Eric Jiménez es un granaíno de médula que lleva en la yema de los dedos el arte de la tierra y se lo contagia a las baquetas. A las de Lagartija Nick -con quienes grabó junto a Enrique Morente el legendario disco Omega- o a las de Los Planetas, que le guiñaron en Un buen día: “He estado con Eric hasta las seis y nos hemos metido cuatro millones de rayas...”. Dice que tenía que haber muerto antes de los treinta, que todo en su vida estaba organizado para que así ocurriese: una infancia traumática, un coqueteo con La Falange, los besos envenenados del punk en su imaginario adolescente, una boda acelerada a los dieciséis, las-dichosas-rayitas… y el pánico, el pánico de verdad a no ser amado.
El músico escribe porque tiene memoria: escribe porque no puede quitarse de la cabeza el día que su padre le apuntó con una pistola la cabeza, con seis años. Escribe porque con 16 se inyectó heroína y fue a enseñarle los brazos a sus colegas mayores al grito de: "¡Mira, mira! ¡Me he picao!". Después vomitó. Escribe porque estuvo a punto de morir y sentía que Dios se había olvidado de él, o eso, o que no existía. Escribe, como él dice, porque lo ha pasado de puta madre, pero también las ha pasado putas. Lo cuenta todo en Cuatro millones de golpes (Plaza&Janés): no lo salvó la música, lo salvó su hija. "Mi vida podría haberla dirigido Almodóvar".
¿Usted cómo era de niño?
Pues mi infancia se puede resumir como la del niño del tambor de hojalata. Ese niño vive en un barrio donde nunca pasa nada, así que los acontecimientos que para los demás son insignificantes para él son grandiosos… como el paso del camión de la basura por la calle. La memoria de mi barrio es toda en color sepia.
Era una época en la que sólo había un canal de televisión y la televisión tenía el mismo color del país, ¿sabes? Yo vivía en mi mundo, me sentía un poco solo por la diferencia de edad con mis hermanos y por algunas carencias afectivas que luego afectaron al desarrollo de mi personalidad. Ese niño que era yo creció en la inseguridad. La seguridad la adquiere cuando conoce el instrumento de la batería.
¿Cómo cala en el adulto que hoy es haber sido un crío de la dictadura?
La reflexión la haces cuando has crecido, de niño no eres consciente de estar en un Régimen. Cuando cumplí 14 años la dictadura se fue, e igual que la tele pasó del blanco y negro al color, la vida también. Recuerdo a la gente tan nerviosa ante lo desconocido, tan cobarde. Tantísimo miedo. Cuando me pilló la adolescencia me di cuenta de que había estado en un sitio que no había aprendido nada en los últimos 200 años: la mujer no había avanzado nada, o no la habían dejado avanzar, la sociedad tampoco… y de buenas a primeras empiezas a ver tribus urbanas, expresiones artísticas con el mismo colorido que el circo pero con música y teatro… y te das cuenta de que todo lo que te han dicho tus padres en tu educación no vale de nada.
A mí me educaron, como a todos, de una manera machista, eso es algo arraigado. Lo bueno es que yo tuve una madre muy buena y me dejaba hacer de todo, por eso la libertad la tuve siempre, a diferencia de otros artistas de grupos de rock que están deseando salir de las faldas de la familia y necesitan que les dé el aire… yo no buscaba una familia, pero sí una aceptación y un amor continuo en mi vida.
Usted que vivió ese salto, ¿en qué cree que seguimos siendo retrógrados hoy?
Yo creo que estamos volviendo un poco a la época franquista. Hay una frase que lo define todo. Yo digo siempre que contra Franco vivíamos mejor, porque vale, con Franco era todo muy dictatorial pero la gente en realidad podía hacer lo que le saliera de los cojones. Los grises te podían perseguir, pero los grises eran cuatro viejos que no te cogían por la calle porque les pesaba la puta barriga, pero ahora en una manifestación viene un niñato musculado y te hincha a hostias y te machaca. Prefiero la policía de Franco a la poli de ahora. Antes no estaba tan perseguida la música como ahora, que te piden unas normativas… ¡a un chaval de 15 años que toca algo le piden que se haga autónomo!, ¿de qué cojones estamos hablando?
Cada vez hay más impedimentos para tocar en salas de conciertos, para manifestar cualquier expresión cultural. Vale que ahora tenemos más información gracias a las redes sociales, pero a nivel cultural estamos retrocediendo. Ahora un cantante puede salir en una portada en pelotas y no va al cuartelillo ni lo detienen, pero a ver quién alquila ahora una sala de ensayo. Antes lo hacíamos en cualquier sitio, la insonorizábamos con cartones de huevo y manta, y ahora te meten una multa de 5.000 euros si no tienes licencia. Está la cosa como para que la gente solo toque la flauta.
