Estimado ministro de Educación, Cultura y Deporte, don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, barón de Claret, en esta ocasión he preferido escribirle una carta abierta para felicitarle por algunos pequeños pasos con los que, poco a poco, va corrigiendo desmanes propios de otra era, en los que ni usted ni uno de los que le rodean, tan complacientes, eran capaces de ver. El BOE dice que acaba de otorgar la Gran Cruz de Alfonso X a seis hombres y seis mujeres. Paridad después de una trayectoria absolutamente machista. Enhorabuena.
Sin embargo, lamento tener que volver a llamarle la atención, porque todavía tiene mucho que pulir para llegar a representar algún día a la Cultura y a sus creadores. No sé si se ha enterado, pero ha muerto Gregorio Esteban Sánchez Fernández. Un nombre cualquiera, un apellido sin pulir. Era un hombre más, de los que mueren en los hospitales a los 85 años, exprimido y trabajado por los años de supervivencia y faena hasta los sesenta y pocos. A Gregorio le llegó la jubilación en forma de contratos de estrella y título nobiliario: Chiquito de la Calzada, un ser único, con un lenguaje irrepetible que quizá usted no haya intentado probar.
Era un fenómeno
Siempre fue Chiquito, aunque ocupase mucho. Su sobrenombre viene del lugar en el que nació, un barrio malagueño llamado Calzada de la Trinidad. Donde estaba el cuartel de la Guardia Civil. Un barrio, estimado barón. Gregorio cantaba bien desde chico. Se le daba tan bien que rompía los corazones a todo el mundo. “Yo cantaba que era un fenómeno”.
A los ocho años hacía bolos por la provincia con un grupo llamado Capullitos Malagueños. Ganó el Primer Premio del Conservatorio de Música de Málaga, al que según contaba el propio Gregorio, se presentaron unas cincuenta personas. Él no tenía ni chaqueta y se la pidió a otro niño. Le dijo: “Déjame la chaquetita que yo no te la voy a manchar”.
Un hombre sin suerte
Pero él no tuvo tanta suerte. Su cuna estaba rodeada de trabajadores, ni rastro de sedas y oropeles. Fíjese, nació con un don, pero no le bastó para salir indemne del hambre y la miseria de la posguerra. Gregorio recordaba que era una época muy mala y que no había trabajo para nadie. Tenían que ir por los pueblos para que le escucharan “de cantar”. En su casa pasó mucha hambre, su estatura ya indica algo. La suya, también. Necesitaban perras para comer, pero les pagaban con un pan. Gregorio ha visto a la gente debajo de los escenarios llorando.
Se lo vuelvo a repetir: Chiquito de la Calzada. Se lo digo porque ha pasado el día y su equipo de comunicación no ha mandado a las redacciones las palabras de condolencia a las que nos tiene acostumbrados cada vez que fallece algún miembro reconocido de su sector. Hasta su querido presidente ha puesto un tuit. Me sorprende que en el momento de escribir estas líneas hayan pasado más de diez horas de este sábado de luto y todavía no tenga en mi bandeja de entrada sus condolencias.
Sorprende que haya decidido no dedicarle unas palabras y desterrar con el olvido a un artista que hizo de la cultura su medio de subsistencia y resistencia. Porque si alguien tenía motivos para tirar la toalla era él y si alguien nos dio motivos para no abandonar la esperanza fue él. En Torremolinos, en los años sesenta, trabajó todos los días en un tablao. Y no cobró por ninguno o lo mínimo. Si tenía la suerte de que se quedaba algún extranjero con ganas de más, les cantaban toda la noche. “Pero a la hora de cobrar te crecía la barba o querían que te conformases con un regalo”.
Canallas de la cultura
Perrerías, ministro, como actuar sin comer, como trabajar sin seguro, como escribir fandangos y registrarlo el empresario. Canallas que se aprovechan del creador débil. Contra ellos trabaja una comisión en el Congreso estos días, para levantar el Estatuto del Artista, seguro que lo recuerda.
Quién sabe por qué ha tomado la decisión de callar, cuando ni siquiera lo ha hecho la Casa Real. “Se nos ha ido el gran Chiquito. Hombre bueno, entrañable, genial, artista de todos. Gracias Chiquito, nos harás sonreír siempre”. Si en la Casa Real lo conocen, seguro que en la suya también. Incluso usted, como reconocido consumidor de cine español en Cine de Barrio, lo ha visto pasar por alguna de las películas en las que trabajó.
Hemos leído su pésame a tantas estrellas y tantas de dudoso brillo, que no logro entender sus razones para que haya dejado escapar la ocasión de ponerse del lado del trabajador de la cultura que emigró a Japón para rascar bola y que al regresar, en edad de jubilarse, se encontró con el reconocimiento. Quién sabe. Quién sabe por qué decidió usted sacar a Miguel de Unamuno -pintado por Gutiérrez Solana- de su despacho ministerial el mismo día que llegó al lugar de trabajo que antes de usted había ocupado José Ignacio Wert y Pilar del Castillo, 13 años con el sabio ahí. Es usted una incógnita cultural o como diría Él, un fistro.