Entra en la caravana y cuenta cómo desde los nueve años está enganchada a la heroína. Quién sabe cuántos años tiene Chari. Acompañaba a un hermano a pillar y le introdujo en el arte de escapar a los abusos sexuales a los que le sometían otros dos hermanos. Le gustaría volver a ser niña, a otra infancia, a ver el mar. Ahora le gusta bailar tan apretada que hace la croqueta y el corazón se le pone a cien cada vez que alguien le demuestra su cariño al darle un abrazo. Un abrazo. En el centro de salud mental leonés en el que vive ha renacido. No es la única. Pili se desmayó un día en su cocina y se partió el cuello sobre el suelo de mármol. Ahora está “empotrada en una cama”, cuenta su marido, que no se mueve de su lado y se deja alumbrar por la fuerza que irradia esta mujer, que sólo ha dejado de maquillarse el día que entró en la UCI. Su luz es tan fuerte que deslumbra al otro lado de la pantalla.
Manuel Burque y Quique Peinado viajan por los rincones olvidados de la piel de toro en busca de historias ignoradas. Lo hacen en una caravana desmontable y una furgoneta naranja. No son normales. Son un par de extraterrestres llegados de un planeta tan lejano a la televisión que quieren saber quiénes son los extraños. Han aterrizado con sus micrófonos, sus preguntas, sus canciones y sus ganas de conocer. Al experimento lo han llamado Radio Gaga y, sí, funciona. Han encontrado la fórmula del antídoto contra la televisión que insiste en demostrar que la vida real no merece ser conocida. Radio Gaga es el contraveneno del entretenimiento bajo cero que se empeña en hacer creer al espectador que todo lo que pasa ahí afuera es tan mierda, que mejor un poco de mentira y espectáculo.
Son cazatalentos que ubican al espectador en la vida real, en una que es tan dramática y luminosa que no puede seguir existiendo al margen. Sacar vidas invisibles del anonimato para romper tabúes, para repartir alegría, para demostrar que la experiencia de todos es importante para la vida del resto. Por eso una caravana. De ahí el viaje, para pasar de la fe al acto, para fundir y confundir: se mueven de aquí para allá, poniendo en contacto la marginación con la normalidad. Las fusionan, las confunden, ¿cuál es una y cuál es la otra? Burque y Peinado funden dos mundos irreconciliables gracias a la música.
Se han inventado una radio para la televisión que cuestiona las funciones de la cadena pública desde una cadena de pago. Radio Gaga es un programa de seis capítulos para #CERO (Movistar+). Es su primera temporada, está a punto de acabar y ha dejado claro que no podría verse en la actual RTVE porque Radio Gaga defiende la música (sin fraudes ni ruedas); porque los protagonistas no tienen una vida de vino y rosas, son personas cuyo único lujo es seguir vivos y tratar de sobrevivir; porque cada capítulo es una lección de dignidad.
Espectadores que escuchan
“Transforman al que escucha y liberan al que habla”. Es una acertada frase de la promoción del programa porque el espectador ya no ve (sólo). El glotón visual ha sido transformado en un ser que empatiza con los problemas de otros. Radio Gaga es un hito en la dignidad del medio, porque confirma lo que ya imaginábamos, que la televisión es mucho más que pirotecnia mamachichis. A falta de confirmación oficial, todo apunta a que tendrá una segunda temporada en el mismo canal.
“El director de #0, Fernando Jerez, está emocionado, participa en el programa como si fuera uno más del equipo. Estamos en el sitio adecuado, en la cadena apropiada. Nos ha tocado la lotería, tengo la sensación de estar en la HBO española”, explica a este periódico Manuel Burque unas horas antes de que se emita el quinto capítulo, dedicado a la vejez. Han rodado en comunidades dedicadas a atender accidentes medulares, enfermedades mentales, inmigración o residencias de ancianos. Lugares que deben ser escuchados y eran ninguneados. Por eso Radio Gaga recuerda tanto a las Misiones Pedagógicas: porque conecta los márgenes con el centro. Mientras que la iniciativa de la República transportaba el centro a los márgenes, el viaje Gaga es a la inversa.
Hablemos ahora de la honestidad. De cómo, a pesar de los durísimos testimonios, no hay ni rastro de pornografía sentimental. Es una hora de emociones, escuchando a gente que vomita la verdad sin manipulación, sin que el color sea más importante que la dignidad, sin forzar el formato hasta llevarlo al amarillo fluorescente. Grandes historias sin grandes titulares. Cuenta Peinado a este periódico cómo han limitado la gratuidad de las lágrimas de un padre roto en mil pedazos.
“Todo ha sido gracias a la directora Joana Pardos y a la productora Amparo Castellano. Este programa es posible a que son dos mujeres las que están al frente, y a las redactoras que documentan y localizan”, dice Burque. De hecho, el tono es alegre, calmado y sin follones. La reivindicación de la protección del diferente y de las ayudas públicas no se hace desde el enfrentamiento.
“Es un tono muy distinto a la tele comercial habitual. Incita a escuchar, por el contenido y la forma en que está hecho. No buscamos la declaración. Es un homenaje a la radio y a la conversación, gracias al equipo que lo ha hecho. No hay ni una lágrima de más, cualquier otro programa las habría explotado al máximo”, cuenta Peinado.
Radio Gaga es nueva música para la televisión. Quizá el inicio de una época dorada en la que la cultura es la base de la toma de conciencia social. Una televisión que respeta al que mira (y escucha) y al que la hace. Una en la que el inesperado dolor de Chari es tan insoportable que ni la ficción se atrevería a hacer algo parecido.