Dice que con seis años su padre lo encañonó con una pistola.
No sé si la palabra es “encañonar”. Te cuento la secuencia: yo era pequeño y estaba bebiendo un vaso de agua de plástico, estaba jugando con él… y no sé cómo, sin querer, le tiré el vaso de plástico y le dio. Y como había dejado un arma encima de la mesa, coge el arma y dice “me cago en la hostia”, señalándome.
¿Sintió riesgo real?
Bueno, riesgo real… de cualquier persona que tenga un arma desconfío. Las armas las carga el diablo. No sé si estaba puesto el seguro. En ese momento no me afectó, pero cuando pasa el tiempo y me acuerdo se me ponen los vellos de punta, y sobre todo desde que soy padre.
Cuenta que su padre llevaba una doble vida. Era un terrateniente granadino que estaba casado con una mujer francesa que no podía tener hijos, y, mientras, también mantenía una relación con Adoración, su madre. Cuando murió, escribe usted, no sintió nada. ¿Se aprende algo de un hombre así?
Sí. Mi padre ha hecho que yo sea un buen padre, porque a mi hija le he dado todo lo que él no me dio a mí. Es lo único que tengo que agradecerle. Gracias a su cobardía, a mí me ha armado de valentía para ser un padre participativo y para crear un vínculo brutal con mi hija, desde que le cambiaba los pañales hasta ahora. Mi madre sí que me ha demostrado ser la mejor madre del mundo, me dejaba hacer lo que quería, y mira que yo tenía peligro. Pero gracias a ella pude tocar la batería a los 14 años, y ella siempre fue mi primera fan. Siempre me ha apoyado en lo artístico. Es una mujer que ha pasado tanto y que nunca se ha quejado… sólo tuvo un amor, que era mi padre, y no fue correspondida. Ahora está en una residencia casi ciega, casi sorda, enganchada a una máquina de oxígeno, y cuando le digo “¿cómo estás?”, todavía responde “¡estupendamente!”.
Ingresó en Falange porque quería tocar el tambor. ¿Qué encontró allí?
Era un grupo de tambores y cornetas que subvencionaba la Falange. Yo era muy pequeño y, como te decía, nunca me pasaba nada, así que cuando el Viernes Santo veía los tambores y la gente salía a la calle, y olía el incienso… joder, yo quería tocar, pero sólo podías si tenías nivel adquisitivo o si estabas con el ejército o en una banda de cornetas y tambores, así que me quedé con lo último, aunque luego me salió rana, porque me pusieron de mascota como si fuese la cabra de la Legión.
Yo allí dentro no estaba con falangistas, estaba con chavales normales, pero nos ponían el caramelito con lo de la música, ¿sabes?, porque nos gustaba el tambor y esa era su forma de coger adeptos. Luego salíamos ahí en procesión vestidos de militares, todo por la patria, coño, qué manera de enmascararlo todo. En los campamentos te comían la olla. A las ocho de la tarde teníamos que entregar una corona a los caídos. Pero los críos no eran falangistas, eran inocentes.
Como usted.
Sí. No pensábamos en lo que simbolizaba todo eso. Es algo paralelo a lo que pasa con la música. Si sólo ves la música que sale en programa de televisión o si sólo ves las películas que ponen en el cine, vas a estar manipulado por lo que los gobiernos y sus intereses quieren que consumas. Pero ahí está tu curiosidad de intentar indagar y de ver qué pasa en todos los campos para tener tu criterio.
Después del escarceo musical en Falange, ¿qué ha sido de usted políticamente?
He tendido siempre a la izquierda. Me ha conmovido mucho la política social. Básicamente, soy de izquierdas, pero hasta que me haga multimillonario. Cuando me haga multimillonario votaré a la derecha, sin duda.
He estado con Eric hasta las seis y nos hemos metido cuatro millones de rayas… y no he vuelto a pensar en ti hasta que he llegado a casa. ¿Fueron cuatro millones o unas pocas más, unas pocas menos?
(Risas). Era imposible, a nadie le cabe eso. Lo que pasa es que la gente tiene ganas de jarana, le gustan los puntos negros… y se van a esa frase. Yo como cualquier adolescente o como cualquiera que haya estado en una banda de rock’n’roll he coqueteado con la droga, pero por suerte no tengo personalidad adictiva. Si no, dime tú a mí cómo aguanto cuatro décadas grabando discos, cuatro décadas en las que siempre he estado en grupos, o dando clases de batería, o currando en bares, o ahora, que tengo un negocio… cuando eres adolescente te influencias por el punk y te importa todo una mierda, vives el día a día.
