Desde un principio, el plan de Portugal era jugar sucio. Saltarse las reglas. A diferencia del resto de países europeos participantes como Croacia, Noruega, Azerbaiyán, Israel o Australia, los lusos no se presentaron este año al Festival de Eurovisión con una horterada de karaoke trasnochado, como manda la tradición, sino con una canción de verdad. Una canción bien escrita, de armonías sedosas, melodía delicada y versos inspirados. Y eso no vale. Si participas en Eurovisión, participas con todas las consecuencias. Tomárselo en serio y salir a ganar es una canallada.
Al resto de países sólo nos quedaba perder. Nos habíamos citado un sábado noche para pasárnoslo bien y tuvo que aparecer el vecino sensato. Así que cada participante echó el resto para perder bien. Para perder a lo grande. No hay nada peor que competir para quedarse en tierra de nadie. La mitad de la tabla es un lugar oscuro y pantanoso. La Ciénaga de los Muertos de J.R.R. Tolkien. Nadie quiere pertenecer al montón. Los cuartofinalistas de la Champions. El nominado a los Óscar que no ganó. Rafael Simancas. Eva Sannum. ¿Quién se acuerda de los que se quedaron por el camino?
Los cuartofinalistas de la Champions. El nominado a los Óscar que no ganó. Rafael Simancas. Eva Sannum. ¿Quién se acuerda de los que se quedaron por el camino?
Terminar el último, sin embargo, significa pasar a la historia. Y hacerlo con cero puntos es alcanzar la gloria. El público ya ha olvidado a Eva Santamaría, que finalizó undécima en la edición de 1993. O a Ramón del Castillo, décimo en 2004 con la canción Para llenarme de ti. No recuerdo ni el estribillo. Sin embargo, los cero puntos de Remedios Amaya y su barca con piloto automático permanecerán para siempre en nuestra memoria. La última posición y un casillero de puntos vacío no es algo que se consiga por casualidad. Se requiere mucho esfuerzo para lograr una proeza semejante.
Balada épica, chica mona
Y cada país hizo todo lo posible por conseguirlo. Una vez descartada la victoria, torticeramente aprehendida por Portugal, el objetivo era el último lugar. Y la batalla estuvo muy reñida. Tras un alarde de vanguardismo estético formado por haces de luz, columnas de fuego y rayos láser, y después de presentar a los participantes como si aquello fuese Los juegos del hambre, apareció en escena el representante de Israel, que se paseó por el escenario con dos tipos de blanco haciendo movimientos extraños a su lado y se marchó. Volvería a salir más tarde para representar a Chipre y a Bulgaria. Las tres veces estuvo a la altura, pero no lo suficiente como para quedar el último.
A Polonia le sucedió algo similar. Eligieron un género muy “eurovisivo”, que es la “balada épica interpretada por chica mona con vestido largo que canta levantando mucho un brazo”. Sin embargo, aunque es un tipo de canción que aburre a las ovejas, no basta para ser los peores. Como sucedió con Israel, la chica en cuestión regresó para representar a Dinamarca, Grecia, Reino Unido, Alemania y Bélgica. Todos terminaron desperdigados por la mitad de la clasificación salvo Alemania, que quedó en penúltimo lugar, y Bélgica, que finalizó cuarta. Un desastre, vamos.
Polonia eligió un género muy “eurovisivo”, que es la “balada épica interpretada por chica mona con vestido largo que canta levantando mucho un brazo”
Los últimos en salir a escena fueron Suecia y Francia con canciones que no estaban mal. Sin más. Pero todo el mundo sabe que es difícil perder estrepitosamente con canciones así. No obstante, la artillería pesada vino antes. El italiano apareció con un señor al lado disfrazado de gorila. La azerbaiyana, con otro que llevaba puesta una cabeza de caballo. Pero el rival más complicado era el croata, cuyo atuendo consistía, por un lado, en un traje, y por el otro, en una chupa de cuero a lo George Michael. Y para colmo cantaba con dos registros distintos dependiendo de qué postura adoptase frente a la cámara. Fueron momentos durísimos. Por un instante llegué a pensar que peligraba nuestro último lugar en la clasificación. El croata se lo estaba ganando a pulso.
Manel y el gallo
Pero Manel mantuvo el tipo. Y no resultó sencillo. Los bielorrusos nos hicieron tragar saliva con su versión feliz de Sergio y Estíbaliz y su guitarra decorada con puntillas de ganchillo. Los rumanos cuajaron una imitación sobresaliente de Pedro y Heidi que podía dar al traste con nuestras esperanzas. Y las holandesas, a lo Destiny’s Child, presentaron su candidatura al último lugar con una canción pensada para Eurovisión 1997. Fue entonces cuando Manel y sus amigos se subieron al escenario y le demostraron a Europa cómo se hacen las cosas.
Manel lo clavó: la canción, paupérrima. La actitud, inexistente. La estética de surfero bohemio, con camisa hawaiana y guitarrita a la espalda, agotadora
El tío lo clavó. La canción, paupérrima. La actitud, inexistente. La estética de surfero bohemio, con camisa hawaiana y guitarrita a la espalda, agotadora. Pero, por si eso no fuese suficiente, en mitad de la actuación va el amigo y pega un alarido monstruoso que hizo temblar la cristalería buena de los salones de media Europa. “¡Genio! —grité entusiasmado—. ¡Este hombre es un genio!”. Y entonces me puse de pie y aplaudí con rabia y lloré un poquito de alegría y de emoción. Lo habíamos conseguido.
La votación por países fue un éxito: últimos con cero puntos. La andadura de Manel Navarro, unos meses antes, había comenzado bien. Como debe comenzar la historia de los grandes personajes. Con todo el mundo en contra. Acusaciones de tongo, cortes de manga, el rechazo del público, etc. Pero en la gala del sábado hizo suya esa frase de Rumbo a peor, la novela de Samuel Beckett, que dice: “Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Y se ganó un lugar en la leyenda por méritos propios.
De Remedios Amaya a Lydia Rodríguez
Por desgracia, a los portugueses no les bastaba con llevarse la victoria con malas artes, presentando a concurso una canción de verdad, sino que tenían que deslucir nuestra gloria. Y no se les ocurrió mejor forma de hacerlo que otorgándonos los cinco únicos puntos que se llevó Manel en la votación del público. Quedamos en último lugar igualmente, pero nuestro marcador ya no estaba a cero. Manel Navarro pasó de ser Remedios Amaya a ser, simplemente, Lydia Rodríguez, que obtuvo un punto en el Festival de Eurovisión de 1999.
Afortunadamente, todos olvidamos esa pequeña mácula en nuestro expediente cuando un señor enfundado en la bandera australiana salió justo después al escenario e hizo un guiño a la historia europea con su particular homenaje al calvinismo. Ocurrió durante la actuación de Jamala, la ganadora de la edición de 2016. Doscientos millones de espectadores lo vieron. En el medio y medio de la pantalla. El culo de Eurovisión. Twelve points, douze points.