La Reina Gitana: “Nunca he notado el racismo, sí el machismo”
Rosario Montoya es la única calé con el Título Superior de Profesora e Instrumentista y forma parte de “Jerez a Caballero Bonald”, un tributo de la ciudad al autor por su 90 aniversario.
4 marzo, 2017 01:42Cuando la Reina Gitana dice que es flamenca, siempre le hacen la misma pregunta: “¿Y tú cantas o bailas?”. Pero ella, que canta y baila porque le brota, a lo que se dedica es al piano. “Sigo siendo un bicho raro en España pues aún soy la única gitana titulada y profesora”, dice esta mujer de 43 años nacida en Jerez de la Frontera, donde da clases de música desde hace 17 y prepara su primer disco en solitario.
Llamarse Reina Gitana en la ciudad donde nació La Faraona es una osadía, pero ella lo lleva con más humor que vanidad, y explica que su nombre artístico es fruto de una anécdota familiar que tiene su origen en una carta a los Reyes Magos. “Pedí maquillaje de la señorita Pepis y un piano de cola. Lo primero lo trajeron, pero el piano era de plástico. Me quejé tanto que mi madre acabó diciéndome que dejara de creerme una reina gitana”.
En Jerez no es raro que haya una guitarra en casa, pero un piano costaba 300.000 pesetas
Su abuela era bailaora, su padre es titular de la peña flamenca Antonio El Pescaero y cantaor aficionado y su madre también bailó. “Carmen Amaya se la quiso llevar de gira cuando tenía siete años, pero no fue porque era muy chica. Y luego, cuando se casó, dejó de bailar”. No es el caso de Montoya, que siempre ha querido ser pianista y no ha parado hasta conseguirlo. Recuerda que cuando tenía cuatro años vio por televisión unas manos tocando, no sabe si de hombre o de mujer, y esa imagen y la música la impresionaron.
Pero su deseo se convirtió en un quebradero de cabeza para sus padres, que tenían seis hijos más y sólo un sueldo: el que ganaba el progenitor trabajando en la finca de un señorito. “En Jerez no es raro que haya una guitarra en casa, pero un piano costaba 300.000 pesetas”. Y entonces pasó lo que ella llama “una gran suerte”: que la hija del jefe de su padre le regaló un piano. “Mis padres nunca habrían podido comprármelo”.
Una sociedad jerárquica y mestiza
La historia que cuenta Montoya parece salida de aquella novela que le valió a José Manuel Caballero Bonald el Premio Biblioteca Breve en 1961. Se titulaba Dos días de setiembre (Seix Barral, 2011) y en sus páginas se revela una sociedad, la jerezana, muy jerarquizada, con ricos y pobres, señoritos, labriegos y gitanos, pero que a la vez se mezcla y es mixta y promiscua. Una tierra que hace chufla de sí misma, pero que alguna vez afeó a Bonald que pusiera sus miserias negro sobre blanco.
La microhistoria de Jerez, la de las historia personales, no cabe en una novela, ni en un cliché, porque allí con las contradicciones no se hacen látigos, se hacen fandangos. Lo sabe Montoya, que conoce la importancia de ese contexto. Sólo en un lugar así se explica que ella pasara ocho años en el Real Conservatorio Manuel de Falla en Cádiz sin percatarse de que era la única gitana. “Creo que es porque aquí todos estamos mezclados”, explica una artista casada con “un gachocito”, es decir un gaché, forma en la que los gitanos se refieren a los que no son de su raza.
Homenaje a Bonald
Precisamente al Premio Cervantes de 2012 homenajea la Reina Gitana estos días. “No puedes ser jerezana y no conocer su obra. De chavalita, iba al instituto que lleva su nombre y los profesores se encargaron bien de enseñárnosla”. La pianista forma parte del elenco de Jerez a Caballero Bonald, un disco-libro que se ha presentando con un espectáculo en directo en el Festival Flamenco de la ciudad.
“Él siempre ha sentido pasión por lo jondo y ya era hora de que se le homenajeara en su lugar de nacimiento”, explica a EL ESPAÑOL Mario González, productor del proyecto, en el que se cantan palos con poemas de Bonald y adaptados por el periodista y escritor José María Velázquez Gaztelu.
En mi entorno era especialmente raro que cada día me pegara ocho horas estudiando y me quedara sin salir los fines de semana para estudiar y ensayar
No es la primera vez que el flamenco se atreve con la poesía culta: Enrique Morente lo hizo con Miguel Hernández, Lorca o Alberti; Carmen Linares se atrevió con Juan Ramón Jiménez y más recientemente, fue Rocío Márquez la que puso flamencos a William Shakespeare o Mario Benedetti. Ahora, el encargado de meter a Caballero Bonald por seguiriyas ha sido Joaquín López Bustamente. “Coger esos versos tan largos y meterlos en estrofas flamencas es complicado, pero el resultado es precioso”, dice la Reina Gitana, encargada de la soleá que canta La Macanita y la nana que interpretan el tenor Ismael Jordi y los cantaores David Lagos y María José Santiago.