Pero yo no creo que me haya drogado más que cualquier abogado. La única diferencia es que por mi entorno y mi profesión parece que quedamos mejor. Fue una experiencia que tuve hace años y no me arrepiento, porque yo no soy nada moralista, cada uno que haga lo que le dé la gana con su vida y con su cuerpo, ¡mientras no joda a nadie…! Las drogas, joder. Hay miles de amas de casa enganchadas al trankimazín. Las farmacéuticas son los camellos del siglo XXI.
¿Cómo era una juerga con Eric hace 25 años y cómo es ahora?
Pues hace 25 era tomar mucho alcohol y llegar a las siete de la mañana a casa con tus amigos, reírte, escuchar música y sentir todo tipo de emociones: desde discutir a reventar de amor, picos muy altos… Ahora acabo los conciertos, me voy al hotel y me tomo una botella de vino con mi mujer y me hincho de reír.
No pensaba usted que iba a sobrevivir más allá de los 30. ¿Cómo es la vida después, la vida que uno piensa que no se merece?
¡Pues es la verdadera vida! Lo demás es una nebulosa. Es como cuando estás en la edad del pavo y tienes una cara de gilipollas… unas orejas enormes y puntos negros, y vas disfrazado creyendo que eres el rey del mambo, pero eres un gilipollas, aunque estás seguro de ti mismo como nunca. La experiencia es un grado, y los años te hacen tener un campo de visión diferente. Las cosas ahora son más puras. Te das cuenta de que estás rodeado de cosas, de que no necesitas aditivos para ser feliz, de que antes lo tenías todo también y no te dabas ni cuenta. Yo noto que también nos pasa eso en España con la cultura, ¿eh? Se nos nota cuando vienen los artistas de fuera y flipamos.
Pero en quién piensa cuando dice eso.
Pues no sé, en la generación beat, que estaban todos influenciados por Lorca, y nosotros, los rockeros, influenciados por al generación beat, pero ¡coño!, si Lorca vivía en Granada. O que tenga que venir Washington Irving a decirnos que la Alhambra es cojonuda, o Gustavo Doré con los grabados de la carrera del Darro en Granada, para que nos creamos que el paraje es acojonante… y esto sigue. Las casas-cueva de Guadix no las quería nadie, eso lo regalaban, se caía, y ahora viene un puto guiri de Oklahoma, se arregla una cueva y vale una milloná. ¡Qué tontos, los guiris, eh! Mira cómo huelen la trufa.
Usted grabó con Enrique Morente uno de los discos históricos de la música española, Omega, y lleva veinte años a las baquetas de Los Planetas. Vamos a ver, ¿cómo se distingue a un artista de verdad, a un artista puro, de un estafador transitorio? ¿Cuántas veces nos la han colado?
¿Que cómo se diferencia? Mirándoles las suelas de los zapatos. Si ves que levita… (risas). Yo creo que en España hay muy pocos artistas sinceros. Aquí la gente se transforma en un rol, esto es un puto circo. Entre las fans, entre tu momento de popularidad, entre que tienes a no sé cuántos tíos diciéndote que eres el mejor y dándote abrazos… todos adoptan un personaje. Muchos se basan en la biografía de la gente que leen. Yo por ejemplo he tenido una vida chunga y no me hace falta leer ninguna biografía, porque he tenido rock’n’roll, pero ahora quiero ser feliz.
España es un peligro: si vendes más de 10.000 copias se te pone cara de gilipollas, te compras una pluma y vas por la calle motivado… Enrique Morente era un artista de verdad, un investigador, y era igual fuera y dentro del escenario. Los ves así, son puros. Pero mira, hay muchísima gente… no te voy a dar nombres. Lo contaré en la biografía que haga con 98 años.
¡Me va a dejar así hasta entonces!
Sí, sí, que ya tengo bastantes enemigos. Pero hay mucha gente que se cree su personaje y me da una vergüenza…
¿Es verdad eso que dicen de que muchos chavales se meten en la música para fornicar?
Ya te digo, el 75% de los grupos se meten en la música para follar y para que no les cobren en los bares y darse su baño de fama… el problema es que ahora se tiene mala suerte y se triunfa, y tienen que seguir (risas).
Un mensaje para los haters de Los Planetas.
No sé, que nosotros hemos madurado porque la gente madura, pero ellos se han quedado en la infancia. Todo el mundo es libre de amar una cosa y de luego dejar de amarla. El amor es caduco, caduca en parejas y en expresiones artísticas, y menos mal, porque sino estaríamos ahora escuchando La Argentinita.
De los cuatro millones de golpes, ¿cuál es el que mejor ha dado y el que más le ha dolido recibir?
El mejor fue tener a mi hija. Ese es el mejor espectáculo del mundo: verla nacer. Y el más duro que he recibido… el tener que separarme de ella a mil kilómetros. Es normal, esto siempre va junto: lo que más amas y lo que más te puede doler.