni después. Sobre todo si se dedica uno a la música. Cuando el artista fallece a destiempo, la historia tiende a ignorarlo. Si muere antes de lo debido —imaginen, Cobain antes de Nirvana o Lennon antes de que The Beatles fuesen más populares que Jesús—, se le privará de la condición de leyenda. Pero si vive demasiado tiempo, corre el riesgo de caer en el olvido. La pasada Nochebuena falleció Rick Parfitt, guitarrista de Status Quo, y aunque los medios se hicieron eco de la noticia, su defunción pasó desapercibida entre turrones y mazapanes. Whatever you want.
Leonard Cohen, por lo que pudiera pasar, falleció a su debido tiempo. Él mismo se lo comentó a David Remnick en una entrevista concedida a The New Yorker en el mes de octubre: “Estoy listo para morir. Espero que no sea muy incómodo. De eso se trata”. Su muerte se produjo cuatro semanas después.
Qué importante es morirse puntualmente; justo cuando lo dicta el sentido de la oportunidad. Porque es cierto que los Brit Awards siempre han ignorado a Leonard Cohen
Las muestras de duelo se sucedieron a lo largo y ancho de las redes sociales. Los que lo admiraban y conocían su obra compartieron alguna canción o algún poema. Los que no, también. La profesión expresó sus condolencias mediante los más variados portavoces. El mundo de la cultura lloró su muerte y se deshizo en sentidos homenajes, todos ellos honestos y merecidos. Ha sido tan lamentada su pérdida que incluso la fría industria, a través de sus galas y ceremonias, le está dedicando estas semanas los últimos honores. El próximo será el 22 de febrero en el Reino Unido con motivo de la trigésimo séptima edición de los Brit Awards.
Cohen ha sido nominado —a título póstumo— a mejor artista masculino internacional junto a Bon Iver, Bruno Mars, Drake y The Weeknd. Toda una distinción, habida cuenta de que la británica es, por números y tradición, la segunda industria musical más potente del planeta. El ganador, de hecho, será elegido por una nutrida selección de representantes de la misma que incluye a los nominados y ganadores del año anterior, aunque el autor de Hallelujah suena ya como claro favorito.
Y es natural. Qué menos que concederle el galardón a él, habiéndose muerto hace tan poquito. Entre los nominados a mejor artista masculino —británico, se entiende— se encuentra a su vez David Bowie, quien encabeza todas las apuestas para ganar. Opta también al premio a mejor álbum por Blackstar. Qué importante es morirse puntualmente; justo cuando lo dicta el sentido de la oportunidad. Porque es cierto que los Brit Awards siempre han ignorado a Leonard Cohen. Es cierto que nunca han valorado demasiado a David Bowie. Pero también es cierto que, hasta el año 2016, ninguno de los dos había fallecido con anterioridad.
La primera edición de los Brit Awards se produjo en 1977. Ese fue el año en que Bowie publicó el álbum Heroes, que incluía el aplaudido himno de idéntico título. Solamente esa canción habría sido suficiente para concederle a David el premio a mejor single, mejor disco, mejor artista masculino y femenino y mejor artista internacional, pero, por alguna razón, la organización de los British Record Industry Britannia Centenary Awards —que es como se llamaban los premios antes de que alguien decidiese que el tamaño no importa—, consideró que entre 1977 y 1981 no sucedió nada en el mundo de la música lo bastante importante como para merecer una ceremonia de entrega de premios.
La diferencia entre convertirse en una leyenda o seguir siendo una vieja gloria en una mecedora es la diferencia entre morirse o empecinarse en continuar con vida
En 1983 salió a la venta Let’s Dance, pero Bowie ni siquiera fue nominado. En la gala de 1984 se concedió el premio a mejor artista masculino a Paul McCartney, que el año anterior había publicado el tibio Pipes of Peace, y el de mejor artista internacional a Kid Creole, vaya usted a saber por qué. Al mismo tiempo, Cohen traía al mundo el celebradísimo Various Positions, cuyo quinto corte es ni más ni menos que Hallelujah. Los Brit Awards miraron hacia otro lado.
A partir de ese momento, y casi como un premio de consolación, cada vez que Bowie sacaba un disco, la organización lo invitaba al año siguiente para actuar en la ceremonia, pero jamás obtenía ningún otro reconocimiento. Ni siquiera cuando en el año 1999 publicó el disco Hours..., en el que se encuentran las magníficas Thursday’s Child, Something in the Air o Seven, se llevó el premio a mejor artista británico masculino, al que estaba nominado. En su lugar, fue concedido a Tom Jones, que después de varios años de silencio reaparecía con un disparate en forma de single llamado Sexbomb.
Sólo cuando David regresó a las tiendas de discos tras diez años sin publicar nada ni dar conciertos —una forma de morir como otra cualquiera—, los Brit Awards aprovecharon el viento de popa y lo elevaron a los altares como mejor artista británico masculino en 2014 por The Next Day. Alguien podría objetar que en el año 1996 lo habían distinguido con un premio a toda su carrera, pero yo no consideraría precisamente un homenaje ser condecorado como veterano de guerra cuando todavía te estás partiendo el lomo en la trinchera.
De Leonard Cohen, por supuesto, ni rastro. Si bien es cierto que, en cuanto a discos, la de los 90 no fue para él una década muy prolífica —sólo publicó un álbum, The Future—, entre el año 2000 y el 2016 publicó cinco nuevos trabajos, pero únicamente el último ha sido digno de ser tenido en cuenta por los Brit Awards. Y ahora, por fin, los dos parten como favoritos. Es posible que, a lo largo de su carrera, Cohen haya publicado discos a la altura de You Want It Darker. Y es posible que Bowie haya publicado discos a la altura de Blackstar. Pero haberles concedido un premio en base a la calidad de sus composiciones, tratándose de músicos que el año pasado cumplieron setenta y ochenta y dos años, habría sido una temeridad. Sobre todo cuando cualquiera con dos dedos de frente empresarial sabe que premiar y colocar en las portadas a artistas de moda como Drake o Bruno Mars vende muchísimo más. Que por algo se llama industria cultural.
La diferencia entre convertirse en una leyenda —y por lo tanto generar expectación y ventas de discos— o seguir siendo una vieja gloria en una mecedora es la diferencia entre morirse o empecinarse en continuar con vida. No hay mucho que reprochar a la organización de los Brit Awards. David Bowie y Leonard Cohen se habían convertido en dinosaurios. Si querían haber recibido en vida algo más de reconocimiento a su talento por parte de la música británica, haberse muerto de vez en cuando.