Racismo no, machismo sí
“Tiene tres años pero ya toca a Mozart”, dice orgullosa Montoya sobre su hija, a la que llevó al concierto que tuvo lugar en las Bodegas González Byass. Nunca lo hace, explica, porque el padre de la niña siempre se queda con ella cuando Rosario actúa. “Así se concilia. Eso sí, yo voy, actúo y vuelvo pitando de mis bolos”, dice Montoya que a sus 43 años siente que sigue siendo una gitana atípica. “Lo son todos los músicos, porque somos obsesivos. Pero en mi entorno era especialmente raro que cada día me pegara ocho horas estudiando y me quedara sin salir los fines de semana para estudiar y ensayar”.
Entre los míos aún hay muchos que creen que el flamenco se hereda, no se aprende. Y eso, por suerte, ya está cambiando
Pero no sólo en lo profesional se destacaba la joven Montoya. Cuenta que irse a vivir con su novio antes de casarse o tomarse un vino con un amigo en un bar le ha hecho ver más de una ceja arqueada. “Mis amigas y familiares eran las que más se extrañaban y no entendían que mis padres no me dijeran nada”. Porque Rosario, que asegura no haberse sentido nunca despreciada por ser gitana, sí se ha sentido desplazada por ser mujer.
“Nunca he notado el racismo, sí el machismo. Porque lo hay, claro que lo hay. En el flamenco y en todos lados”, explica y añade que es raro que un cantaor la llame para trabajar. Cree que no hay mala intención, es que ni se lo plantean. “Están acostumbrados a contar con otros hombres. Y si eres instrumentista, aún se acusa más. ¡Si fuera bailaora, no me pasaría! Por suerte, los que me conocen, repiten y además, las cantaoras, prefieren que les toque yo”, dice riendo.
A contracorriente
Mujeres pianistas hay muchas y en el flamenco, cada vez más. María Toledo y Ariadna Castellanos son dos ejemplos de mujeres en la treintena y con estilos distintos dentro de lo jondo. Pero siendo un arte con tanta prédica entre los calés, Rosario cree que faltan más gitanas con formación. “Hay algunas que tocan, pero lo hacen de oído. Yo misma empecé a aprenderlo así porque no quería esperar a tener plaza en el conservatorio”. Pero cree que es importante competir en igualdad de condiciones y para eso, hay que estudiar, profundizar y saber leer partituras. “Eso te da una tranquilidad tremenda. No sólo te permite hablar de tú a tú con otros músicos, también te permite admirar los matices”.
Entre sus pupilos hay gente de entre 5 y 70 años, pero a ella le apasionan los pequeños
Esa manera de ahondar en la música es la que Montoya enseña a sus alumnos en la Escuela Municipal de Jerez de la Frontera. Entre sus pupilos hay gente de entre 5 y 70 años, pero a ella le apasionan los pequeños, porque es en ellos donde se vislumbran carreras prometedoras.
“Yo sé ver el primer año quién va en serio y quién lo hace sólo como una actividad extraescolar o un pasatiempo. El que es músico siempre quiere más, siempre quiere tocar mejor”. Le alegra ver que aumenta el número de chicas, también gitanas. “¡Y el de gitanos! Y me da orgullo porque no era habitual, porque entre los míos aún hay muchos que creen que el flamenco se hereda, no se aprende. Y eso, por suerte, ya está cambiando”.
Más mujeres
En Danger Edcated Gipsy! (Peligro, gitano educado), Ian Hancok, investigador y profesor universitario romaní cuenta que su pueblo ha sido reticente a la educación porque temían perder su esencia, pero también añade el escritor inglés que esa educación reglada que se les ofrece rara vez incorpora elementos de su cultura. Por eso, Montoya, quiere que haya más mujeres como ella en conservatorios, universidades y escuelas de música.
Que haya más gitanas leyendo partituras, tocando instrumentos, enseñando a tocarlos y haciendo su aportación. “Yo me siento heredera de Arturo Pavón”, dice con toda la carga que conlleva, pues el pianista que cita era hijo de flamencos, sobrino de la Niña de los Peines y yerno de Manolo Caracol, pero no renunció a la formación reglada.
La frescura y la convicción de Montoya chocan con los deseos de otros artistas y teóricos del flamenco, gitanos y no gitanos, que en cuestiones musicales priman la vena a la sien y el tesón. Son los mismos que al verla enfundarse en sus lentejuelas creen que Rosario va a palpar bata de cola, no un piano. Pero ella sigue su rumbo, uno parecido al que dejó escrito Caballero Bonald, que en Luces y sombras del flamenco asegura que “no hay nada más contrario a la expresión flamenca que el estatismo.”