Hubo un tiempo en que internet y la industria musical eran enemigos irreconciliables. Al principio parecía una rivalidad ridícula entre dos fuerzas desiguales, pero poco a poco, a empujones y con escasos miramientos, el primero fue okupando el espacio de la segunda hasta arrinconarla en las tiendas de discos, donde no tuvo más remedo que atrincherarse confiando en que las descargas de canciones, lejos de arreciar, terminarían escampando. Con el tiempo, la música online fue abandonando la clandestinidad del peer-to-peer y organizándose en portales de pago y plataformas de streaming, lo que obligó a unas discográficas de aspecto muy desmejorado a salir de las pocas tiendas que permanecían abiertas y agitar, casi sin fuerzas, una bandera blanca en son de paz.
Hoy en día sería imposible entender la industria musical sin internet. No se trata de una alianza, sino de una auténtica simbiosis. Internet es ahora el medio natural del mercado. En él habita, de él se alimenta y a través de él respira. Se ha convertido en su huésped. Una vez reformuladas las reglas del juego, las ventas físicas de discos tan solo suponen una tercera parte de los ingresos mientras la música digital ya se lleva dos tercios del pastel.
Pero no sólo de cifras vive la industria. El propio modelo ha cambiado. Antes de internet, la única forma de aterrizar directamente en los altares del rock o el pop era caer en gracia a algún pez gordo que asistiese a un concierto de tu banda en algún club. Es el caso de The Doors, descubiertos en 1966 por Jac Holzman. O el de Oasis, a los que Alan McGee fichó nada más bajarse del escenario en 1993. De no obrarse el milagro, la carrera de cualquier banda o artista pasaba por ir ascendiendo peldaño a peldaño. Ahora eso ha cambiado y un desconocido cualquiera haciendo música en su habitación puede convertirse, de la noche a la mañana, en el ídolo de toda una generación. Y puede que el mejor ejemplo de esta nueva realidad sea la meteórica trayectoria de Post Malone. ¿Les suena?
Batiendo récords
Su último single, Rockstar, el primero de su nuevo disco, ha batido el récord de streaming en una semana en Apple Music con más de —atención— veinticinco millones de reproducciones. Ya es la canción más reproducida en el global de Spotify con más de cuatro millones de reproducciones diarias. Lo escribiré de nuevo: ¡cuatro millones de reproducciones al día! El single ha ocupado directamente el número uno de las listas de ventas en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Portugal, Suecia, la República Checa, Finlandia, Hungría, Irlanda, Noruega y Eslovaquia, siendo top 3 en muchos otros países y top 10 en otros tantos. La canción, a medio camino entre el hip hop y el trap, es un éxito mundial. A sus veintidós años, Post Malone se ha convertido en una especie de nuevo Eminem y lo más asombroso es que hasta anteayer ni siquiera sabíamos de su existencia.
'Rockstar' ya es la canción más reproducida en el global de Spotify con más de cuatro millones de reproducciones diarias. Lo escribiré de nuevo: ¡cuatro millones de reproducciones al día!
Como él mismo confesó no hace mucho en una entrevista con Snoop Dogg, comenzó a componer sus propias canciones jugando al Guitar Hero. Fue ahí donde se dio cuenta de que podía escribir buenas letras y melodías sobre una base musical que no fuese la de un videojuego. Con diecinueve años, decidió subir a su cuenta de SoundCloud —una plataforma donde grupos y artistas comparten sus trabajos online— una de sus canciones, White Iverson, y como por arte de magia, en cuatro semanas ya la habían escuchado más de un millón de personas. Pocos meses después, en agosto de 2015, Post Malone firmaba un contrato discográfico con Republic Records y se convertía en la nueva promesa del rap. Su primer disco, Stoney, publicado en diciembre de 2016 —hace apenas diez meses—, vendió más de un millón de copias sólo en Estados Unidos. El resto es historia. Y todo apunta a que lo seguirá siendo.
Democracia musical
Alguien podría pensar que hay algo de falso en figuras que surgen así, de la nada. En artistas que alcanzan el estrellato directamente desde su dormitorio. Alguien podría alegar que son fenómenos de internet. Que no tiene por qué haber calidad en sus trabajos. Que comparados con los grupos y cantantes que trabajan durante años para hacerse un hueco en la industria de la música, el éxito de gente como Post Malone tiene algo de injusto.
Sin embargo, qué puede haber más justo y democrático que un millón de personas escuchando la canción de un desconocido en SoundCloud o en YouTube. Qué puede haber más democrático que el boca a boca. Una acogida tan espontánea y aplastante no es fruto del marketing. Ocurre porque esas canciones gustan. Triunfan. Y eso, en el fondo, tal vez sea incluso más auténtico que el éxito en la era preinternet.
Claro que, bien pensado, así conocimos también a Justin Bieber y a Pablo Alborán. En fin, supongo que no existe el sistema perfecto.