Kase O., el antídoto contra "nuestros políticos cabrones"
El rey del rap convierte La Riviera en un bar de seducciones, en la consulta de un psicólogo, en una manifestación por la dignidad.
18 febrero, 2017 14:36Noticias relacionadas
“Todo está amañado, otro ladrón sale riendo del juzgado, son todos amigos, chupan del Estado, nadie los controla y son crimen organizado”. Kase O., Javier Ibarra en su versión humana, descorchó su concierto en La Riviera de Madrid con Esto no para el mismo día que la infanta Cristina y Urdangarín eran condenados dulcemente por el Caso Nóos. Por la mañana vimos las fotos de sus levísimas sonrisas. Por la noche, la contracultura española regaba con palabras y cerveza -a diez euros la maceta, poca broma- las sentencias inamovibles de la jornada. Se reía amargo. Orinaba sobre ellas.
“¿Es la ley para el hijo del juez? ¿Es la ley para el hijo del rey? Huele a cloaca, mundos paralelos, lavan tu cerebro mientras lavan su dinero”, lanzó Ibarra, con más intención que nunca. La canción ni siquiera era profética, no hacía falta: sólo amasaba rabia vieja. Era la crónica poética de la justicia en España, R de Rumba a los platos.
"¿Es la ley para el hijo del juez? ¿Es la ley para el hijo del rey? Huele a cloaca, mundos paralelos, lavan tu cerebro mientras lavan su dinero”, lanzó Ibarra, con más intención que nunca
Kase O. viste la sotana moral del humanista acérrimo: mezcla la sabiduría y la fuerza del reverendo que le habla a sus polluelos. Se muestra pequeño y tierno, luego embiste con verbo y testosterona, se hace sexy, mordiente, depresivo y acaba rompiendo como un chamán deshecho en encantos. Se desdobla. Juega con las aristas del ser humano y todas las trufa de dignidad. Tal vez sea el último romántico, pero jamás otro escéptico.
No sabe uno bien en los conciertos de Ibarra si está acudiendo a una consulta psicológica -por otra parte, a una sesión asequible-, o si es él quien se está confesando constantemente y lloviéndonos en forma de catarsis. En Guapo tarde vuelve a ser el chaval acomplejado y retraído del instituto, el niño que se retorcía de dolores de tripa que eran sólo pánicos. Se crece en chulería en Pura droga sin cortar, nos manosea las nostalgias en Ninguna mujer tiene dueño y nos inyecta aplomo en Amor sin cláusulas. Sus canciones son un viaje raro, un ascensor esquizofrénico, un caminito de serpientes que acaba en un océano limpísimo donde bañarse en pelotas. Por fin.
De Siria a las cárceles
Ibarra apela a la autoayuda -como si hubiera otra-, pero también se pone místico y llama a las energías colectivas. “Lo estáis sintiendo, no luchéis contra esto. Vamos a acordarnos de nuestros hermanos de Siria y de Irak… vamos a mandarles amor. Vamos a pensar en esos médicos, arquitectos… a los que les han quitado todo, así por el callo”, pidió. “Vamos a acordarnos de la gente que lo deja todo y va allí para ayudar. Vamos a acordarnos de las personas enfermas, de las tristes, de a las que se les está yendo la olla. Quizá alguien cercano o nosotros mismos. De esa gente que está en hospitales y en cárceles. Nadie habla de ellos”.
Vamos a acordarnos de las personas enfermas, de las tristes, de a las que se les está yendo la olla. Quizá alguien cercano o nosotros mismos. De esa gente que está en hospitales y en cárceles. Nadie habla de ellos
Entonces, Billete de ida hacia la tristeza, con antigüedad y vigencia. Bebe y resiste. Sé consciente de tu propia hipocresía. Y permanece siempre atento a la del resto. “Vives bien, comes bien, pagarías por caer bien y así ser alguien”, canta. “Reíd como Juan Carlos y Sofía hoy ríen su riqueza, pues es vuestra riqueza, y ríen del sudor de vuestras frentes, ¡reíd también, pues es vuestro sudor!, y son reyes con sentido del humor”.
Rabia y seducción
Tiene metralleta para todos: “Si eres un puto fascista, chúpala. Si eres un puto racista, chúpala”. La sala entera le acompaña con las manos. Canta La cúpula y Nada que hacer. Pide “fuego”: “Fuego para Esperanza Aguirre, fuego para el puto Gallardón”. Pide a las chicas que se hagan notar, que hagan ver que están ahí, que griten. Sólo entonces somos conscientes de cuantísimas mujeres pueblan La Riviera aunque las gorras de ellos sean más vistosas. Ibarra se lanza a la seducción con Mazas y catapultas y Mitad y mitad. “Me estoy poniendo cachondo”, confiesa. No está solo en esto: el público anda medio colocado en una nube adolescente de humedades y vapores. Olemos a nuevo otra vez, como en una primera cita. Antes de la era del reproche.
Tiene metralleta para todos: “Si eres un puto fascista, chúpala. Si eres un puto racista, chúpala”. La sala entera le acompaña con las manos
Su estilo sigue siendo Como el sol: nada alrededor de su costado. “Estamos vivos, gente”. Para celebrarlo entra Sho Hai y cantan Vivir para contarlo con la misma pasión, con idéntico morbo máximo que allá por 2006, cuando todos éramos más jóvenes y Violadores del verso eran una sola droga que nos entraba en vena vía auricular.
“Soy el George Clooney del rap”, bromea Ibarra. “He pasado del gin-tónic al ron cola y ahora sólo bebo Malibú con piña”. Otro regalo vino de la mano del compadre Xhelazz: Viejos ciegos y Repartiendo arte. Pero sin duda, los minutos más lentos e hirientes llegaron con Basureta, un tema hermosísimo, hondo y depresivo sobre el hombre que pelea hasta la muerte con sus propios demonios y va dejándose las cosas más preciadas por el camino. Una de esas canciones por las que el público sólo puede dar las gracias. Por la cruda honestidad, por la pornografía emocional que supone. La sala lo recibió con silencio absoluto y respeto. Kase O. en una silla, destruyéndose a sí mismo.
Ve a ver a tus abuelos los fines de semana. No hagas daño a tus padres. ¿Sabes? Si quieres un cambio, cambia tú
Para aquel bajón sin nombre, antídoto Cantando. “Estamos empeñados en cambiar el mundo, pero no podemos pedirle nada a nuestros políticos cabrones. ¡No sirve de nada! Ve a ver a tus abuelos los fines de semana. No hagas daño a tus padres. ¿Sabes? Si quieres un cambio, cambia tú”, instó a la masa. “No importa lo que hagas, pero hazlo bien. Si haces barras de pan, que sean las mejores barras de pan de la ciudad. Sois máquinas increíbles, hijos de la gran. Sed conscientes de la realidad y alejaos de esas pantallitas… cuanto más amor das, mejor estás”. Ya se despedía. El público repitió esa frase como un mantra, hasta incrustarla en el hueso. Cuanto más amor das, mejor estás. Cuanto más amor das, mejor estás. Cuanto más amor das, mejor estás. Larga vida al rey Ibarra.