Fue en La ventana, el programa vespertino de la SER, donde escuché hablar por primera vez a Javier Calvo y Javier Ambrossi —en adelante, y tal vez para siempre, los Javis—.
Yo conducía hacia Lalín y su presentación no despertó demasiado mi curiosidad. Estaban allí para hablar de una película. Kilómetro 46. Mi salida. Los dos eran actores. Pues muy bien. Intermitente derecho. Los dos habían trabajado en series españolas conocidas. Ambrossi en El comisario y Sin tetas no hay paraíso. Javier Calvo en Física o Química. Se trataba de series que yo no había visto, así que sus nombres no me no me sonaban de nada. Había encontrado aparcamiento, me disponía a apagar la radio y bajar del coche. Pero entonces ocurrió algo peculiar.
Estos chicos habían convertido su adversidad, el fracaso aparente de sus planes profesionales, en una virtud. La suya era una actitud optimista
En un momento de la entrevista, Francino aclaró que todo lo bueno que les estaba ocurriendo a aquellos dos chicos era el resultado de un plan B. Ellos explicaron que siempre habían tenido en mente escribir, pero no se habían decidido a hacerlo hasta que comprendieron que su plan A, ganarse la vida como actores, se estaba yendo al garete. Fue entonces cuando crearon el musical La llamada, que tanto éxito tuvo en el Teatro Lara, en Madrid, así como en otras ciudades de España. Y cuando dieron forma a la serie Paquita Salas, que debido a su gran acogida por parte de los usuarios de Flooxer ha pasado a convertirse en una serie exclusiva de Netflix. También fue entonces cuando dirigieron una película basada en su musical, de título homónimo, que estrenaban aquella misma semana del pasado mes de septiembre y que ahora acaba de recibir cinco nominaciones a los Goya.
Me quedé escuchando hasta el final. Estos chicos habían convertido su adversidad, el fracaso aparente de sus planes profesionales, en una virtud. La suya era una actitud optimista. Positiva. Constructiva. En lugar de venirse abajo, decidieron aprovechar las armas de las que disponían y fabricar sus propias oportunidades. Ese talante, esa clase de espíritu estimulante e instructivo es precisamente lo que uno espera de alguien cuya labor sea formar a los que hoy están comenzando. Ambrossi es de mi quinta. Calvo un poco más joven, de 1991. Resultaba inspirador escucharlos hablar. Hoy, además del éxito de los diferentes proyectos que han puesto en marcha, los dos son profesores en la academia de Operación Triunfo.
El mérito de OT: la filosofía 'Javis'
Y ese es el gran mérito de esta edición. Su enfoque. Haber sabido identificar hacia dónde querían dirigirse. Haber sabido elegir sus referencias y dar importancia a lo que realmente la tiene. Sigo opinando que TVE se equivoca reduciendo su programación musical prácticamente a OT. Pero eso no disminuye el enorme acierto en que ha consistido la evolución del programa.
Porque han entendido que la generación milenial nada tiene que ver con aquella generación X que de la noche a la mañana pasó del Un, dos, tres a los reality shows. Y han sabido convertir el formato en el espejo de una sociedad nueva, de mentalidad más abierta, en la que se ha normalizado plenamente la diversidad cultural y sexual. Además se han erigido en referente de esa nueva mentalidad, otorgando importancia a aspectos de la formación de los concursantes que nada tienen que ver con la música, manteniendo charlas didácticas como la que tuvieron sobre la prevención del sida con el doctor Clotet o fomentando valores como el respeto y la tolerancia. Una labor en la que juegan un papel fundamental los Javis, paradigma de esta nueva edición.
Otra España
Operación Triunfo ha comprendido que hoy España tiene otra forma de ser. Y especialmente, otra forma de relacionarse. Es un programa que se hace en un plató y en una academia, pero también en los ordenadores, tablets y teléfonos de millones de usuarios, que contribuyen a hacer de esta edición un fenómeno social. De aquel talent show que, paradójicamente, sólo se centraba en la música, ya no queda casi nada. En cuanto a la ilusión del principio, que se fue perdiendo poco a poco, edición a edición, ha vuelto casi toda.
Pero eso no significa que la música haya perdido un solo ápice de importancia. Más bien al contrario. El programa está recuperando clásicos del pop que no sólo sirven para educar el paladar de una nueva generación, sino también para desentumecer el oído de quienes hacía muchos años que no las escuchaban. En su escenario han sonado piezas legendarias como Ain't No Mountain High Enough de Marvin Gaye y Tammi Terrell, I'm Still Standing de Elton John o Dancing in the Moonlight de King Harvest, pero tambiém viejos himnos de la escena española como A quién le importa de Alaska y Dinarama, Sentir de Luz Casal o incluso la más reciente Cómo hablar de Amaral. Hasta Amar pelos dois, la maravillosa canción con la que el portugués Salvador Sobral ganó el festival de Eurovision este año, tuvo su oportunidad. El tiempo de Europe’s Living a Celebration, por fortuna, ya pasó.
Resulta asombroso comprobar cómo se ha transformado este programa desde su última etapa, cuando se emitía en Telecinco. Es cierto que este nuevo modo de entender el formato, que se traduce en una fuerte conexión emocional con el público, podría no ser más que una estrategia comercial como otra cualquiera. Puro márketing. Una forma más de engatusar al espectador. De venderle algo con el reclamo de su autenticidad. Es cierto. Existe esa posibilidad. Pero verán, a la vista del resultado, tal vez esta vez los porqués sean lo de menos.