Decía el pintor y escultor francés Georges Braque que, del mismo modo que el jarrón da forma al vacío, la música da forma al silencio. Lo concreta. Define sus límites y su contorno. Si el jarrón es un molde, una silueta que encapsula una porción del espacio, la música hace lo propio con el silencio. Una reflexión que, por analogía, puede aplicarse también al ruido.
Poco a poco, con el paso de los años, el proceso soberanista de Cataluña, conocido como “el procés”, se ha ido colmando de un punzante, desagradable y enorme montón de ruido. Un ruido nervioso que proviene de todas partes y lo cubre ya todo, como una tormenta perfecta cuyo estruendo hace imposible el diálogo y contamina el poco silencio que queda. Entre Barcelona y Madrid no parece mediar ya nada más que el ruido del procés. Algunos días uno tiene la impresión de estar asistiendo a un careo entre dos radios mal sintonizadas, situadas una frente a la otra, emitiendo un sonido tozudo, estridente e insoportable, cada vez a un volumen mayor. No parece quedar ya nada entre ellas, decía, salvo precisamente aquello que las desune.
Sin embargo, al margen de las apariencias, entre Madrid y Barcelona no todo es caos y conflicto. Allí abajo, a pie de calle, resguardados bajo una tormenta que estos días parece inundarlo todo, todavía quedan pedacitos de normalidad. Rincones donde el silencio sobrevive y acota los límites del ruido, igual que el jarrón presta su forma al vacío. Un silencio que, como señalaba el escultor, en ocasiones adopta el contorno de la música que lo ocupa.
Y Manel vino a Madrid
El pasado fin de semana, uno de esos silencios donde Madrid y Cataluña se unen lejos del ruido, se llenó de la música de Manel. Los organizadores de las fiestas de La Melonera, una de las celebraciones más típicas de Madrid y que sirve de cierre a las verbenas veraniegas de la ciudad, eligieron al grupo catalán como uno de los referentes de su programa de conciertos, reservándoles la noche del viernes. El pop y el folk cantado en catalán de este grupo barcelonés se incluyó entre los principales reclamos de una de las fiestas populares más importantes de Madrid. Y a pesar del ruido, a pesar del fuego cruzado, mientras fuera todo era caos y conflicto, el concierto fue un ejemplo de armonía, cordialidad y buen ambiente. El aforo se llenó, Madrid disfrutó de un pedacito de Cataluña a pesar de la tormenta y, contra todo pronóstico, la democracia continuó intacta.
Porque eso es lo que ocurre cuando uno se sacude de encima la polémica y el fanatismo y la demagogia y el ruido y la furia. Lo que queda es la normalidad. El día a día. Lejos del lodo y el griterío. Que en una de las fiestas más madrileñas de Madrid actúe un grupo catalán que canta en catalán, que los madrileños llenen el concierto y jaleen enérgicamente al grupo, que de repente varios asistentes formen un castell y el público aplauda y disfrute del espectáculo, que todas estas cosas sucedan con naturalidad, ajenas a un enfrentamiento que no ha hecho sino demostrar el fracaso de la política, dice mucho de la gent normal. Esa a la que Manel le cantaba no hace muchos años.
En el fondo, es triste tener que escribir sobre ello. Tener que destacar como excepcional algo que no debería serlo en absoluto. Algo que, hasta no hace mucho, no lo era en absoluto. Sin embargo, ojalá poco a poco se fuesen llenando con noticias como ésta las páginas de los periódicos. Con pedacitos de silencio que enmarcasen y apuntalasen los límites del ruido. Tal vez así, con el paso del tiempo, lograríamos dejar de escucharlo. Y que en su lugar sólo quedase el diálogo.